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Los dos caminos de la estabilidad

Que el resultado de las elecciones en el País Vasco y en Galicia marque el futuro de la gobernabilidad de España es la imagen más perfecta de lo que es hoy nuestro país: descentralización y unidad. Dos Comunidades, de las denominadas históricas, que tradicionalmente han representado la estabilidad política, enseñan al resto del Estado, no sólo su importancia, sino, el cómo alcanzarla. Para lo bueno, pero también, para lo malo.

En Galicia y en el País Vasco se ha producido lo que ya se vaticinaba, desde hace mucho tiempo. Han ganado los partidos gobernantes. Que sean el PP o el PNV, en cierta medida, es irrelevante. El ciudadano ha buscado la estabilidad frente a tanta incertidumbre. Ha sido y es la principal cuestión en el presente momento político. Los españoles no están para aventuras. La incertidumbre es un sentimiento tan opuesto a nuestro ADN social e individual que es rechazado en todas las culturas. En el altar de la seguridad se sacrifica todo; incluso, la libertad. Quien ofrece certidumbre, seguridad, gana. En la escena política española es muy importante. Por esto seguirá ganando el PP. Cuanta más incertidumbre, más miedo y más búsqueda, incluso, a la desesperada, irracional, de la alternativa que ofrezca normalidad, seguridad. Es un lugar común afirmar que el miedo se ha convertido en un actor en la política española. Es el sentimiento que llama a protegerse, a defenderse. Ese sentimiento de corto vuelo. Instintivo. Como resguardarse frente a la lluvia. No precisa de mayor razonamiento. Luego nos preocupa cómo los ciudadanos han renunciado a la verdad, o que ya no triunfen las explicaciones o los datos de los expertos. O por qué no desgasta la denuncia de la corrupción. Se habla de la época de la “postverdad”. Porque la verdad no equilibra o corrige el miedo. Al contrario, lo puede alentar. Cuando se llama a rebato, sólo queda la reacción instintiva para afrontar aquello que supone una amenaza.

Es lógico que la estabilidad haya ganado mucha importancia. Frente a la incertidumbre, es el antídoto perfecto. Todo queda opacado. La corrupción es lo más sobresaliente. O la mala gestión. Todo. Es la manera de afrontar la incertidumbre. Y el resultado de las elecciones vasca y gallega ofrecen el camino. Ahora bien, no nos equivoquemos. Mientras que en las elecciones gallegas la estabilidad es fruto de una elección política, en el caso de las vascas, lo es, también, de las reglas. Un peculiar, pero exitoso, procedimiento de investidura del presidente, ha garantizado la estabilidad en el País Vasco. La inteligencia de establecer unas reglas que permiten gestionar un panorama político muy dividido. Un Parlamento con múltiples representaciones, anticiparon la exigencia de evitar, ante la ausencia de bipartidismo, la ingobernabilidad de Euskadi. En cambio, el régimen político de la democracia española estaba condicionado por el objetivo de inducir el bipartidismo, de ahí las reglas de investidura. Cuando la democracia española ha roto con el bipartidismo, las piezas del sistema no encajan.

Una conclusión es importante. Por un lado, que la incertidumbre en la que estamos insertos es la consecuencia no querida del régimen político del bipartidismo. Cuando éste ha sido sepultado, las piezas no encajan, provocando la situación comentada. Y, por otro, de haberse adoptado otro modelo de democracia, como en el País Vasco, asentado sobre el multipartidismo, seguramente, no estaríamos ni ante la incertidumbre ni ante minorías de bloqueo. El reto, casi imposible, es cómo alcanzar la estabilidad cuando el régimen político se basa en una premisa, la del bipartidismo, que ya no existe.

El caso vasco nos ha mostrado que se necesita un cambio institucional para recuperar la estabilidad y gestionar la incertidumbre. La búsqueda de una solución política, a la gallega, está condenada al fracaso. La máquina del tiempo no tiene marcha atrás. La única estabilidad es la que las normas facilitan en un contexto de democracia multipartidista. No se pueden cerrar los ojos ante la evidencia. Se le podrá y se le deberá seguir exigiendo a Sánchez que deje gobernar a Rajoy, pero tiene la oportunidad de imponer una condición: emprender las reformas institucionales e, incluso, constitucionales, para que las reglas de la democracia española se ajusten a la realidad de nuestra democracia. Mientras esto no se produzca, viviremos en una eterna inestabilidad que, por mucho miedo que se intente insuflar, no conseguirá cambiar lo que ya se ha convertido en un cambio en el ciclo político de nuestra Historia: España es una nación de cuatro partidos. Debemos acomodar las reglas a esa realidad para que, como en Euskadi, se pueda gobernar y, además, alentando los consensos. Frente a los que creen que el camino es el de Santiago, la Historia marca, en cambio, el de la Virgen Blanca.

(Expansión, 26/09/2016)

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