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Mostrando entradas de noviembre, 2019

La izquierda no roba

El dinero no tiene ideología; no tiene, tampoco, moral. ¿Por qué ha de tenerlas? Tampoco a los martillos se les pide, ni se les exige. Al dinero, sí. Lakoff ha formulado una polémica teoría sobre los “sistemas conceptuales morales” que distinguen a progresistas y a conservadores ( Política moral: Cómo piensan progresistas y conservadores) . Ciertamente, las coordenadas son las norteamericanas, pero nos ofrece una perspectiva interesante. El dinero no tiene ni ideología ni moral, pero, en cambio, sí que es objeto de la ideología y de la moral de progresistas y de conservadores para insertarse en los discursos que les ofrecen ropajes y coberturas a sus prácticas políticas. Un ejemplo, señero, nos lo ofrece la valoración del robo del dinero público (corrupción). Para los progresistas, los conservadores se sirven de los caudales públicos para satisfacer sus intereses egoístas, mientras que ellos, en cambio, para ayudar a los necesitados. Los conservadores cultivan el latrocinio egoísta; la

De Sevilla a Estocolmo

Tantos, tanto y durante tanto tiempo, pero, sobre todo, tan fácil. Lo más relevante no son los 19 condenados, lo más ilustre y granado del socialismo español, ni los 680 millones defraudados y los más de diez años de operativa; lo es la facilidad con la que se pudo cometer un fraude tan grosero; un sistema corrupto que incurría en irregularidades escandalosas. No podemos decir que estuviésemos ante una operativa exquisita, compleja y de refinada argucia jurídica. Hasta el año 2000 las ayudas socio laborales y a empresas se tramitaban como subvenciones. Debían cumplir los requisitos de publicidad, libre concurrencia, objetividad, legalidad, y fiscalización previa por la intervención. Para sortear estos obstáculos se acudió a la fórmula de la “transferencia de financiación” desde la Consejería de Empleo a una Agencia pública (IFA-IDEA) para que ésta pudiera abonar las que aquella Consejería decidía, pero sin someterse ni a publicidad, ni a concurrencia, ni a competencia, ni a reglas pree

La mentira como política

A Jonathan Swift se le ha atribuido, equivocadamente, como él mismo reconoció, la autoría del opúsculo titulado El arte de la mentira política (1727). Es una obrilla satírica, un panfleto, de un amigo de Swift, John Arbuthnot , que se sirve del humor para desplegar su crítica contra la política en la Inglaterra de fines del siglo XVIII, en particular, la practicada por los Whigs, los liberales. Sobra decir que Swift y su amigo, eran Tories, conservadores. La confusión ha empujado a hacer pasar por “académica” la famosa definición de la mentira política cuando es una humorada. La definía como “el arte de convencer al pueblo, el arte de hacerle creer falsedades saludables, y ello con algún buen fin.” El humor siempre ha sido una poderosa arma de crítica social. Acierta Arbuthnot cuando, al ridiculizarla, caracteriza a la mentira política como un arte; el arte de las “falsedades saludables”. Reivindica, como buen Torie, el derecho del pueblo a mentir. Rechaza que sea un monopolio en manos

Cadena de mando

Los representantes de la Nación, reunidos en Versalles como Asamblea Nacional Constituyente, aprobaron el 26 de agosto de 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. El artículo 16 proclamaba: “Una sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de poderes determinada, no tiene Constitución.” 230 años después tenemos que recordar lo que significa. La Constitución marca la frontera entre la civilización y la barbarie. Es la norma con la que la nación asegura la garantía de los derechos de los ciudadanos. Y la principal garantía es la división de poderes. Quien mejor lo expresó fue, sin duda, Locke. Víctima de la intolerancia, Locke consideró que sólo se podía renunciar a las “libertades naturales” en favor de un Estado en el que los poderes estuvieran divididos porque sólo así, a diferencia de la monarquía absoluta, habrá juez y recurso de apelación a alguna persona que “justa e imparcialmente y con autoridad pueda decidir, y de cu

Acuerdo o desafección

Este periódico recogía ayer la opinión de 50 empresarios y altos directivos sobre qué es lo que le requieren al nuevo Gobierno. Hay tres ideas centrales: estabilidad, confianza y reformas. La estabilidad es la clave. Es la cualidad que aportaría confianza y es la condición para afrontar las reformas. El contexto económico es clave. La anunciada “desaceleración” exige un Gobierno con los adornos reclamados. Sin olvidar el reto secesionista en Cataluña, que también los necesitaría. Sin embargo, el sistema político español no está preparado para ofrecer lo que se le pide. Porque lo que se le pide es el fruto, hasta ahora, del bipartidismo y su producto estrella: la mayoría absoluta. Nos hemos acostumbrado a la estabilidad por la vía del ordeno y mando de la mayoría parlamentaria que creemos que es lo que debería de ser lo normal. No, no lo es; ya no lo es. Ni lo va a seguir siendo. El bipartidismo está muerto y, con él, las mayorías unicolores. Los ciudadanos quieren multipartidismo. Y lo