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Buenismo, malignismo y poderismo


El populismo es la palabra del momento. Francesc de Carreras, hace algunos días, explicaba que el populismo es una “estrategia para acceder y conservar el poder [que] le permite cobijar ideologías muy distintas”, porque su pilar referencial es la salus populis, el bien del pueblo, entendido como conjunto de personas, que está por encima de cualquier otro, en particular, de la libertad. El populismo es colectivista; no lo hay individualista. En el fondo, es un pueblo en permanente estado de minoría de edad. Desvalido. Maltratado. Necesitado de tutela. Enfrente: el mal. El mal de males. El populismo es buenista, pero también malignista. Un relato en blanco y negro, bobalicón, simplista, de western, que necesita del poder. Lo necesita, porque es la palanca para remover el mal y los malos, para castigarlos y asegurar el éxito del bien absoluto del pueblo. Es, por lo tanto, intervencionista. Profundamente intervencionista. Es el poderismo. La estrategia que se convierte en ideología del poder. El medio es, en realidad, el fin. Alcanzar el poder. Y, conservarlo. Todo vale. Lo hemos visto en el caso griego. Se organiza un referéndum para que el pueblo diga “no”, para luego decir “sí”, incluso a aquello peor a lo rechazado. Pero con una protección: la del pueblo mismo. El rehén. Si no se consigue lo pretendido es porque los malos, malísimos, lo han impedido. Buenismo, malignismo y poderismo. Estas referencias pueden ser asumidas por una orgía ideológica. Hasta Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional, ha afirmado que el resultado del referéndum griego “ha sido un no de libertad. Una victoria del pueblo contra los oligarcas.” Lo mismo que han dicho los dirigentes de Syriza y de Podemos. No hay contradicción. Participan de las mismas referencias. Como el nacionalismo. En el caso catalán, dos populismos parecen pelear en el escenario político. Buenismo, malignismo y poderismo están también presentes. Pero hay una diferencia. Al menos, por ahora. El izquierdista, no ha asumido mayoritariamente la independencia de la nación, como el Olimpo redentor de todos los males. Si lo hace, se produciría una situación paradójica: se rompería la unidad y la paz nacionales. Es difícil de determinar que es peor para el nacionalismo que el populismo sea independentista o que no lo sea; que el populus de clase esté dentro o fuera del marco nacional. El afán intervencionista es una gravísima amenaza.Las primeras decisiones del nuevo gobierno municipal de Barcelona ilustran lo que digo.

El Ayuntamiento de Barcelona ha suspendido la tramitación de planes urbanísticos y proyectos de gestión urbanística, el otorgamiento de licencias y / o comunicaciones para la apertura, instalación o ampliación de las actividades correspondientes a hotel, hotel-apartamento, pensión y hostal, apartamento turístico, residencia de estudiantes y albergues juveniles, así como el otorgamiento de licencias de nueva planta, gran rehabilitación, reforma o rehabilitación y / o las comunicaciones vinculadas a la instalación o ampliación de las actividades indicadas. Es una suspensión cautelar que contempla la legislación urbanística. Tiene su lógica: ¿para qué se van a autorizar actividades que luego pueden entrar en conflicto con la nueva ordenación urbanística? Ésta es la lógica jurídica. No es la política. En ésta se observa, primero, hasta qué extremo puede llegar el poder. Puede planificar una actividad económica tan relevante como la turística. La vía es la del urbanismo. En este caso, apoyado en el argumento del desarrollo sostenible. Una de las peculiaridades de la política y del Derecho ambientales es que siempre facilitarán una excusa, ampliamente admitida, que justifica la intervención. Como no hay actividad humana sin impacto ambiental, la gestión de este impacto permite al poder incidir, afectar o intervenir cualquier actividad. Vivir es contaminar. Somos organismos exoenergéticos. Necesitamos la energía del entorno. Esta necesidad sirve de base al poder para controlar la libertad. La protección ambiental es la justificación universal. Aquí también. Se quiere planificar la actividad turística para proteger, nos dicen, las posibilidades de uso y disfrute de los recursos naturales por parte de las generaciones futuras. Es una excusa. Proteger a aquellos que no existen y que no podemos saber qué es lo que desean. Sin embargo, unos sumo sacerdotes de la bondad universal nos lo pueden decir. Buenismo, malignismo y poderismo. La alcaldesa Colau nos había advertido que por encima del Derecho está la justicia, o sea, la suya: “salus populis suprema lex”. El populismo interpreta los deseos de las generaciones futuras, decide que el turismo es peligroso y, como ya se está adelantado en la Memoria que sirve de explicación a la suspensión, habrá que reducirlo sobre la base de la intervención brutal.

El poder intenta atrapar entre sus dedos la realidad que se le escapará como el agua. Podrán impedir hoteles, apartamentos y residencias, ¿cómo impedirá el alquiler de casas o habitaciones para el disfrute por los turistas? Este uso, desde hace un año, se mantiene en Barcelona suspenso. ¿Ha desaparecido? No. Ha multiplicado la ilegalidad. Y ha reduplicado el problema. Podrán seguir impidiendo las formas de la denominada economía colaborativa pero ¿durante cuánto tiempo? Buenismo, malignismo y poderismo sólo conseguirá, por un lado, crear un mercado de la ilegalidad, sin derechos para nadie, aún menos para los usuarios y, por otro, los que ya están instalados, los propietarios de los hoteles, apartamentos y residencias, podrán incrementar sus precios para monetizar el privilegio que les ha otorgado el poder con sus restricciones. El pueblo, el medio ambiente y el desarrollo sostenible son los salvoconductos para proteger a los nuevos rentistas del poder. En Cataluña, el ciudadano debe elegir entre el colectivismo populista o el colectivismo nacionalista. Las amenazas a la libertad se reduplican.

(Expansión, 16/07/2015)

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