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Árbol de la corrupción



Painting of life tree in interoer of Shaki Khan palace, Azerbaijan National Art Museum, Usta Gambar Garabagi

El “árbol de la vida” es una de las representaciones mitológicas más exitosas de la Humanidad. No hay cultura, religión o sociedad que no se haya servido del árbol para expresar las virtudes más importantes a preservar. También hay un árbol de la corrupción: una semilla, que es la codicia, la inmoralidad; un tronco, el del poder discrecional, libre de control, relajado de cualquier cortapisa; y, sobre todo, un ambiente, el de la impunidad. Siempre hay y habrá corrupción, la diferencia radica en si el ambiente, institucional pero también social, político y económico, la alienta o la tolera. Cuando este ambiente es tan relevante, el árbol prospera; se pasa de los casos episódicos de la corrupción, a la institucionalizada. Cuando el sentido de las instituciones es el de depredar los recursos públicos, se convierte en una manera de concebir y entender el ejercicio del poder. El auto del Juez Velasco, en la operación Lezo, nos describe este árbol. 

En primer lugar, nos habla de la codicia. De la sed de dinero de los implicados. De cómo se atesora el dinero en paraísos fiscales, se reparte entre parientes, amigos y cómplices e, incluso, se derrocha manteniendo un tren de vida que suscita sospecha y llamadas a la prudencia. El cómo las empresas, adjudicatarias de las Administraciones, pagan, sin rubor, comisiones a los gobernantes. La codicia de gobernantes y empresarios, a costa de los recursos públicos.

En segundo lugar, el tronco, el poder, cuanto más discrecional, mejor. El poder en la contratación pública y el urbanismo. Ya no se pueden pegar los pelotazos de la burbuja inmobiliaria: “siempre quedará la contratación”. Ahora se está tramitando en el Congreso de los Diputados la nueva Ley de Contratos del Sector Público. Con la excusa, obligada, de la incorporación de las nuevas Directivas del año 2014, se revisa, para que todo siga igual. Por muchos artículos que se quieran añadir (más de 460), por muchos requisitos que se quieran imponer, por muchas restricciones, … no servirán para nada si no hay policías que controlen su cumplimiento. Aquí, el déficit del nuevo proyecto es escandaloso. El cinismo elevado al cuadrado. ¿Es imaginable el código de la circulación sin la Guardia Civil de tráfico? Todos sospechamos qué sucedería. Por mucho que se engorde el código, si no hay policía, será maculatura.

En tercer lugar, los controles existieron, pero o no funcionaron o se sortearon con extraordinaria facilidad. Se omitieron autorizaciones, se prescindió de informes de auditores independientes, se incumplieron las exigencias básicas, … Ni se detectó, ni tuvieron consecuencia alguna. No pasó nada. Ciertamente, en la operación más truculenta, la relacionada con la expansión internacional del Canal de Isabel II, se buscó el ámbito más propicio, con la interposición de empresas radicadas en el exterior. Pero eran empresas controladas por la matriz española y sobre ésta sí que deberían haber operado todos los controles. El que se hayan podido sortear con tanta facilidad es un indicio relevante.

En cuarto lugar, las empresas públicas son otro ámbito propicio. Están presentes, junto con los organismos descentralizados, en la mayoría de los casos que hemos conocido. La singularidad de su regulación, más flexible y relajada que la que soporta la Administración de las que dependen, sirve para sortear controles y exigencias. Es ya hora de que cuestionemos la legitimidad de las empresas públicas, fuente de ineficiencias y, ahora, también de corrupción; no tienen justificación. Una Administración es una Administración, no una empresa; la libertad de mercado, de la que disfruta ésta, no puede ser utilizada al servicio de la corrupción.

En quinto lugar, el ambiente de impunidad. No sólo porque los castigos no se aplican, sino porque la sociedad es tolerante, por mucho que ahora se indigne, con la corrupción. El político corrupto, para algunos, es una proyección del “yo”: si estuviera en la misma situación, también robaría. Es condescendiente con los fraudes privados (robos en establecimientos comerciales, engaños a las compañías de seguros, pagos sin IVA, …) y es comprensiva con los públicos. Está convencido, en consecuencia, de que, en las mismas circunstancias, todos lo harían, no sólo los políticos. No puede reprobar aquello que, en el fondo, también estaría dispuesto a hacer y que el substituto de los corruptos sería igualmente corrupto.

En sexto y último lugar, las instituciones funcionan, nos dicen. ¿Cómo puede ser noticia lo que debe ser normal? ¿Podrían no funcionar, acaso, si quisieran, aquellos que se sirven de tal argumento? Estas preguntas llegan en el momento en que transcienden las informaciones sobre la situación del Ministerio Fiscal. Parece que otra “normalidad” existe y, en esa otra, sí que es noticia el que las instituciones, los Tribunales y el Ministerio Fiscal, a pesar de las presiones, actúen.

Estamos viviendo un proceso histórico en el que la acumulación de casos durante tanto tiempo, ha hecho rebosar el vaso. De corrupción hemos pasado a corrupciones; y éstas amenazan con configurar un régimen corrupto. El árbol de la corrupción crece a nuestro alrededor. O sigue creciendo o se corta. Es el gran dilema de la España actual. Si sigue ascendiendo, ya sabemos qué es lo que va a pasar. Un tupido bosque tapará el progreso de España. El árbol de la corrupción matará al de la vida. Ése es nuestra presente disyuntiva.

(Expansión 03/05/2017)

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