El nacionalismo no se cansa. Es una de su señas de identidad. El motor interior es potente. Alimentado con una extraordinaria maquinaria de difusión y proselitismo. La consideración de pueblo elegido y perseguido atribuye una fortaleza al discurso que no puede ser igualado por el que se le opone. El martirilogio es una fuente permanente de empuje constante hacia el sueño final. La historia, la reinterpretación de la historia es fundamental para la consolidación del imaginario colectivo. Hoy nos hemos desayunado con la enésima operación de propaganda (La 'represión y opresión' de España a Cataluña, según la Generalitat). No será la última. La maquinaria está trabajando a tope. Está bien engrasada y, sorprendentemente, cuenta con recursos suficientes. Gota a gota. Poco a poco. Bajo el impulso irrefrenable de cinco siglos de construcción de una realidad imaginada, el pueblo elegido y martirizado por dicha condición, alcanzará el sueño. Que agotamiento. Lo conseguirá por agotamiento.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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