Anoche, de madrugada, estuve acompañando a mi hijo mayor a visitar la concentración de la Puerta del Sol, en Madrid. Fue una experiencia muy interesante. No tenía un especial interés pero mi hijo si lo tenía y mucho. Quería conocer de primera mano qué es lo que ha concitado que tantos miles de personas se reuniesen en el centro de Madrid. La conclusión que he sacado es que no estamos ante ningún movimiento político con programa y dirección. Es una concentración de personas que sólo tienen en común el enfado, la indignación, el cabreo. Están muy enfadado con lo que ven, sufren y, sobre todo, con la pérdida de esperanza. Ni la causa ni la alternativa están definidos. La causa del enfado es el "sistema", todo y nada. Y la alternativa es igualmente indefinido: una amalgama incoherente de propuestas que sólo tienen en común que rompen en más o en menos con lo que ven. Es tan incoherente como criticar el sistema económico y los mercados y, al mismo tiempo, pedir un empleo, una casa, el pan, ... etc como si existiese otro sistema económico que pudiese facilitar, sin pérdida de las libertades, estos otros objetivos. Es lo de menos. Lo más importante es que están cabreados, muy enfadados pero tampoco saben muy bien qué es lo que hay que hacer: están convencidos respecto de qué es lo que no quieren pero no saben qué es lo que quiere. Esta indefinición acabará consumiendo la fiesta porque ¿qué es una fiesta sin música? Un entierro, así termina el chiste.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e
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