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Platonismo y corrupción

Platón ilustró su teoría de las formas o de las ideas sirviéndose de la alegoría de la caverna. El atrapado en la cueva sufre la confusión entre el mundo de las imágenes de los sentidos y el de las ideas o formas. Sin embargo, son las formas o las ideas puras la “única realidad verdadera”; las cosas individuales caducan, pero las ideas siguen existiendo como sus arquetipos imperecederos (Hans Joachim Störig). Una de las ideas platónicas estrellas del discurso político es la de la “independencia” de los reguladores; una vez más puesta de actualidad por la negociación de investidura entre el PSOE y Unidas Podemos, cuando se han ofrecido “puestos” en los organismos reguladores como moneda de cambio.


¿Independencia de quién? ¿independencia para qué? Son las preguntas que se reiteran. Las respuestas son decepcionantes; lo son por el prejuicio platónico. En primer lugar, es imprescindible distinguir entre política y partido. Max Weber definía la política como la aspiración de poder. El poder como instrumento (acción) al servicio de objetivos que pueden ser egoístas o idealistas. La Constitución dispone que el Estado (social y democrático de Derecho) ampara/defiende los valores de libertad, justicia, igualdad y pluralismo político (art. 1). A tal fin, organiza y regula el Estado. En última instancia, el poder ha de servir a tales valores.

En una democracia representativa el partido es un actor fundamental. Es el medio (de acción popular o de masas) para alcanzar el poder (hacer política) al servicio de lo que entiende, conforme a su ideología, como interés general. La gran contradicción radica en que se gana a lomos de una minoría (en comparación con el total de la población) para luego gobernar para todos, pero sin que, al mismo tiempo, se pueda frustrar la confianza de aquellos que hicieron posible el éxito de alcanzar el poder. Es un difícil equilibrio; es la incesante búsqueda del centro; gobernar en el centro, al mismo tiempo que se atiende a los electores o de izquierda o de derecha que hicieron posible el éxito.

Ni la politización, ni el partidismo deberían ser problemas. Es inevitable e, incluso, imprescindible en el contexto de la democracia representativa. El problema constitucional se plantea cuando el poder sirve a objetivos “egoístas”, como los definiera Weber. Y el partido los encarna.

Este periódico informaba, el pasado día 7 de septiembre, sobre la investigación por monopolio que contra Google y Facebook se ha iniciado en Estados Unidos. En la crónica de Javier G. Fernández, se daba cuenta del artículo publicado en The Wall Street Journal. Se nos decía que la investigación en Texas contra Alphabet, la matriz de Google, la llevará a cabo el “republicano” Ken Paxton. A su vez, en el caso de Facebook, será la fiscal general de Nueva York, la “demócrata” Letitia James, la que “coordine a un grupo de fiscales de ambos partidos que serán los encargados de investigar”. Igualmente, las agencias reguladoras norteamericanas están coloreadas por la política y los partidos.

Más de la mitad de las agencias reguladoras cuentan con la regla denominada “Partisan Balance Requirements” (PBS) según la cual el presidente de Estados Unidos debe respetar en la elección de los reguladores el equilibrio entre los dos grandes partidos. En otros términos, en las agencias deben tener presencia los dos partidos, aunque, lógicamente, el presidente puede reconocer una superior representación al suyo. Así, entre otras, la FCC y la SEC cuentan con la regla indicada. Precisamente la FCC fue la agencia que impuso la multa de más de 5.000 millones a Facebook.

No se considera que haya amenaza a la independencia, al contrario, se cuestiona la limitación a la potestad de nombramiento del presidente. Según algunos, y así ha sido cuestionado ante los tribunales, sin obtener un pronunciamiento favorable, que el presidente debería ser libre para nombrar a quien quiera, por lo tanto, podría nombrar a todos de su propio partido.

Una vez más, nos empeñamos en flagelarnos con otro mito: el independiente; el ideal platónico de la forma pura de la persona libre de ideología, de carné; el puro que, libre de toda mácula, se enfrenta a los problemas que se le plantean para alcanzar el mejor resultado para todos, limpio de cualquier interés ajeno al general. Es falso; no existe. Otra simplificación que tanto nos atenaza. Se puede tener la filiación política que se quiera; se puede participar de cualquier ideología; el problema constitucional radica en el seguimiento a objetivos no protegidos o amparados por la Ley y la Constitución.

El objetivo común a todos los reguladores es el de garantizar, en términos de la Ley 15/2007 (de defensa de la competencia), “la existencia de una competencia efectiva entre las empresas [porque] constituye uno de los elementos definitorios de la economía de mercado, disciplina la actuación de las empresas y reasigna los recursos productivos en favor de los operadores o las técnicas más eficientes.”

El riesgo del independiente platónico es que su “limpieza” partidaria lo eche en manos de los intereses del sector regulado. No sé qué es peor si la obediencia al partido, o a las empresas reguladas, aunque siempre queda algo aún peor: la subordinación al partido y al servicio de las empresas. Es el drama de la corrupción. No es la politización, es la corrupción el verdadero problema. El remedio es arrojar toda la luz para mostrar todas las servidumbres que condicionan el actuar de los reguladores

(Expansión, 10/09/2019)

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