El discurso del President Puigdemont nos ha mostrado los tres rasgos principales que identifican al secesionismo: el supremacismo de un “poble”, el elegido; la mentira, elevada como instrumento de acción política; y su oportunismo cínico.
Comenzó con el relato del “poble” de Cataluña, sus aspiraciones colectivas, su determinación en ejercer su derecho a decidir, a la autodeterminación, a pesar de la represión del Estado. Aquí los términos fueron grandilocuentes: humillación, por la respuesta del Estado; supervivencia, como pueblo frente a los ataques recibidos; dignidad, frente a la represión. El pueblo catalán ha ejercicio su derecho “en medio de una lluvia de palos”. El pueblo elegido frente a un Estado caricaturizado como una tiranía. El pueblo mancillado en los múltiples intentos de encontrar un encaje.
El relato se construye sobre la mentira, escandalosa, grosera. Es irrelevante. No tiene efectos “internos”. Los convencidos no la penalizan; al contrario, la azuzan. Y los no convencidos, no son importantes. Por ejemplo, forma parte de la mentira la interpretación de la Sentencia del Tribunal Constitucional del Estatut. Es un elemento mitológico. Y que se repite hasta la saciedad. Ya saben lo que decía Goebbels de la mentira y del efecto balsámico de la repetición. Hay un dato sobre la “laminación” del Estatut: es una norma de más de 220 artículos y numerosas disposiciones, pero sólo 14 fueron declarados inconstitucionales, total o parcialmente, y 27 merecieron un reproche meramente interpretativo. De aquellos 14, la mayoría se refería al Consejo autonómico del poder judicial, pieza que claramente era inconstitucional porque es el único poder que no ha sido distribuido territorialmente. A esto llaman laminar.
A lo largo del discurso se repitieron otras mentiras: número de heridos por la actuación policial; la represión del día 1 de octubre; el resultado del referéndum presentado como unas cifras avaladas, cuando nadie se ha responsabilizado de ellas; la minimización de los efectos económicos de la salidas de empresas, acompañada de la amenaza para que no metan miedo a los ciudadanos. La gran mentira es la del diálogo. Uno quiere salvar el matrimonio, y el otro, la liquidación de la sociedad de gananciales. Es diálogo, sólo lo segundo, pero no lo primero. En el fondo, es un concepto asimétrico de la democracia, que se proyecta sobre el referéndum mismo. Ellos son el fiel que marca qué es lo que se entiende por democracia, por libertad y por Estado de Derecho.
El tercer rasgo es el oportunismo. La propuesta final es de una confusión calculada. Una trampa. Según el artículo 4.4 de la Ley de Referéndum de autodeterminación, suspendida por el Tribunal Constitucional, pero vigente para los secesionistas, la independencia es una consecuencia debida, fruto de la Ley, una vez proclamados los resultados del referéndum que ofrecen que una mayoría es favorable a la secesión. Se prevé una declaración formal por el Parlament, simplemente como una comunicación de reconocimiento de la secesión, y para “concretar sus efectos e iniciar el proceso constituyente”. Sin embargo, esa declaración no sólo no se ha producido sino que ahora se nos dice que sus efectos han sido suspendidos. Juega con la confusión. Lo único realmente relevante es que la independencia es fruto de la Ley. Así lo ha reconocido Puigdemont al proclamar la república catalana. Hay república independiente, pero se ha suspendido la aprobación de la resolución del Parlament que concreta sus efectos y pone en marcha el proceso constituyente. Esta es la clave jurídica.
El oportunismo tiene dos caras: la Ley es irrelevante; tanto la propia como la del Estado. Ni se molestan en cumplir con su propia legalidad, cuanto menos, cumplirán la del Estado democrático de Derecho. El supremacismo populista lleva al secesionismo a substituir la ley, cualquier ley, por su voluntad, sin restricción de ningún tipo. Por eso siempre ganarán al Estado de Derecho. No tienen reglas que los sometan.
Y, por otro, el cinismo más artero. Han creado una trampa de la suspensión de la eficacia simplemente para atraerse a la Comunidad internacional. Venderán el nuevo capítulo del martirilogio que sufre Cataluña con el testimonio de los mediadores. España solo puede negociar una nuevas capitulaciones matrimoniales; en cambio, los secesionistas, que ya han declarado que está disuelto, sólo quieren acordar el reparto de los bienes gananciales. Dentro de unos meses, una eternidad en política, volveremos a repetir la misma escena: un Parlament convocado para levantar una suspensión que no ha acordado. En ese tiempo, esperan contar con el apoyo internacional.
El secesionismo necesita ganar tiempo y más tiempo para resolver sus contradicciones internas. Los proyectos de república son tan opuestos que han explotado antes de la erección de la nueva república. Puigdemont está atrapado. La inestabilidad política será tan grande que vamos hacia nuevas elecciones. No podrá gobernar durante esos 6 meses porque no sabrá ni cuál es el marco normativo al que someterse. Pretenderá gobernar como si la república ya existiese, pero sin haber roto con el Estado español, al mismo tiempo que la CUP le irá guiando hacia la república soñada. Todo esto, bajo la atenta mirada de unos observadores internacionales. El ridículo internacional, también, está garantizado.
(Expansión, 11/10/2017)
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