Desde que Orwell acuñara el término “neolengua” en su libro “1984”, ésta se ha convertido en una palabra recurrente con la que identificar a la lengua del poder. Según Orwell, la “neolengua” era la lengua oficial, creada para servir a las necesidades ideológicas del poder. Una creación artificial. El cómo se producía dicho servicio era bien claro: servir a las conveniencias de comunicación, como todas las lenguas, pero con una finalidad política determinada: la de ocultar la realidad, cuando fuera preciso, tanto como la de proclamar o expresar otra realidad, cuando fuera, igualmente, imperioso, siempre según las exigencias del poder.
La izquierda ha utilizado profusamente esta expresión. En su crítica del capitalismo, ha denunciado la neolengua del “sistema”, cuyos efectos “perversos” aquélla oculta. Una de las vías de manipulación de las clases populares. Y los medios de comunicación, su canal de difusión. Si Pablo Iglesias, expresión quintaesencial de las izquierdas más radicales, denuncia nominatim a un periodista de El Mundo y, en general, a todos los periodistas que no sirven a la causa, está exponiendo la ortodoxia marxista. Los medios de comunicación y los periodistas deben elegir entre el servicio al “sistema”, a los propietarios de los medios de comunicación y, en general, a los de los medios de producción capitalista, o a la “causa”. Y esta es la del “derecho democrático” del "derecho a la información" que justifica el “control público” de los medios y de los periodistas. La “neolengua” del populismo y del autoritarismo.
Toda causa política tiene su neolengua. Es un frente más de la lucha contra el enemigo y de afianzar la acción. El nacionalismo catalán lo tiene bien claro y, además, desde hace mucho tiempo. Habla de “desconexión” cuando se refiere a la ilegalidad; del “derecho a decidir”, cuando se trata de autodeterminación; de “judicialización de la política”, cuando pretende la impunidad de la ilegalidad; de “violencia judicial” cuando un juez aplica el Derecho; de “democracia” cuando es la imposición de unos sobre todos, … El ex President Mas denuncia que “el Estado español no tiene proyecto atractivo para una parte muy numerosa de la ciudadanía catalana”. ¿Y cuál es el “proyecto atractivo” de la Cataluña del oficialismo nacionalista para la mayoría de los catalanes que no participan del secesionismo? ¿El que quema en la televisión pública una Constitución, publica libros con la lista de “colaboracionistas”, hace público un manifiesto a favor de la imposición del monolingüismo, …? ¿El que impide que se cumpla la legalidad y las sentencias de los tribunales sobre los derechos a un bilingüismo equilibrado en las escuelas?
La neolengua del nacionalismo intenta expresar la “fortaleza democrática” del movimiento secesionista y oculta la imposición autoritaria de unos sobre la mayoría. No sólo de catalanes, sino de todos los españoles. Ha adulterado términos sagrados como “libertad” y “democracia”. Es “libertad de expresión” quemar la Constitución. En cambio, es “provocación” el que los miembros de Societat Civil Catalana organicen actos en lugares públicos expresando que otra Cataluña existe; queriendo dar visibilidad a los otros, a la mayoría silenciosa, la que participa del deseo de seguir formando parte de España como así sucede desde hace siglos. España no es España sin Cataluña. Es una de sus partes constitutivas. Así ha venido sucediendo, como digo, desde hace siglos. El nacionalismo se empeña en adulterar la Historia, como hace con las palabras.
“Democracia” y “derecho a decidir” son eslóganes de enorme éxito. Tanto, que fuera de Cataluña, algunos se lo han creído. Que no nos traten como a menores de edad, se ufanan en reclamar los secesionistas. Que se pueda decidir, concluyen. El gran error es considerar que el problema está en decidir. Para llegar a ese momento, necesitamos resolver varias cuestiones previas, imprescindibles: decidir, ¿en virtud de qué derecho? ¿cuál es la fuente de tal derecho? y ¿cómo se podría ejercer? El derecho a decidir no es otro que el de autodeterminación. No está reconocido en Constitución alguna que nos pueda servir de referencia, salvo que incluyamos a la de Etiopía, y debe ser reconocido por un texto normativo con la fuerza jurídica adecuada. No lo hay. Ni el Derecho internacional lo reconoce a un territorio de un Estado democrático, el cual, no es, por ende, una colonia. Y, en cuanto a cómo ejercerlo, debe serlo, como sucede con todos los derechos, según el procedimiento previsto en el ordenamiento jurídico. Ni Cataluña tiene tal derecho, ni hay procedimiento que contemple su ejercicio. Y no puede tenerlo, porque sólo los ciudadanos son, conforme a la Constitución, titulares de derechos. “Neolengua” es la lengua del poder que sirve a sus necesidades. El nacionalismo gobernante ha creado, como no podría ser de otra manera, su propio lenguaje que sirve para construir una realidad institucional alternativa en la que, incluso, su éxito vendría a ser la solución a todos los males. No hay problema que no encuentre en la república independiente arreglo. Sólo hay uno, y del que se habla bien poco: la corrupción. No deja de ser curioso. Al menos, la “neolengua” no es capaz de afrontar uno de los graves problemas de la realidad presente; el que proyecta una tupida sombra de sospecha sobre las Administraciones catalanas. La imaginación orwelliana tiene límites. La “neolengua” nacionalista, también.
(Expansión, 26/04/2016)
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