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Adios 2013, ¡por fin!


No recordaré con cariño este año ya, por fin, fenecido. Se acabó. Me propongo olvidarlo con entusiasmo. Para muchos ha sido un mal año. Nefasto. Repasando los acontecimientos sólo la palabra crisis me aparece en todas sus dimensiones. Crisis, crisis y más crisis.

A la crisis económica se le ha suma la política, la institucional e, incluso, la moral. Estamos ahogados en la crisis. A todas le hemos dedicado la atención que se merece. La crisis económica es la de la pobreza. La política es la de la desafección. La institucional es la desmembración territorial del Estado. Y la moral es la de la corrupción. Es una simplificación. La corrupción es el fracaso de un sistema colectivo de creencias en unos valores que nos identifica como sociedad democrática. También es el resultado un sistema institucional permisivo, lento en sus controles y aún más, en administrar los castigos. No me refiero sólo a la corrupción política. También la empresarial. El espectáculo de las cajas de ahorro como territorio de confluencia de lo político y lo empresarial ha sido dantesco. Los años que todavía nos queda para purgar todos los excesos cometidos por esa confluencia de las fuerzas del mal.

La política. Siempre la política. En cualquier cruce de caminos de nuestra historia reciente la política hace acto de presencia. Siempre con una carga negativa. La política y los políticos. La desafección que tanto se ha comentado. El hartazgo de la política como fuente de problemas y de pocas o nulas soluciones. Los resultados recurrentes de los barómetros de opinión. La política, los políticos y la corrupción en los tres primeros puestos.

Todo apunta hacia el pesimismo. Es un sentimiento recurrente entre nosotros estudiado por Núñez Florencio (El peso del pesimismo). ¿Somos pesimistas por vocación? El pesimismo no es asumir la dureza de las circunstancias que te tocan vivir. Es creer que no hay esperanza. El pesimismo es la ausencia de esperanza. No. No lo creo. Hay esperanza. A pesar de las adversidades de este año tan duro, en el fondo, creemos que cambiará y que el nuevo año será mejor.

El pesimismo, entre nosotros, está a caballo entre la crítica, incluso ácida a las instituciones pero también a la sociedad, a los españoles. Tenemos lo que nos merecemos. Y como no vamos a cambiar, estamos condenados a repetir la misma historia. Este tipo de comentario seguro que lo hemos leído repetido a lo largo de este año. Vuelven los problemas. No se terminan de ir nunca. La crisis económica, la política, la institucional y la moral, se repiten y se vuelven a repetir. Incluso, la crisis territorial, el reto secesionistas. Cuantas veces hemos oído rememorar lo pasado en relación con Cataluña.

La repetición de los problemas, la creencia en que los problemas se repiten, conduce a la desesperanza y al pesimismo. Ortega hablaba de la conllevanza en relación con Cataluña. Es una manera de vivir. A pesar de todo, a pesar de tanto problema, a pesar del pesimismo, estamos aquí. Continuamos estando aquí. Si miramos hacia atrás es impresionante lo que se ha avanzado. Se podría considerar que los problemas no terminar de solucionarse que se repiten, que reviven, pero … estamos mejor.

Creo que el éxito del nacionalismo es su capacidad para calar en los ciudadanos haciéndoles olvidar lo más básico del sentido común: no hay ninguna razón-razonable que justifique la secesión de Cataluña de España. Nunca Cataluña ha podido disfrutar de mayor nivel de prosperidad y de libertad en su Historia. Nunca. Y no se ha producido ninguna humillación, ni ofensa que justifique la separación. No. Es el sentido común más básico que se terminará imponiendo. El sentido del ciudadano medio que, enfrentado a los problemas, acude a la esperanza porque el pesimismo sólo los alimentas.

Mis mejores deseos para el nuevo año. Esperanza y más esperanza. España es una nación difícil, ser español es difícil pero estamos encantados y esperanzados de que esta forma de ser y de vivir es la que más nos hace libres

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