El pasado martes, día 6, se celebró la enésima reunión del denominado Pacte Nacional Per el Referéndum, eufemismo tras el que se oculta el empeño de los secesionistas catalanes de imponer su proyecto de ruptura de la legalidad del Estado democrático de Derecho. Una reunión para seguir mareando la perdiz. Como es sabido, este ave, de vuelo corto, es una y otra vez aventada para que la caza sea más fácil. Queda mareada, y los cazadores pueden ver satisfecho su propósito. La perdiz son los ingenuos que han creído en la secesión; que se podía alcanzar, como en un juego de niños, sin riesgos, sin costes, sólo beneficios. Según el argumentario oficialista, Cataluña es tan rica que la separación unilateral y traumática, sólo produciría un quebranto económico, incluso pasajero, del 1 por 100 del PIB catalán; en cambio, todo lo que “nos roban”, quedaría en casa. Una afirmación que no la soportan ni las palabras que la expresan. Y, sin embargo, muchos se la creen, los ingenuos.
Si la perdiz son los ingenuos, ¿quién será el cazador? Para los secesionistas, no hay duda: el Estat. Estamos asistiendo al último intento del secesionismo por trasladar la responsabilidad del fracaso (y de la frustración) al Estado. Se busca la escenificación más potente posible: por ejemplo, grandes colas para votar y la policía llevándose las urnas. Pero ¿quién rentabilizará, política y electoralmente, el fracaso? Una vez más, en la historia de Cataluña, la “derrota” se pretende convertir en victoria. En este caso, varios son los llamados, pero sólo uno quedará como la fuerza hegemónica del campo secesionista. La estrategia seguida por el PdeCat, de radicalización, de búsqueda del choque, está condicionada por sus urgencias partidarias. Se juega su continuidad como partido, incluso, relevante, en el escenario político catalán. La corrupción es tan pesada que, ni cambiando de nombre, ni de personas, se consigue dejarla atrás; cada semana, nuevos casos. Y la bandera, como decía el Fiscal Ulled, es el subterfugio preferido. El rey está desnudo; y el primer trapo que se encuentra, es la estelada. Se intenta cubrir, pero son tan grandes las ilegalidades, los delitos y las arbitrariedades, que las limitadas dimensiones de la tela no son suficientes. Segunda alternativa: correr y correr. Por un lado, los “michelines” no perdonan y, por otro, cuanta más radical sea la apuesta, más posibilidades de que por el camino vayan quedando los “tibios” (desde los nacionalistas más moderados hasta los de “En comú” de Colau). Se vislumbra que el “procés” acabará corroído por las discrepancias internas; algunos que no quieren seguir el camino del suicidio (“que me tiro, que me tiro”).
Los ingenuos creen que bastará con aprobar una ley (la de desconexión) y, por arte de magia, desaparecen el Estado, las leyes, los jueces, la policía, la agencia tributaria, … y amanece la nueva república. “De la ley a la ley”, nos dicen. El mantra que desconoce dos reglas básicas. La primera, que lo que el Parlament aprobaría, desconociendo los principios básicos de la democracia, por un procedimiento ad hoc y exprés (en lectura única, y sin posibilidad de enmiendas), la sedicente ley que, según dicen, crearía la nueva legalidad de república catalana, sería tan escandalosamente ilegal que sería tomada por “inexistente”. Y, la segunda, la soberanía no se proclama, se ejerce. Y la efectividad de la auto-proclamada sería, como la legalidad catalana, ilusoria. La nada de la nada; “de la ley a la nada”.
Se acude al Consejo de Europa para que, vía comisión de Venecia, se avale el referéndum secesionista. Y la respuesta no puede ser más contundente: “la Comisión de Venecia, cuyo nombre oficial es Comisión Europea para la Democracia por el Derecho, ha insistido constantemente en la necesidad de que cualquier referéndum se realice con pleno cumplimiento de la Constitución y de la legislación aplicable.” Como no es la respuesta esperada, la neo-lengua orwelliana-nacionalista, la re-crea: el Consejo de Europa está conminando a España a que pacte el referéndum, ergo, “nos está dando la razón”.
Cuando hablan de legalidad, se quiere decir, lo escandalosamente ilegal; de pacto, es la imposición; de democracia, es la suya, la orgánica, como la del franquismo. El problema, esencial, que tiene el secesionismo, es que desconoce la democracia. No ya que la incumpla, sino que no entiende qué significa. Es, como el populismo, que la nación, el pueblo, identificado según criterios, incluso, raciales-idiomáticos, pero también políticos (sólo los que aceptan la independencia son “realmente” el poble), vote, sin garantías, para ratificar lo previamente decidido por los líderes. Es tan importante el papel de éstos, como vanguardia al modo leninista (“una cocinera puede ser presidente del Gobierno, pero no líder del partido”), que, como hemos sabido en el borrador de la denominada Ley de transitoriedad o de desconexión, se incluye una disposición final según la cual "si el Estado español impidiera de manera efectiva la celebración del referéndum, esta ley entrará en vigor de manera completa e inmediata cuando el Parlament constate este impedimento". Por lo tanto, bastará la decisión del Parlament, sin especificar mayoría alguna, para que nazca la república independiente. Y ya está, el milagro se ha obrado.
El desconocimiento de la democracia les conduce a repudiar el papel de la Ley, el que el Consejo de Europa les ha recordado, como haría un profesor en el jardín de infancia al recitar el abecedario. Éste es el nivel. Sin Ley, como diría Locke, sólo queda la barbarie. Es lo que quiere el populismo. La barbarie de la “única” razón, de la verdadera, la suya, la que no admite debates y, sobre todo, no acepta el “no”: “¿para qué discutir si tenemos razón?”. Ese “sueño”, no es posible, ni se hará realidad, en la Europa de la democracia. El Estado democrático de Derecho tiene medios suficientes, sin acudir al ejercicio extremo de la fuerza, como a ellos les gustaría, para impedirlo. Se va a necesitar poco, muy poco, administrado con tino, cabeza fría y sentido de la responsabilidad, así como de la proporcionalidad. Ya se han sentado las bases; es la ventaja de haber retransmitido “el que me tiro” durante tanto tiempo.
Los secesionistas ya están pensando en el post-fracaso, pero sólo lo convertirán en “victoria”, que aliente la siguiente fase, si argumentan, con éxito, que el “cazador” es el Estat. En cambio, el constitucionalismo tiene que construir un relato de victoria, la de la democracia, la Ley, el Estado de Derecho, frente al victimista y autoritario del secesionismo; al de las perdices y, además, mareadas. No habrá choque de legalidades sino de relatos. El constitucionalismo tiene una oportunidad única.
Si la perdiz son los ingenuos, ¿quién será el cazador? Para los secesionistas, no hay duda: el Estat. Estamos asistiendo al último intento del secesionismo por trasladar la responsabilidad del fracaso (y de la frustración) al Estado. Se busca la escenificación más potente posible: por ejemplo, grandes colas para votar y la policía llevándose las urnas. Pero ¿quién rentabilizará, política y electoralmente, el fracaso? Una vez más, en la historia de Cataluña, la “derrota” se pretende convertir en victoria. En este caso, varios son los llamados, pero sólo uno quedará como la fuerza hegemónica del campo secesionista. La estrategia seguida por el PdeCat, de radicalización, de búsqueda del choque, está condicionada por sus urgencias partidarias. Se juega su continuidad como partido, incluso, relevante, en el escenario político catalán. La corrupción es tan pesada que, ni cambiando de nombre, ni de personas, se consigue dejarla atrás; cada semana, nuevos casos. Y la bandera, como decía el Fiscal Ulled, es el subterfugio preferido. El rey está desnudo; y el primer trapo que se encuentra, es la estelada. Se intenta cubrir, pero son tan grandes las ilegalidades, los delitos y las arbitrariedades, que las limitadas dimensiones de la tela no son suficientes. Segunda alternativa: correr y correr. Por un lado, los “michelines” no perdonan y, por otro, cuanta más radical sea la apuesta, más posibilidades de que por el camino vayan quedando los “tibios” (desde los nacionalistas más moderados hasta los de “En comú” de Colau). Se vislumbra que el “procés” acabará corroído por las discrepancias internas; algunos que no quieren seguir el camino del suicidio (“que me tiro, que me tiro”).
Los ingenuos creen que bastará con aprobar una ley (la de desconexión) y, por arte de magia, desaparecen el Estado, las leyes, los jueces, la policía, la agencia tributaria, … y amanece la nueva república. “De la ley a la ley”, nos dicen. El mantra que desconoce dos reglas básicas. La primera, que lo que el Parlament aprobaría, desconociendo los principios básicos de la democracia, por un procedimiento ad hoc y exprés (en lectura única, y sin posibilidad de enmiendas), la sedicente ley que, según dicen, crearía la nueva legalidad de república catalana, sería tan escandalosamente ilegal que sería tomada por “inexistente”. Y, la segunda, la soberanía no se proclama, se ejerce. Y la efectividad de la auto-proclamada sería, como la legalidad catalana, ilusoria. La nada de la nada; “de la ley a la nada”.
Se acude al Consejo de Europa para que, vía comisión de Venecia, se avale el referéndum secesionista. Y la respuesta no puede ser más contundente: “la Comisión de Venecia, cuyo nombre oficial es Comisión Europea para la Democracia por el Derecho, ha insistido constantemente en la necesidad de que cualquier referéndum se realice con pleno cumplimiento de la Constitución y de la legislación aplicable.” Como no es la respuesta esperada, la neo-lengua orwelliana-nacionalista, la re-crea: el Consejo de Europa está conminando a España a que pacte el referéndum, ergo, “nos está dando la razón”.
Cuando hablan de legalidad, se quiere decir, lo escandalosamente ilegal; de pacto, es la imposición; de democracia, es la suya, la orgánica, como la del franquismo. El problema, esencial, que tiene el secesionismo, es que desconoce la democracia. No ya que la incumpla, sino que no entiende qué significa. Es, como el populismo, que la nación, el pueblo, identificado según criterios, incluso, raciales-idiomáticos, pero también políticos (sólo los que aceptan la independencia son “realmente” el poble), vote, sin garantías, para ratificar lo previamente decidido por los líderes. Es tan importante el papel de éstos, como vanguardia al modo leninista (“una cocinera puede ser presidente del Gobierno, pero no líder del partido”), que, como hemos sabido en el borrador de la denominada Ley de transitoriedad o de desconexión, se incluye una disposición final según la cual "si el Estado español impidiera de manera efectiva la celebración del referéndum, esta ley entrará en vigor de manera completa e inmediata cuando el Parlament constate este impedimento". Por lo tanto, bastará la decisión del Parlament, sin especificar mayoría alguna, para que nazca la república independiente. Y ya está, el milagro se ha obrado.
El desconocimiento de la democracia les conduce a repudiar el papel de la Ley, el que el Consejo de Europa les ha recordado, como haría un profesor en el jardín de infancia al recitar el abecedario. Éste es el nivel. Sin Ley, como diría Locke, sólo queda la barbarie. Es lo que quiere el populismo. La barbarie de la “única” razón, de la verdadera, la suya, la que no admite debates y, sobre todo, no acepta el “no”: “¿para qué discutir si tenemos razón?”. Ese “sueño”, no es posible, ni se hará realidad, en la Europa de la democracia. El Estado democrático de Derecho tiene medios suficientes, sin acudir al ejercicio extremo de la fuerza, como a ellos les gustaría, para impedirlo. Se va a necesitar poco, muy poco, administrado con tino, cabeza fría y sentido de la responsabilidad, así como de la proporcionalidad. Ya se han sentado las bases; es la ventaja de haber retransmitido “el que me tiro” durante tanto tiempo.
Los secesionistas ya están pensando en el post-fracaso, pero sólo lo convertirán en “victoria”, que aliente la siguiente fase, si argumentan, con éxito, que el “cazador” es el Estat. En cambio, el constitucionalismo tiene que construir un relato de victoria, la de la democracia, la Ley, el Estado de Derecho, frente al victimista y autoritario del secesionismo; al de las perdices y, además, mareadas. No habrá choque de legalidades sino de relatos. El constitucionalismo tiene una oportunidad única.
(Expansión, 06/06/2017)
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