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Referéndum, igualdad, ciudadanía

El referéndum celebrado en el Reino Unido ha provocado un terremoto. Muchos aspectos son objeto de reflexión. Uno que no me parece menor es, precisamente, el que se someta a referéndum la continuidad de la pertenencia del Reino Unido en la UE.

La institución del referéndum es cuestionada en el terreno político y jurídico. En una primera aproximación, el que los ciudadanos sean llamados a expresar su opinión, en relación con cierto tema, concita el apoyo de todos los partidarios de la denominada profundización de la democracia. Nuestra Constitución contempla esta posibilidad. El artículo 92 la recoge al disponer que “decisiones políticas de especial transcendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo de todos los ciudadanos”. Ha sido objeto de desarrollo por la Ley Orgánica 2/1980. En una democracia parlamentaria como la nuestra (art. 1.3 Constitución) es, como ha dicho el Tribunal Constitucional (Sentencia 103/2008), un cauce especial o extraordinario de participación política, puesto que el ordinario o común es el de la representación política, al que además, se ha de limitar a “complementar”, no a substituir. ¿Cómo complementa a la democracia parlamentaria? ¿cómo encaja en ésta?

La primera vía es la de reconocerle carácter consultivo. Así lo proclama el Derecho (en nuestro caso, el mismo artículo 92). Sin embargo, lo que el Derecho admite, la Política lo destruye. El caso del referéndum británico es ilustrativo. No es imaginable el que, con un referéndum con una participación tan elevada (más del 70 %) y un resultado estrecho pero claro (52%), la política se atrinchere tras el Derecho para desconocer la voluntad de los ciudadanos. La política tiene argumentos y fuerza para imponerse, incluso, a los términos más claros de la regla jurídica.

La segunda fórmula es la de fijar un elenco de materias que pueden ser objeto de consulta. Nuestra Constitución habla de “decisiones políticas de especial transcendencia”. En el caso del Reino Unido, es indudable que la cuestión planteada era de singular relevancia. Sin embargo, se requiere, a mi juicio, algo más. No todos los asuntos se pueden someter a la consideración ciudadana. Se ha de tener en cuenta, en definitiva, su complejidad para poder discernir si está al alcance de la capacidad del ciudadano medio el comprender las consecuencias de la decisión a tomar.

El caso de la salida del Reino Unido es muy elocuente. Los ciudadanos han debido decidir afirmativa o negativamente sobre un hecho cuyas consecuencias son múltiples e irreversibles. La valoración de tantas variables no sólo requiere de un grado propicio de información, sino también de formación. La democracia directa no es el camino apropiado. El resultado es el conocido. Los estudios demoscópicos realizados después del referéndum ponen de manifiesto que hay una correlación entre el voto a favor de la salida del Reino Unido y el menor nivel de educación, de tenencia de pasaporte (indicio de que no han viajado recientemente al extranjero), de nivel profesional y de salario, así como de mayor edad. El voto ha marcado la frontera entre el ciudadano capacitado para valorar todas las consecuencias de su elección y el que menos lo está. El primero se decantó por la permanencia, mientras que el segundo, por la salida. La derivada política de este hecho nos mueve al terreno de lo políticamente incorrecto. Nos topamos con el principio democrático de la igualdad política (voto) de los ciudadanos y el de la participación en los asuntos públicos. Sin embargo, es en otro plano en el que se suscita la cuestión verdadera: la aptitud del medio elegido, el referéndum, para que el principio democrático se exprese cuando se trata de la elección entre opciones complejas.

Los estudios, como el de Zohal Hessami (Kyklos, núm. 2, May. 2016), sobre la relación entre la complejidad de la materia planteada en los referenda y sus resultados, son concluyentes. Sobre la base de la experiencia Suiza, patria de la democracia directa, desde 1978 a 2010, la autora llega a la conclusión de que cuanto más compleja sea la cuestión objeto de examen, más dificultades suscita su valoración por el ciudadano medio, en particular, el coste/beneficio que le reporta. Esta circunstancia es extrema cuando se tiene más bajo nivel de educación. En consecuencia, más aleatorio se vuelve el resultado; menos racional.

Es responsabilidad de los dirigentes políticos determinar cuándo la democracia directa es el cauce adecuado para resolver, afirmativa o negativamente, cuestiones de gran complejidad. El gran error de lo sucedido no es el referéndum, tampoco es el resultado. El gran error es el del primer ministro D. Cameron por no haber valorado que no todas las cuestiones políticas pueden ser sometidas a la consideración directa del pueblo. Si el asunto a decidir es complejo y de consecuencias múltiples e irreversibles como el de la permanencia en la Unión Europea, el ciudadano medio ni tiene información suficiente, ni los conocimientos adecuados para emitir un juicio informado y apropiado. Como no lo tiene, se dejará guiar o por la mentira (como la de que Bruselas nos roba), la ideología más reaccionaria (como la xenofobia), la estupidez más descarada (como la de querer recuperar el control, la democracia, la soberanía del Reino Unido), o la simplicidad más infantiloide (como la de la liberación frente a la opresión de la UE). No nos puede sorprender que estos mismos argumentos, simplones y mentirosos, sean utilizados por los independistas catalanes. En el fondo, beben de las misma ubres autoritarias. Como ha sucedido en otros tiempos, el referéndum es el medio preferido por los populismos. Y lo es porque, convertido en un cauce para que el ciudadano medio se pronuncie sobre asuntos cuya complejidad no es capaz de calibrar, se dejará llevar por las inclinaciones más simples construidas, por los manipuladores políticos, sobre la base de las preocupaciones más primarias e irracionales de los ciudadanos. El reciente referéndum es la demostración definitiva. Ha ganado el populismo, xenófobo y euroescéptico. La democracia tiene distintas fuentes de expresión y el referéndum no es la mejor.

(Expansión, 29/06/2016)

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