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Sentimientos catalanes


Cuando el Gobierno de España, en la persona de su Vicepresidente, comienza a dar los primeros pasos de la “nueva” política en relación con el mal llamado problema catalán, se encuentra con dos gestos de una carga, más simbólica que real. Por un lado, directivos de empresas se incorporan al Consejo consultivo de DiploCat, el Consejo de Diplomacia Pública de Cataluña y, por otro, la convocatoria, por parte del Presidente de la Generalitat, de una cumbre sobre el referéndum secesionista.

El que directivos de empresas se comprometan con las actividades de un organismo entregado, como se puede fácilmente comprobar, a difundir las tesis secesionistas por el mundo, nos muestra, a mi juicio, que algo se debe estar haciendo rematadamente mal para que los empresarios, singularmente de tanta relevancia, no hayan entendido las consecuencias de la secesión de Cataluña. Ya no hay confusión ni ignorancia posibles. Las posiciones de unos y de otros están perfectamente definidas. No hay errores de juicio. Si han aceptado integrarse en dicho organismo, lo será porque participan de las ideas que difunde.

Que el Presidente de la Generalitat convoque a los miembros del Pacte Nacional pel Dret a Decidir el 23 de diciembre forma parte de lo lógico en la estrategia política seguida. Es una exigencia de la CUP. Y, además, se celebrará justo después de la aprobación de los presupuestos. Se nos anuncia que será para “abordar la preparación del referéndum” previsto para otoño del 2017. De “referéndum o referéndum” hasta el referéndum final. Un gesto, un símbolo, vacuo, pero cuyo mensaje es, igualmente claro.

A su vez, también el Gobierno de la Nación está jugando con los gestos. Hasta ahora, sólo gestos. Importantes, pero, a mi juicio, llegan tarde. Muy tarde. Siempre es preferible que se supere la pasividad a la que nos tenían acostumbrados, pero el daño de haber entregado el escenario político a los secesionistas es, probablemente, insalvable. El peligro de la nueva política, forzada por los hechos, es la de hacer renuncias, con las que compensar la pasividad del pasado, que vayan más allá de lo razonable. Se volvería a cumplir la Ley de Bachelard de la bipolaridad de los errores: un error alimenta otro de sentido contrario.

El Gobierno se encuentra con estos gestos simbólicos que comento. Para el observador interior, nos muestran la insistencia recalcitrante del secesionismo. No van a cambiar de rumbo, ahora menos que nunca, máxime cuando es el momento de recoger los frutos. Y para el exterior, el imparcial, queda desconcertado, en particular, por el gesto empresarial. El secesionismo vendría a demostrar su fortaleza, al comprometer, incluso, a empresas, particularmente reacias a vincularse públicamente a causas políticas de tanta polémica, como la secesión de Cataluña. En medio, el Gobierno de España ha montado una agencia de viajes para organizar los de la Vicepresidente.

Los símbolos son importantes. Los gestos, aún más. Nos movemos en el terreno de los sentimientos. Los que alientan unos y otros. El secesionismo lo ha tenido siempre claro. El constitucionalismo, no. En la lucha de las emociones, sólo comparecen las de la diferencia como sostén de la separación. Isaiah Berlin (1909-1997) alertaba de la importancia del “reconocimiento”, cuando escribía que “lo que soy está en gran parte determinado por lo que siento y pienso; y lo que siento y pienso está determinado por los sentimientos y pensamientos dominantes en la sociedad a la que pertenezco, … Puede que me sienta oprimido en el sentido de que no se me reconoce como un ser humano individual y autónomo. Pero también puede que me sienta oprimido en tanto miembro de un grupo no reconocido o no suficientemente respetado. Entonces desearé la emancipación de toda mi clase, de mi comunidad, de mi nación, de mi raza o de mi religión”.

El actual Presidente de la Generalitat, y todos los anteriores, han cultivado los sentimientos, los cuales se han amplificado a través del sistema educativo y de los medios de comunicación. El sentimiento de reconocimiento individual mediante la pertenencia al sujeto colectivo-Nación. Es tan fuerte que, como decía Isaiah Berlin, incluso se es tolerante y comprensivo respecto del corrupto, si es “mi/nuestro” corrupto. En el fondo, se prefiere, “en mi amargo anhelo de esta condición, … el chantaje y el mal gobierno de alguien de mi propia raza o de mi clase social” que a la nueva política del Gobierno central. Éste no es reconocido tanto como no alienta el reconocimiento de pertenencia a la nación española, la de los ciudadanos libres e iguales; ese sentimiento que me permite ser individuo porque “lo que soy está en gran parte determinado por lo que siento y pienso; y lo que siento y pienso está determinado por los sentimientos y pensamientos dominantes en la sociedad a la que pertenezco”.

(Expansión, 13/12/2016)

Comentarios

  1. Lo que no atino a comprender es porqué los catalanes que somos, sentimos y enmarcamos nuestra forma de ser y pensar en Catalunya, tenemos que justificarnos, y, en cambio, no es así para los españoles que son y se sienten españoles. ¿Por qué unos actos administrativos de delimitación de fronteras han de impedir que libremente reclame quién soy? y ¿por qué he de aceptar que mi ser lo es porqué el sistema educativo catalán así me lo ha impuesto y no puede aplicarse el mismo argumento al sistema educativo español para los españoles? Es tener que aceptar que soy un autómata sin criterio ni pensamiento libre, incapaz de discernir quién soy y como me siento. Muchos catalanes formados en ese mismo sistema catalán se sienten fundamentalmente españoles, luego quizás ese sistema no sea tan anulador como se pretende. De verdad, sigo sin entender porqué cuesta tanto aceptar que algunos nos sentimos catalanes sin más y, en mi caso, desde mucho antes que "el mal llamado problema catalán" llegara hasta donde está. ¿por qué se me cuestiona y debo justificar quién soy? Este sentimiento es bien distinto de otro problema que es el administrativo, el territorial y el de gobierno entendido como poder. Lo siento pero llegar a los extremos dónde hoy estamos trae causa de la pasividad y cierta prepotencia del Gobierno español. Todo se ha radicalizado, también la postura del Govern, cosa que no comparto. Sólo se exige respeto.

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