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Dos retos, un imposible

El nuevo Gobierno de Sánchez se ha de enfrentar con dos retos muy importantes, el de la corrupción y el del secesionismo catalán. Las dificultades para su gestión pueden alcanzar lo imposible. La convocatoria de elecciones es, una vez más, la única solución.


España no es un Estado corrupto. No lo es, por mucho que se empeñen unos y otros. Y aún menos, mal que le pesen a otros tantos, que el PP sea el partido más corrupto del mundo o de Europa.

No hay un ranking de partidos corruptos. Es público y notorio que hay otros Estados en los que la corrupción es, incluso, cultural. Es el caso, por ejemplo, de Italia. Ha afectado y comprometido el desarrollo económico, pero también social y cultural. La presente situación política no está alejada de aquella circunstancia.

Lo que a nosotros nos escandaliza es, en otros, norma de vida. El grado de infestación de la corrupción lo ofrecen unas sencillas preguntas que se hacen en todos los estudios. ¿Ha pagado o tiene conocimiento de que se haya pagado a policías, para evitar la multa, o a médicos, para ser atendidos, o a profesores, para obtener un aprobado, o a jueces, para recibir una sentencia favorable? España se sitúa entre los mejores de Europa. La denominada micro-corrupción, no existe, en términos estadísticos.

La corrupción en España está asociada, fundamentalmente, a la contratación pública. Se han introducido importantes modificaciones en la legislación de contratos. Tantas y de tanto relieve que el resultado es una legislación inservible, inaplicable, burocrática; un monstruo. Y, aún así, no se conseguirá erradicar.

Donde hay discrecionalidad, habrá corrupción cuando hay impunidad. La codicia es la lascivia que impulsa a los inmorales a robar. El partido y su financiación es la excusa: se roba en nombre del partido, pero se apropia para el peculio personal.

El PSOE, tanto como el PP, están manchados por la corrupción. Los casos se acumulan.

La pregunta es qué hará el PSOE cuando se dicte la Sentencia del asunto de los EREs: qué hará su secretario general y hoy presidente del Gobierno. La respuesta ya fue aportada en el debate de la moción de censura. Y es la misma que la ofrecida por el ya ex presidente Rajoy: todos los responsables están fuera del Partido y del Gobierno. Han sido apartados.

Los dos grandes partidos, los de la alternancia, comparten males y soluciones. Lo que no ha servido para el PP, no debería servir para el PSOE. Aunque, como ya sabemos, el sectarismo político e ideológico alumbra la asimetría moral. Parafraseando al peronismo (el que gritaba que la “violencia del pueblo, no es violencia, es justicia”), cuando el pueblo roba, no es robo, es justicia. Mientras que la derecha no se puede metamorfosear en pueblo, las izquierdas, sí. Y, como tal pueblo, puede hacer lo que quiera. Es la soberanía del pueblo; la soberanía popular.

El otro reto es el secesionismo catalán. Torra no ha ocultado, al contrario, su único objetivo: avanzar hacia la república catalana. En el acto de investidura, en el de su toma de posesión y en la de sus consejeros, lo ha repetido: “hacer posible lo que los ciudadanos votaron el 1 de octubre: un Estado independiente en forma de república”. Es más, en el último, finalizó con un “visca Catalunya lliure”.

Sánchez ha expresado que su objetivo es solucionar los problemas territoriales con las palabras mágicas de la negociación, el acuerdo y el consenso. A su vez, el secesionismo reclama, igualmente, la negociación, el acuerdo y el consenso. Hay o debería haber una diferencia: para el Presidente Sánchez debería ser el camino para reconducir la situación al marco de la Constitución; en cambio, para los secesionistas, lo es para la independencia pactada de Cataluña.

Ha sido muy preocupante la propuesta del ya Presidente Sánchez de recuperar los preceptos del Estatuto de Cataluña declarados inconstitucionales por el Tribunal Constitucional. Se trataría de establecer una suerte de revisión política de la revisión jurídico-constitucional llevada a cabo por el Tribunal. Nada impediría que se llevase a cabo una nueva revisión jurídico constitucional. Salvo que se confiase en que la próxima renovación de los miembros del Tribunal (los cuatro magistrados proveídos por el Congreso de los diputados), alteraría su composición ideológica, más favorable a las nuevas tesis. Más gasolina a la hoguera del descrédito de la institución.

El secesionismo sólo entiende en cómo alcanzar la república. No admite propuestas ancladas en lo que denomina la lógica autonomista.

En Cataluña se ha llegado a una situación de ruptura que ya no tiene marcha atrás. El secesionismo ha roto todos los puentes con el Estado democrático de Derecho. Y ahora, se consideran en una posición de fuerza para avanzar hacia la independencia porque su colaboración ha sido relevante para investir a Sánchez. No van a desaprovechar esa oportunidad.

Un reto, como lo define el Diccionario de la Lengua, es un objetivo o empeño difícil de llevar a cabo. De los dos que comento, el primero, es un desafío imposible; el segundo, también.

El Gobierno de Sánchez no puede presentarse limpio de responsabilidades por la corrupción, al menos, en los mismos términos que el Gobierno de Rajoy y que justificó la moción de censura, ni puede negociar la independencia de Cataluña para dar satisfacción a los secesionistas.

El éxito de la moción de censura depende de sumar el rechazo al Gobierno saliente, y articular un programa político del Gobierno entrante para alcanzar la confianza de la Cámara. No deja de ser paradójico que aquel que se oponía a la moción instrumental porque, en palabras de C. Calvo, hubiera sido un fraude constitucional, ha articulado, con éxito, una de la que se desconoce qué y cómo va a gobernar. El fracaso no es una hipótesis; es lo más probable. Y, en tal caso, sólo queda la solución democrática de llamar a los ciudadanos a las urnas para que el Gobierno no sea rehén ni de sus responsabilidades, ni de los enemigos de España.

(Expansión, 05/06/2018)
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