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Crisis financiera y crisis regulatoria

La crisis que vivimos tiene dos dimensiones importantes: la crisis financiera y su proyección a la economía real y la crisis regulatoria. Mientras que aquella condena al cierre de empresas y al despido de millones de personas, la crisis regulatoria es, según se afirma, la causante de aquella porque o bien no ha regulado adecuadamente la actividad del sistema financiero o bien no la ha controlado suficientemente. El Estado y la regulación, con qué ingratitud te tratan. Cuando las cosas van bien, cuando el mercado funciona y cuando muchos se enriquecen, la regulación es un problema porque impone restricciones. Cuando las cosas van mal, cuando el mercado no funciona y cuando algunos no se enriquecen lo suficientes y otros muchos pierdan todo, la regulación es un problema porque no ha funcionado adecuadamente. El Estado siempre pierde. El momento presente nos muestra varias cuestiones de interés: cuando se habla de miedo, la avaricia, el riesgo excesivo, la irracionalidad, ... El Estado se presenta como la antítesis a todos estos estados psicológicos. Es como el mejor psiquiatra para solucionar estos estados psicológicos. No deja de ser curiosos que en estos momentos el Estado se presente como la quinta esencia de la racionalidad. Frente a la irracionalidad, la racionalidad del Estado. En realidad, frente a la irracionalidad, la cartera ilimitada. Esta es la cuestión esencial: los recursos ilimitados, aparentemente, que el Estado puede aportar. La racionalidad es el vestido con el que se quiere adoptar durante este proceso. La racionalidad hay que ponerla en juego no tanto para aportar recursos como para solucionar a largo plazo la situación de crisis en la que nos hemos encontrado. Hay que recordar que, en el fondo nos encontramos con un mercado, el inmobiliario con un activo, las viviendas, que se creían, y todos así lo hemos creído, que su valor no decaería nunca, un valor que tendría una rentabilidad ilimitada en el tiempo. A partir de esta expectativa irracional se han organizado expectativas irracionales cada vez más complejas mediante instrumentos imaginativos que resultan de la denominada ingeniería financiera. Aquella expectativa ha sido titulizada una y mil veces por los ingenieros financieros hasta alumbrar productos cada vez más opacos que han ocultado el origen y, sobre todo, el juicio irracional sobre el que se ha asentado. La regulación, que no los parches más o menos importantes en forma de liquidez aportada por la cartera ilimitada del Estado, debe afrontar, a mi juicio, dos cuestiones importantes: el mercado inmobiliario y la imaginación del sistema financiero. Aunque, en el fondo, se trata de lo mismo: un comportamiento irracional, lo que algunos han denominado como la exuberancia irracional (Alan Greenspan). Una irracionalidad de todos los partícipes en el mercado. De esta irracionalidad de los individuos se quiere contraponer la racionalidad del Estado, como si este, en manos de los políticos, pudieran ser el mejor ejemplo de la racionalidad. La crisis nos enfrenta con el lado oscuro del cerebro humano. Más que la caída del muro de Berlín de la economía de mercado, estamos ante el vértigo, eternamente repetido, de que los seres humanos no actúan, siempre, racionalmente, como algunos se empeñan

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