La crisis económica está produciendo situaciones que hace unos meses podían ser consideradas como revolucionarias. Una de las más grandes empresas del mundo, como General Motor, tendrá como principales accionistas, el Gobierno federal norteamericano (con un 60 por 100 del capital) y el fondo de pensiones de los sindicatos del sector (con un 18 por 100). Es una situación inedita en periódo de paz en Estados Unidos y, sobre todo, absolutamente inédita en el caso de una empresa de tales dimensiones. Los comentarios se mueven entre la resignación y el reconocimiento del cambio revolucionario que supone. El pragmatismo hace acto de presencia. Algunas advertencias ha manifestado el único competidor que permanece vivo sin ayuda estatal (Ford Company). Una advertencia de que el control estatal no rompa las reglas de la libre competencia. Es inédito el papel del Estado de accionista mayoritario de una gran compañía como GM. Los comentaristas ponen de relieve el conflicto de intereses entre el Estado-empresario y el Estado-poder público. Aquél responde ante los accionistas, este ante los contribuyentes. ¿Quién marcará las decisiones de la compañía? Como reconoce el Presidente Obama, el Estado debe aprender a hacerlo. Y luego, en fin, el gran reto de la salida: ¿cuándo y cómo? Otros comentarios ponen de relieve que no es la solución al problema sino, al contrario, incrementará el problema porque un propietario público no puede afrontar las causas estructurales de la crisis de GM. La crisis económica está creando monstruos en la cultura económica y empresaria norteamericana. Es un cambio demasiado revolucionario justificado por las circunstancias extraordinarias. Veremos cómo evolucionan los acontecimientos.
G.M. Files for Bankruptcy - NYTimes.com
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