En Catalunya ha causado estupor el escándalo protagonizado por F. Millet, antiguo presidente de la Fundación Palau de la Musica. El escándalo tiene más dimensiones simbólicas y políticas que materiales. Causa tristeza que una estafa de 20 millones de euros no sea importante en nuestra España de hoy. Ayer, El Mundo informaba que la red de corruptos de Marbella habían blanqueado más de 600 millones de euros. Como en casi todas las cosas de la vida, el nivel de escándalo varía de personas, sociedades, culturas, ... El nivel de escándalo en España en casos de corrupción ya está por encima de los 20 millones. El escándalo es simbólico y político. Es simbólico por los personajes implicados y también la institución. Los personajes son la quintaesencia de la burguesía catalana y la institución, la más representativa de la cultura catalana. Estamos hablando, por consiguiente, de estrellas de la sociedad civil catalana. Que "uno de los nuestros" haya robado al Palau es como aquél que ha robado el cepillo de la Iglesia. Es un crimen atroz. ¿Qué hacían las instituciones encargadas de velar por la correcta administración de la Fundación? Nada. Según parece, tenían sospechas como eran muchas las que la tenían. Nadie hizo nada, salvo una anónima persona que hace unos años presentó una denuncia ante Hacienda. La inactividad continuó. Esta inactividad parece estar relacionada con las importantes contribuciones que hacía Millet a los partidos nacionalistas. Es increíble como la más acrisolada representación de la sociedad civil catalana queda manchada de esta manera. El impacto psicológico es brutal.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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