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Golpe fracasado, golpe victorioso


La prioridad es parar el golpe. Esto es lo que se repite hasta la saciedad. Sin embargo, el golpe ya ha fracasado. Por dos razones, por un lado, porque el Estado de Derecho ha funcionado y está funcionando; ha conseguido, mediante actuaciones judiciales, quebrar la logística, haciendo que materialmente el referéndum no se pueda llevar a cabo. Mas esto no quita el que pueda haber “actos” más o menos folclóricos en los que los independentistas simulen votar o cualquier otra fantochada. Y, por otro, porque se ha destruido la posibilidad de construir la apariencia de un referéndum según las reglas internacionalmente reconocidas. No están consiguiendo respetar ni la legalidad que ellos mismos habían establecido. Ésta es la medida definitiva del fracaso. Si no son capaces de cumplir sus reglas es porque han perdido el control de los hechos, alejándose de lo que pretendían.

Ahora bien, hay otro golpe: el del relato. La política es el arte de convencer al mayor número de personas de que algo se puede alcanzar, bajo el liderazgo de una persona, un partido o una institución, mediante el disfrute del poder. La capacidad de persuasión del relato político es fundamental para tal fin. En este terreno, el golpe se está consumando. Probablemente, lo que estamos viviendo pretende consolidar la victoria. El constitucionalismo ha perdido; lleva exangüe en Cataluña desde hace mucho. No sólo la presencia del Estado en el territorio es residual, sino también en la del discurso. El que en Cataluña muchos se puedan creer que Cataluña es una colonia o que España es un Estado autoritario o que hay, como alienta Podemos, presos políticos, o que, como ha sostenido la alcaldesa Colau, el Estado quiere “arrasar” Cataluña, no es la demostración del éxito propagandístico del secesionismo, sino de la inexistencia, durante años, de otro relato de España y sobre España. Años y años de abandono han permitido que un único discurso monopolice la “explicación” de la realidad catalana. Más que éxito, lo que se ha producido estos años, ha sido la renuncia al combate por incomparecencia.

Para los secesionistas estamos viviendo la fase de la confirmación de la veracidad del relato: España es un Estado represivo que atropella los derechos de los catalanes. Se necesita, por un lado, de mártires que lo corroboren. Es el papel de Puigdemont. Sus últimas actuaciones van dirigidas a focalizar en él la reacción del Estado de Derecho. Y, por otro, la obligada actuación del Estado para perseguir la ilegalidad. Se cierra el círculo. Los dudosos entenderán que, en efecto, la única solución es la secesión. La profecía auto-cumplida, la llaman los sociólogos; el augurio que es la causa de su realización. Es algo distinto, confirmar lo idealizado, mediante la reacción del Estado, debidamente provocado: que España es una tiranía, incitar la reacción que lo vendría a reafirmar. Encaja en el marco conceptual de referencia; el asumido por muchos y construido y extendido durante años. Las mentiras, las diez mentiras que tan brillantemente se exponían este domingo en El País. No ha existido ningún otro relato en competencia. Ahora, ante el vértigo de la secesión, se están intentando formalizar.

Habrá declaración unilateral de independencia sólo si es necesaria para reforzar la explicación mitológica del golpe. Una vez que hay personas que han decidido sacrificarse, los actos de sedición se seguirán produciendo con el único objetivo de que el castigo los eleve al martirologio que la fábula necesita. Aquí sí que estaríamos ante una profecía auto-cumplida; el augurio de que una Cataluña independiente es la Ítaca de la libertad. Todo pueblo necesita de un líder que lo guíe para atravesar el desierto de las penurias; el que ha de sufrir en su nombre y que será liberado en su nombre.

El Estado democrático de Derecho se ha convertido en el tonto útil del golpe. Está atrapado entre lo que debe hacer y lo que sabe que, haciéndolo, da una ventaja política al adversario. Manejarse con equilibrio es muy complicado. Y se está olvidando del relato. Tantos años de abandono le han incapacitado para articular otro, el competitivo e, incluso, para desmentir o contestar las burdas mentiras que los secesionistas propagan, con éxito, entre la prensa internacional. Ésta, salvo excepciones, está volcada, con mayor o menor entusiasmo, en contar lo que sucede en las calles de Barcelona desde la perspectiva secesionista. Manipulando las imágenes; haciendo desaparecer la presencia de los Mossos para destacar la de la Policía Nacional y la Guardia Civil; contándolo como si estuviéramos viviendo un nuevo episodio de la revuelta de Tiananmén. Es el relato de los débiles contra los fuertes; los sublevados de la libertad contra la tiranía. Todo lo que rompa ese relato o es silenciado o es preterido. Que ningún hecho rompa una buena historia (inventada).

No es el éxito de los secesionistas, es el fracaso del Estado democrático de Derecho. No se trata de que el Gobierno salga a desmentir lo que se dice. Lo que se necesita es algo no sólo cuantitativa sino cualitativamente distinto. Después del 1 de octubre, habrá que enfrentarse con la tarea titánica, pero ineludible, de construir el relato de la Cataluña constitucional. Nada augura que así sucederá. Las palabras del Ministro De Guindos apuntan en la dirección de siempre. Que los hechos no destruyan la acción política de cuarenta años de liquidación de la España democrática. Una buena negociación con los “tejeros” con barretina y unos años más de ganancia, de paz. Lo que venga después, no existe en política. Los cortoplacistas son los que nos han llevado donde estamos. Han perdido frente a los estrategas secesionistas. Éstos, siempre han tenido un sueño; aquellos, un ministerio en el Gobierno de España.

(Expansión, 26/09/2017)

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