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Recuperar el pasado

¿Es posible recuperar el pasado? Una pregunta retórica que la Física responde con un no, pero que la Poesía, responde, con un tal vez, y la Política con un sí, según convenga.

Se vuelve a recuperar la “Memoria histórica”; se vuelve a hablar de Franco y de la dictadura franquista. Y se hace desde el Gobierno.

En cualquier momento esperamos al Arias Navarro de turno anunciándonos: “Españoles, Franco está … vivo”.

La Ley 52/2007 no se llamaba de Memoria histórica. Era otro el eufemismo. Se titulaba Ley por la que “se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura”.

Es el lenguaje de los derechos como excusa para mantener viva la herida. Y, a continuación, como se hace en el artículo 1, se anuncian las otras palabras mágicas: “suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales.”

Es la “neo-lengua” de Orwell. Ni derechos (sus supuestos titulares están muertos), ni cohesión, ni solidaridad, ni convivencia.

No deja de ser elocuente el que, entre las primeras medidas del nuevo Gobierno, se encuentran varios anuncios (desde la “recuperación” de la sanidad universal a favor de los inmigrantes irregulares hasta la exhumación de los restos de Franco). Es la Política -espectáculo; la imagen subyuga lo importante. Todo lo demás, se dejará para la improvisación circunstanciada permita la máxima ilustración de todo aquello que se quiere hacer. Es la vacuidad de la política frente al efectismo; el gesto, más importante que los resultados. Si no se puede contribuir al progreso del país que, por lo menos, el partido progrese con el efectismo de los gestos.

Otro anuncio, para comenzar a negociar, nos dicen, con los separatistas catalanes, es, también, la recuperación de la Historia: la recuperación de los preceptos anulados, por inconstitucionales, del Estatuto de Cataluña, por parte del Tribunal Constitucional.

Otro ejemplo de “neo-lengua”: para contentar a los que no creen en la Constitución, se les ofrece la posibilidad de recuperar aquellas disposiciones anuladas por el Tribunal Constitucional.

La Sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010 fue, esencialmente, interpretativa. El Estatuto es una norma de más de 220 artículos y numerosas disposiciones, de los cuales sólo 14 han sido declarados inconstitucionales, total o parcialmente, y 27 han merecido un reproche meramente interpretativo. De los declarados inconstitucionales, merecen destacarse los relativos al Consejo de Justicia de Cataluña. Su inconstitucionalidad, derivada de que es una materia reservada a la Ley orgánica del Poder Judicial, sólo se podría salvar por la vía de la modificación de esta Ley orgánica. No parece razonable, ni su admisión, ni la posibilidad de que se pueda alcanzar el número de apoyos necesarios para emprender esta reforma.

El Poder Judicial está siendo el último baluarte de la defensa del Estado democrático de Derecho. Es fácilmente imaginable qué es lo que sucedería si se hubiese hecho realidad lo planteado por el Estatuto y, en definitiva, el desiderátum final de los nacionalistas.

Intentar recuperar el Consejo de Justicia de Cataluña no sólo sería un paso más hacia la construcción estatal deseada por el secesionismo, sino, además, demostrarles que la Constitución es tan flexible que, incluso, su sueño se podría hacer realidad si se encuentra el apoyo político suficiente.

Un mal camino. Recuperar el pasado tiene estos efectos. Es como intentar reconstruirlo para aflorar otra realidad. Y no es posible, ni, incluso, deseable. Recuperar el pasado para que los derrotados se conviertan en vencidos, no es superar la división, es crear una nueva división. Y recuperar lo anulado del Estatuto es ofrecerles a los secesionistas una pieza esencial para, en la siguiente fase, desarmar definitivamente al Estado democrático de Derecho. Ofrecerle la pieza del Poder Judicial.

Es la Política elevada a espectáculo. Es irrelevante que lo prometido se pueda hacer realidad. Lo único importante es crear la esperanza de que se puede. La imagen subyuga al mensaje.

(Expansión, 19/06/2018)

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