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Hablemos del futuro

Nuevo año y nuevas preocupaciones que añadir al morral. La Executive Office del Presidente Obama acaba de publicar, el pasado día 26 de diciembre, un interesante informe sobre las repercusiones de la Inteligencia Artificial en los ámbitos de la economía y de las políticas.

Aunque es muy difícil prever el impacto económico de la Inteligencia Artificial, es un hecho que costará millones de empleos. Son indudables, en cambio, dos cosas. Por un lado, que hay un proceso tecnológico que se resume en más información, mejor tratamiento de aquella y más potencia en los ordenadores. Este proceso incrementa exponencialmente la productividad, al mismo tiempo que hace innecesaria la colaboración humana para el desempeño de ciertas actividades rutinarias. El resultado: muchos trabajos y muchos trabajadores poco o nada cualificados serán substituidos por máquinas, cada vez más inteligentes. El proceso es imparable. Y, por otro, el big data anuncia una explosión de información sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos, en la que la transparencia personal se hará realidad. La privacidad será otro elemento de la riqueza; se medirá en la capacidad para disfrutar de intimidad sin someterse a la observación o el control de otros, de corporaciones, más que de Estados. Los grandes poderes privados que están apocando a los públicos. Una suerte de nueva feudalización tecnológica en la que el individuo, su soberanía, su libertad, quedan menguadas.

El Informe se entretiene en las repercusiones que se puedan producir, al menos, en una o dos décadas. La automatización, incluso, hasta el grado de tener capacidad autónoma para decidir (por ejemplo, el coche autónomo), harán prescindibles, como digo, millones de empleos. Las respuestas, en lo político, ya son conocidas. El mundo, por mucho cambio tecnológico, seguirá moviéndose entre no hacer nada, hasta que el nuevo orden genere su propia respuesta, o hacerlo todo, mediante el poder, para imponerla. En medio, la combinación de una y otra: la intervención moderada, responsable y racional. En este aspecto se entretiene el informe. ¿Cuál ha de ser la respuesta?

Invertir, invertir e invertir. Más y más dinero público a la investigación. La inteligencia artificial aporta, en productividad, unos efectos positivos que no pueden ni deben ser negados. Ámbitos como la salud, la educación, la protección ambiental, el transporte, la energía, y la defensa, entre otros, son en los que de manera más inmediata se han de notar los efectos. La segunda coordenada, política: más y más educación y formación. Preparar a los trabajadores no sólo para adaptarse al nuevo escenario, sino para contribuir positivamente al mismo. La inteligencia artificial, la robotización, no puede prescindir totalmente del ser humano. Seguirá precisando de las personas. Bien para que intermedien con otras, o bien para que controlen las máquinas. Sin olvidar las que las diseñan y que las fabrican. Educar y formar a las nuevas generaciones. Todas han de tener la oportunidad de prepararse para el cambio. Habría que evitar que la brecha digital sea la que separe a las personas; la nueva frontera de la nueva riqueza, la que condenaría a millones de personas a vivir excluidos del mercado, en una situación de dependencia permanente del Estado. No habría empleo para los que no cuentan con cualificación. Sólo podrían aspirar al auxilio del Estado. El nuevo frente de la libertad frente a la nueva riqueza. La educación sería, aún más, el requisito imprescindible para el trabajo y, sobre todo, para la libertad. Una educación y una formación acomodadas al reto, permanente, por mantener la distancia con las máquinas. La presión de éstas sólo se puede gestionar mediante la cualificación.

Y la última coordenada, la más dramática, la centrada en aquellos que no pueden resistir a la presión, los que quedarán sobrepasados por las máquinas: la de la solidaridad. No habrá trabajo para estas personas. Quedan en una situación de dependencia del Estado. El informe se entretiene en la necesidad de modernizar y reforzar la red de seguridad social. El nuevo reto del Estado democrático es el cómo garantizar la estabilidad de la sociedad cuando no hay trabajo para todos. La solidaridad no es, sólo, un gesto moral, es también político. El cómo implicar e integrar a estos millones de personas que no pueden aspirar ni a un empleo mísero, obligados a competir con las máquinas cada vez más inteligentes. El cómo distribuir más eficazmente entre todos, las oportunidades, para que todos puedan aspirar a disfrutar de su individualidad como personas, cualitativamente mejores que cualquier máquina. El reto de la individualidad frente a la amenaza de las máquinas. El nuevo frente del humanismo y de la libertad.

(Expansión, 03/01/2017)

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