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¿Por qué obedecemos a las normas? Sobre la prohibición de fumar


El día 2 de enero se celebró el sexto aniversario de la entrada en vigor de la prohibición de fumar en cualquier espacio de uso público. Se culmina, por ahora, un camino de prohibiciones iniciados, al menos, en el año 1988. Se ha afirmado que se trata de una de las normas que más impacto ha tenido en la vida cotidiana de las personas. Aún nos sorprende el recuerdo de la boina de humo en los locales públicos. Y más aún el cómo podíamos “vivir”, es un decir, en tales condiciones.

L. Garicano se preguntaba, en su libro, el Dilema de España, cómo era posible que el país que más atrasado estaba en Europa en la lucha contra el tabaco, por obra y milagro de una disposición normativa, se convirtiese en el más avanzado. Esta evolución a saltos es propia de nuestra Historia. No sólo en el tabaco, en la lucha contra la violencia de género, el matrimonio de personas del mismo género, el aborto, la tolerancia religiosa, el respeto a las minorías, la diversidad racial, … un larguísimo etcétera. Habíamos pasado de una dictadura, aplaudida por muchos, a una democracia, aplaudida por todos. Con la misma fe se pasa de un extremo a otro. Para Garicano era un signo de optimismo: España puede cambiar. Lo que hoy se nos presenta como obstáculos, incluso, insalvables, de repente, se desvanecen hasta convertirnos en la avanzadilla del mundo.

Sorprende que, a golpe de normas, se pueda cambiar la realidad y de una manera tan categórica. En realidad, no ha sido la norma. No creo en la revolución social a golpe de normas. La sociedad no se cambia por Decreto, titulaba una obra de referencia de Michel Crozier (1922-2013), el famoso sociólogo francés de las organizaciones. Una afirmación que pretende reflejar la fuerza limitada de transformación asociada al Derecho. No es vanguardia de transformación. Es acta del cambio producido. Podrá impulsarlo hasta consolidarlo, pero no es su obra. El caso de la prohibición de fumar es prototípico.

En primer lugar, la prohibición culminaba un proceso iniciado, al menos, en el ámbito legislativo iniciado veinte años antes. Durante ese tiempo, se emprendieron distintas campañas y acciones políticas dirigidas a alertar de los riesgos del tabaco. Por lo tanto, cuando la prohibición entró en vigor, todo el mundo conocía qué es lo que se pretendía conjurar; no era sorpresiva. Sabíamos que el tabaco era dañino.

En segundo lugar, las medidas restrictivas se fueron articulando de manera progresiva. Se comenzó con la limitación de la publicidad o el fumar en hospitales, hasta desembocar en la prohibición de fumar en cualquier espacio público. La progresión en la intensidad regulatoria es crítica.

En tercer lugar, había un importante consenso social que articuló una alianza de actores promotores de las medidas restrictivas. En cambio, en frente, la que rechazaba la prohibición, quedaría en manos de los propietarios de bares y restaurantes. Su peso social y su limitada capacidad de presión, al final, no evitó el proceso y su culminación. Probablemente, el consenso social era tan amplio y fuerte que la oposición estuvo condenada al fracaso.

En cuarto lugar, se prevén multas a los infractores. Esta previsión no es suficiente para explicar el cumplimiento. No es viable situar detrás de cada posible infractor a un inspector. La clave es la certeza de que, si hay una inspección, se impondrán; es la amenaza, y, para ser más exacto, su certidumbre. Los hosteleros están convencidos de que, si su establecimiento es sorprendido por un inspector tolerando la infracción, serán castigados, incluso, con el cierre del local. Aquí surge un elemento que es crítico: una Administración fuerte, eficaz, profesional y ajena a la corrupción. Si el ciudadano está convencido de que los funcionarios van a cumplir con sus obligaciones de velar por la Ley, tendrán la certeza de que la amenaza es creíble. La fortaleza de la amenaza, no la del castigo, es la que contribuye al cumplimiento.

Y, en quinto lugar, más importante aún: la asunción social de la regla. F. Fukuyama considera que “los seres humanos son criaturas creadoras de normas y cumplidoras de normas por naturaleza”. Que en nuestra naturaleza estén incrustadas las normas, no nos hace mantener una relación mecánica con cada una de ellas. Obedecemos normas, no cada una de ellas. Sólo las que, o consideramos justa o conveniente su cumplimiento (amenaza), o ambos. En definitiva, si la legislación antitabaco se ha cumplido tan rápida y unánimemente, es porque los ciudadanos han asumido que es una prohibición justa y, además, conveniente. No hay magia. Hay inteligencia. Los ciudadanos entienden que cumplir ciertas reglas es necesario para preservar un bien sobresalientes, como es la salud. Los españoles, debidamente ilustrados, cambiaremos el mundo; “nos cambiaremos” tantas veces como sea necesario. Y las normas certificarán la asunción de la justeza de ese cambio.

(Expansión, 10/01/2017)

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