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Mal menor: o plata o plomo

La elección del mal menor es una regla o un principio que se ofrece como criterio para elegir entre dos males. Es una regla que se presenta arropada por el sentido común. Su existencia es tan antigua como la Humanidad.

Platón afirmaba que “Cuando uno se vea obligado a escoger entre dos males, nadie elegirá el mayor, si le es posible elegir el menor”; Aristóteles, “El mal menor es también, en cierto modo, un bien”; Cicerón, “De los males el menor debe ser»; Tomás de Aquino, “Cuando es forzoso escoger entre dos cosas, en cada una de las cuales hay peligro, debe elegirse aquella de la que menos mal se sigue”; Maquiavelo, “Nunca crea un Estado tomar decisiones con total seguridad; piense más bien que siempre se hallará en terrenos movedizos, pues forma parte del orden de las cosas que siempre que se busque evitar un inconveniente acabe cayéndose en otro; mas la prudencia consiste en saber reconocer la índole de los inconvenientes, y adoptar el menos malo como bueno”.

Se ha aplicado en los ámbitos políticos, sociales, económicos e, incluso éticos. Ha sido utilizada, por ejemplo, para justificar desde el uso de la bomba atómica, la tortura a los terroristas, el uso de la fuerza militar, la invasión, las guerras, … hasta la elección entre las distintas opciones médicas.

El éxito de esta regla radica en la simplicidad. La complejidad se reduce a dos males, entre los que, de manera obligada, debe producirse la elección. Las falacias son dos, por un lado, la reducción de los problemas a dos que son, además, expuestos de la manera lo más simplificada posible: o blanco o negro. Y, por otro, la obligación de la elección sólo entre las dos opciones; no hay posibilidad de elegir otras.

Sin embargo, la principal crítica radica en que se justifica la elección del mal. Como H. Arendt afirmó, denunciando al nazismo, “la debilidad del argumento ha sido siempre que quienes escogen el mal menor olvidan con gran rapidez que están escogiendo el mal … La aceptación del mal menor se utiliza conscientemente para condicionar a los funcionarios del gobierno, así como a la población en general para que acepten el mal como tal.” El nazismo se sirvió del “sentido común” para tranquilizar a los colaboradores.

A Pablo Escobar, el famoso narcotraficante, se le atribuye otra versión del mal menor: “O plata o plomo”. Los policías, los funcionarios, la población, en general se les ofrecía “elegir” necesariamente entro dos males: o la plata de la corrupción y de la complicidad, o el plomo de la muerte. No hay elección; ya estaban atrapados. Se les ofrece una excusa para admitir su connivencia con el mal, su entrega: o el mal o el mal; no se elige el que sea el “menor”, sino el que cualquier persona racional entendería. Es la razón la que empuja a la colaboración, a la entrega, al servilismo; es la que justifica el mal. El “mal menor” no es una regla de elección, es una excusa de la elección; es la coartada del mal.


“Colau o el independentismo” es otra manifestación de la falacia del mal menor; o plata o plomo. No hay otra elección. Cuando se pone encima de la mesa es porque el ámbito de las opciones ha sido reducido a dos. No hay matices; o blanco o negro; o muerte o muerte. Como Medea, el personaje de Eurípides, el dramaturgo de la Grecia antigua, como recordaba M. Ignatieff, enfrentado a la muerte de sus hijos, prefiere matarlos ella que no a manos de otros. Sin embargo, la elección no es tan libre como parece. El riesgo moral existe. Porque Medea también quiere vengarse del padre de los hijos que la ha abandonado.

El mal menor es una trampa lógica que utiliza a la razón para justificar una renuncia. Ya se sabe que la muerte, el mal, es inevitable. Es la resignación; no hay nada que hacer. Y como no hay nada que hacer: sólo queda la entrega, la rendición. La justificación del mal con la excusa de su modulación, respecto del “mal absoluto”. El mal elegido no es tan malo; es la razón, que no la moral, la que empuja a admitir aquello que, en otras circunstancias, se habría rechazado. Entre moral y razón, la razón y sólo la razón. Un éxito tramposo de la razón; encajada entre los estrechos límites preconstituidos, la elección es obligada en la dirección querida.

M. Ignatieff, enfrentado a la tarea de reconducir a los parámetros de la democracia liberal la “guerra contra el terrorismo”, ha hablado de la “moralidad del mal menor” a los efectos de justificar que la guerra debía, al menos, respetar las reglas de la prueba de la dignidad, la de la conservación de las instituciones democráticas, la de la eficacia y la del último recurso.

Esta “moralidad” y sus derivadas no son más que las consecuencias de la aceptación del marco del debate: el de la guerra. Admitido, se presenta como lógico que se intenten establecer límites para que encaje en la democracia liberal. Encerrada la elección entre los estrechos límites de las opciones que se nos presentan, la razón empujaría hacia una determinada dirección. Es tan falsa la restricción, como la obligación de elegir sólo entre las que se nos ofrecen.

No aceptar ese marco, no aceptar ese menú, abre otras posibilidades. Cualquier otra opción que evite la rendición, el colaboracionismo, … la aceptación del mal. La moralidad se viste de ropajes que sólo la política puede entender, precisamente, para despreciarla.

Ya lo decía Arendt; la aceptación del mal menor se utiliza conscientemente para que la población acepte el mal como tal. La repugnancia del mal queda “blanqueada” por la razón, pero es la razón del mal.

(Expansión, 18/06/2019)

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