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Maquiavelo y Uritzky

Es fascinante el éxito del “fin justifica los medios”. Es admitido en todos los ámbitos y por muchas personas. Una de sus formulaciones la encontramos en las palabras de Maquiavelo, en El Príncipe, que, en el capítulo XVIII, decía: “En las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay tribunal al que recurrir, se atiende al fin. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar su Estado, y los medios siempre serán juzgados honrosos y ensalzados por todos, pues el vulgo se deja seducir por las apariencias y por el resultado final de las cosas, y el mundo no hay más que vulgo.”
De Santi di Tito - Cropped and enhanced from a book cover found on Google Images,
Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=9578897

Escrito en el año 1532 sigue manteniendo actualidad. Es la prueba de solidez que reclama N. N. Taleb. El triunfo de condensar las enseñanzas del poder; a lo que aspira y las limitaciones que debe superar. Este si que es un libro de resistencia.

Maquiavelo nos habla de un poder sin límites y aún menos efectivos (“no hay tribunal al que recurrir”), lo único importante es “seducir al vulgo” mediante el juego engañifa de las apariencias y del fin. Es la enseñanza que se sigue aplicando entre nosotros. Lo vemos cada viernes con la aprobación de los últimos Decretos- Ley. El Gobierno alimenta el engaño con medidas “sociales” que se justifican “en sí mismas”; son tan “evidentes” su “justicia” que no cabe la discrepancia. Los que se niegan a votar a favor de la ratificación del Decreto-Ley cometen el mayor de los pecados: ¡no apoyan el incremento del permiso de paternidad! Imposible. Y aún menos admisible que lo hagan por razones “formales”.

La existencia de límites y, además, garantizados de manera efectiva, es el rasgo fundamental del Estado democrático de Derecho. El príncipe sí soporta la existencia de “tribunales a los que recurrir”.

Isaiah Berlin se preguntaba ¿qué es lo que hace verdaderamente libre a una sociedad? La respuesta está en la existencia de normas tan sólidamente establecidas que trazan una frontera de protección de la libertad: “Para Constant, Mill, Tocqueville y para la tradición liberal a la que pertenecen ninguna sociedad es libre a menos que está gobernada en alguna medida por dos principios interrelacionados: primero, que solamente los derechos, y no el poder, se consideren absolutos, de manera que todos los hombres, sea cual sea el gobierno que tengan, posean un derecho absoluto a rechazar comportarse de forma inhumana; y, segundo, que hay fronteras, que no están trazadas de forma artificial, dentro de las cuales los hombres son inviolables. Estas fronteras están definidas en términos de normas tan ampliamente aceptadas, y desde hace tanto tiempo, que su observancia entra dentro de la concepción misma de lo que es ser un ser humano y, por tanto, definen también lo que es actuar de forma inhumana o patológica.” Son barreras que disfrutan del “reconocimiento de la validez moral -al margen de las leyes-“. 

Isaiah Berlin

La idea de límites, de barreras, de restricciones es consustancial al Estado democrático de Derecho. Y, sobre todo, cuando son efectivas. No porque los fines perseguidos sean proclamados como superiores, las barreras pueden ser preteridas. Al contrario, el Estado se asienta sobre el pacto implícito de que todos los fines se pueden alcanzar respetando las instituciones y los procedimientos que la Constitución establece. Y el Decreto Ley no es el medio ordinario para alcanzar los objetivos sociales, por muy superiores que sean. Es la ley; la fuente de exteriorización de la voluntad de los representantes del pueblo a los que se le atribuyen la potestad legislativa. Ningún fin justifica la ruptura de la división de poderes.

Cuando los españoles decidieron, en su condición de poder constituyente, constituir, por obra de la Constitución, un Estado que proclama como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, establecieron el marco de la convivencia que impone límites al poder. No hay ningún fin, incluso aquellos que pudiera tener conexión con los del carácter social del Estado, que pueda alcanzarse al margen de la Constitución, por procedimientos ajenos y, sobre todo, prostituyendo la división de poderes.

El viejo debate entre forma y fondo, entre medios y fines es tan falaz como el del huevo y la gallina. Desde el momento en que los españoles han constituido el Estado democrático de Derecho han establecido el cómo el poder ha de proceder para alcanzar los fines. No es el medio, no es la forma; el medio y la forma son un fin en sí mismos: el del respeto a los derechos y libertades de los ciudadanos. En un Estado en el que no se respeten los límites, no habría respeto al límite último y esencial, aquel al que se refiere Berlin: solamente los derechos, y no el poder, son absolutos; hay fronteras, que no están trazadas de forma artificial, dentro de las cuales los hombres son inviolables.

Uno de los primeros escritos que se conservan de Berlin es una pequeña historia que redactó en su colegio inglés al poco de llegar de su Letonia natal, cuando contaba la edad de 12 años. Es una ficción sobre el asesinato en el año 1919 de un ministro de justicia de la república soviética, el ministro Uritzky. Este había ordenado la ejecución de una familia noble de Petrogrado. Uno de sus miembros huyó hasta que pudo hacer realidad el sueño de la venganza contra el asesino de su padre.

El “motto” del ministro, cómo no, era “el fin justifica los medios”. La humanidad, dividida en dos grandes grupos, los que obedecían y los que hacían su vida. Aquellos merecían vivir, éstos, no. “Nada le detenía tratándose de realizar sus planes”. Berlin quedó muy impresionado por su experiencia de infancia de la revolución soviética.

Maquiavelo justificar el poder sin límites, Berlin los límites al poder. Aquél era un cortesano del poder, éste un resistente al poder. Aquel sigue marcando la senda al poder, este nos muestra el camino de la lucha permanente por la libertad. Ningún fin, por muy loable que sea, nos puede hacer desfallece.

(Expansión, 19/03/19)

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