Siempre he destacado, y así se lo insisto a mis estudiantes, la importancia de la palabra. En la argumentación jurídica, recuerdo, debemos comenzar por la palabra. Leyendo a Alexy (El concepto y la naturaleza del Derecho, Ed. Marcial Pons, Madrid, 2008) he descubierto al filósofo John L. Austin. Este teorízó sobre estas cuestiones a mediados del siglo pasado. Me ha interesado su insistencia en que "primero la palabra" aunque, como recuerda Alexy, no tiene por qué ser la "ultima palabra" en la argumentación jurídica. Es un punto de partida, no un punto de llegada. No puede serlo, además. Un artículo en el que Austin argumenta sobre estas cuestiones es el el titulado "A Plea for Excuses" que también cita Alexy. Podemos encontrar una edición en castellano de los trabajos de Austin en la que se encuentra el trabajo citado. Me refiero al libro titulado Ensayos filosóficos (Alianza Universidad, Madrid, 1989). Un párrafo me parece ilustrativo de lo que digo:
"el lenguaje ordinario no puede tener la pretensión de ser la última palabra, si es que existe tal cosa. Incorpora, realmente, algo mejor que la metafísica de la Edad de Piedra, a saber, como se dijo: la experiencia y la agudeza heredadas de muchas generaciones de hombres. Ahora bien, esa agudeza se ha centrado primariamente en las ocupaciones prácticas de la vida. Si una distinción funciona bien para los propósitos prácticos de la vida ordinaria (lo cual no deja de ser una hazaña, pues incluso la vida ordinaria está llena de casos difíciles), entonces es seguro que tiene que haber algo en ella, algo remarcará; aunque es bastante de esperar que no sea la mejor forma de ordenar las cosas si nuestros intereses son más amplios o más intelectuales que los ordinarios. Y además esa experiencia se ha obtenido sólo de las fuentes al alcance de los hombres corrientes a lo largo de la mayor parte de la historia civilizada; no se ha alimentado de los recursos que proporcionan el microscopio y sus sucesores. Y debe añadirse también que la superstición y el error y la fantasía de todos los géneros se han incorporado al lenguaje ordinario e incluso a veces soportan la prueba de la supervivencia (sólo que, cuando lo hacen, ¿por qué no habríamos de detectarlo?). Ciertamente, pues, el lenguaje ordinario no es la última palabra: en principio en todo lugar puede ser complementado y mejorado y suplantado. Pero recordemos, es la primera palabra." (página 177)Esta última frase es la clave: comenzar por el lenguaje ordinario pero este no puede poner el punto final en cualquier argumentación o discusión. En el caso de las basadas en Derecho, aquel lenguaje puede servir de comienzo pero la conclusión debe enriquecerse de razonamientos que se alejan de aquél lenguaje. En todo caso, es una estrategia del razonamiento que tiene el interés de marcar el comienzo. El océano de la duda tiene una espita por la que comenzar a sorber.
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