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Mostrando entradas de 2019

Vanidad

Max Weber afirmaba que uno de los pecados capitales de los políticos es el de la vanidad; “la vanidosa complacencia del sentimiento del poder” porque el poder es adorado por lo que es, sin más, para el disfrute del vanidoso. El poder es el Estado. La política es la acción del Estado (política de Estado) y la que hace de la política del Estado su objeto (política de partidos). El Estado es el centro del poder y la política tiene en el poder su objeto principal. Es el gran instrumento de transformación; porque sólo él tiene la capacidad de imponerse. Ni el liberalismo lo desconoce cuando mantiene una ambivalencia calculada. Critica al Estado y al poder, como opresor de la libertad, tanto como los necesita, precisamente, para proteger a la libertad. No hay libertad sin Estado, es el terrible desiderátum histórico al que hemos llegado. Nos lo vuelve a recordar Acemoglou y Robinson, en su último libro “ El pasillo estrecho. Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad ”. Nos habla del di

Después de la veisalgia

La veisalgia tiene unos síntomas muy precisos, según la enumeración que encontramos en la Wikipedia : amnesia ligera o pérdida de la memoria; alteraciones gástricas; cefalea o dolor de cabeza; ortostatismo y sed intensa; dolor abdominal y muscular; posibles flatulencias y embotamiento nervioso. Sí, son los síntomas de la resaca. Y son los que sentimos tras la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión en el caso Junqueras . Amnesia (“no me lo puedo creer”), alteraciones gástricas (“dolor de estómago”), cefalea (“cómo vamos a resolver este desastre”), ortostatismo (cuántas horas hemos estado sentados intentando encontrar una respuesta) y dolor, mucho dolor (“¿por qué nos hacen esto?”), flatulencias, algunas y embotamiento nervioso, mucho. En el plano de la doctrina judicial, afirma que se accede al cargo de diputado europeo con la publicación del resultado electoral. Se marca el camino para la eliminación entre nosotros del acto de acatamiento. El proverbial papanatismo de algunos e

Anti-europeísmo y Junqueras

Krastev y Holmes, en su libro “ La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la Guerra Fría, pero perdió la paz ”, indagan en las causas del anti-europeísmo de los países del Este, en particular, de Hungría, Polonia y Chequia. La democracia iliberal, término acuñado por Orban, el primer ministro húngaro, ha encontrado un suelo fértil en el que prospera por la arrogancia de los Estados occidentales. El fin de la Historia (Fukuyama) en el año 1989 fue entendido como que sólo hay una Historia, la contada por los Occidentales y conforme a los parámetros del Estado democrático de Derecho. Desde esa fecha, era legítimo exponer e imponer a los demás que sólo había una manera de vivir, de ser “civilizado”; en la que sobraban los nativismos, las singularidades, lo propio. Frente a la arrogancia se ha erigido la identidad. La que nos identifica como parte de un grupo trenzado de reglas, principios, costumbres, ... Compaginar esa identidad con otra como la europea es arduo y complejo cuando esta últi

Silencio ensordecedor

Jared Diamond en su reciente libro “ Crisis. Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos ” explica que las crisis que sufren los Estados son de dos tipos: o las explosivas o las que se van cultivando a lo largo del tiempo. En este último, se van dando pasos hasta que, sorpresivamente, sobreviene la crisis. Era impensable que naciones con una larga tradición democrática, por ejemplo, Chile, pudiesen alumbrar, en un momento determinado, una dictadura sangrienta que gobernó durante dieciséis años. Qué decir de la Guerra civil española. La crueldad con la que se emplearon unos y otros. Fernando del Rey, en su nuevo libro “ Retaguardia roja. Violencia y revolución en la guerra civil española ”, prueba de manera contundente la crueldad con la que se aplicaron los que antes habían sido vecinos, amigos, compañeros, conocidos, … en los pueblos de La Mancha desde julio de 1936 a febrero de 1937. Se llegó a tal grado de violencia insolente, tras un proceso de degradación, de encono, de o

Indiferencia centrífuga

Hannah Arendt decía que la política es el arte de “fabricar cierta imagen” y de “hacer creer en la realidad de esa imagen”. La política se banaliza para convertirse en imagen con la que convertirse en audiencia. Esta es, nos dice el Diccionario de la Lengua española, el “número de personas que reciben un mensaje a través de cualquier medio de comunicación”. Es más un número, una cantidad que, cuanto mayor, mejor. El precio a pagar es la simplificación. Una imagen vale más que mil palabras, el viejo dicho que sigue teniendo toda su validez. Se quiere llegar al mayor número de personas, pero no quiere decir a más ciudadanos. Sin embargo, engendra mayoritariamente profundos sentimientos negativos. A los españoles, según la encuesta del CIS de junio-julio 2019, la política les suscita desconfianza (34 % de los encuestados), aburrimiento (15,8%) e indiferencia (13,3), pero también irritación (9,2%). La tentación es, entonces, la política espectáculo; la nueva adicción. Más y más, porque lo

Mundo enfadado

Colombia es el último país que se ha sumado a la lista de enfadados oficiales. Paseando por la carrera séptima me iba topando, el día del paro nacional, el pasado día 27, con multitud de jóvenes que se quejaban del Gobierno del Presidente Duque. Se ha hecho famoso en Colombia el meme en el que, a un niño de 5 años, aproximadamente, se le preguntaba el porqué “participaba” en la protesta: “Por las pensiones”. Es una broma para mostrar la multiplicidad de las quejas. Todo el mundo está enfadado contra todo y contra nada. Tampoco lo saben e, incluso, es lo menos importante. Como español me sorprende el que las manifestaciones vayan encabezadas por la bandera nacional. En España sería inimaginable. En Colombia, como en Chile, Bolivia, Venezuela, México, … pero también en Francia, Italia y otros, la bandera es el símbolo de la nación, de todos los ciudadanos. Es el emblema de la unidad, de la identidad; de todo aquello que compartimos y nos constituye en sujeto político. ¿Por qué en España

La izquierda no roba

El dinero no tiene ideología; no tiene, tampoco, moral. ¿Por qué ha de tenerlas? Tampoco a los martillos se les pide, ni se les exige. Al dinero, sí. Lakoff ha formulado una polémica teoría sobre los “sistemas conceptuales morales” que distinguen a progresistas y a conservadores ( Política moral: Cómo piensan progresistas y conservadores) . Ciertamente, las coordenadas son las norteamericanas, pero nos ofrece una perspectiva interesante. El dinero no tiene ni ideología ni moral, pero, en cambio, sí que es objeto de la ideología y de la moral de progresistas y de conservadores para insertarse en los discursos que les ofrecen ropajes y coberturas a sus prácticas políticas. Un ejemplo, señero, nos lo ofrece la valoración del robo del dinero público (corrupción). Para los progresistas, los conservadores se sirven de los caudales públicos para satisfacer sus intereses egoístas, mientras que ellos, en cambio, para ayudar a los necesitados. Los conservadores cultivan el latrocinio egoísta; la

De Sevilla a Estocolmo

Tantos, tanto y durante tanto tiempo, pero, sobre todo, tan fácil. Lo más relevante no son los 19 condenados, lo más ilustre y granado del socialismo español, ni los 680 millones defraudados y los más de diez años de operativa; lo es la facilidad con la que se pudo cometer un fraude tan grosero; un sistema corrupto que incurría en irregularidades escandalosas. No podemos decir que estuviésemos ante una operativa exquisita, compleja y de refinada argucia jurídica. Hasta el año 2000 las ayudas socio laborales y a empresas se tramitaban como subvenciones. Debían cumplir los requisitos de publicidad, libre concurrencia, objetividad, legalidad, y fiscalización previa por la intervención. Para sortear estos obstáculos se acudió a la fórmula de la “transferencia de financiación” desde la Consejería de Empleo a una Agencia pública (IFA-IDEA) para que ésta pudiera abonar las que aquella Consejería decidía, pero sin someterse ni a publicidad, ni a concurrencia, ni a competencia, ni a reglas pree

La mentira como política

A Jonathan Swift se le ha atribuido, equivocadamente, como él mismo reconoció, la autoría del opúsculo titulado El arte de la mentira política (1727). Es una obrilla satírica, un panfleto, de un amigo de Swift, John Arbuthnot , que se sirve del humor para desplegar su crítica contra la política en la Inglaterra de fines del siglo XVIII, en particular, la practicada por los Whigs, los liberales. Sobra decir que Swift y su amigo, eran Tories, conservadores. La confusión ha empujado a hacer pasar por “académica” la famosa definición de la mentira política cuando es una humorada. La definía como “el arte de convencer al pueblo, el arte de hacerle creer falsedades saludables, y ello con algún buen fin.” El humor siempre ha sido una poderosa arma de crítica social. Acierta Arbuthnot cuando, al ridiculizarla, caracteriza a la mentira política como un arte; el arte de las “falsedades saludables”. Reivindica, como buen Torie, el derecho del pueblo a mentir. Rechaza que sea un monopolio en manos

Cadena de mando

Los representantes de la Nación, reunidos en Versalles como Asamblea Nacional Constituyente, aprobaron el 26 de agosto de 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. El artículo 16 proclamaba: “Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución.” 230 años después tenemos que recordar lo que significa. La Constitución marca la frontera entre la civilización y la barbarie. Es la norma con la que la nación asegura la garantía de los derechos de los ciudadanos. Y la principal garantía es la división de poderes. Quien mejor lo expresó fue, sin duda, Locke. Víctima de la intolerancia, Locke consideró que sólo se podía renunciar a las “libertades naturales” en favor de un Estado en el que los poderes estuvieran divididos porque sólo así, a diferencia de la monarquía absoluta, habrá juez y recurso de apelación a alguna persona que “justa e imparcialmente y con autoridad pueda decidir, y de cu