La Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia de Canarias ha condenado al antiguo presidente de la Audiencia provincial por un delito de asesoramiento prohibido a un magistrado conducente a la puesta en libertad, no conseguida, de un narcotraficante. La Sentencia se ha conocido hoy. Es un tema jurídico cuyos detalles se me escapan. Me interesa, por razones evidentes, pero tres comentarios me surgen: i) qué pequeño es el mundo canario; el relato de hechos pone de relieve cómo se entablan relaciones y se traban amistades en una sociedad insular pequeña como la canaria y da igual que sea las Islas Canarias o sea las Islas del Pacífico; ii) qué bien funcionó la colegialidad; el presidente de la Sala presionó a sus compañeros pero estos se mantuvieron firmes, al igual que el Fiscal; y iii) qué pena tan ridícula; los hechos probados pero, sobre todo, los intuidos cuando la Sentencia pone de relieve el entramado societario y de cuentas que rodea al Magistrado, conduce a un razonamiento que escapa a lo jurídico pero que sumado a la levedad de la pena ha de ser necesariamente crítico, no con este caso, sino en general, con el sistema punitivo cuando se trata de exigir responsabilidades a un juez. Lamentablemente, en los últimos tiempos hemos conocido otros casos, como el del Juez de Marbella que igualmente han tenido una penalidad que, a ojos de los ciudadanos, es leve.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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