La corrupción en España es un problema. Más de 300 políticos están imputados (Más de 300 políticos españoles están imputados en casos de corrupción | España | elmundo.es). No es suficiente. Y no lo es porque la imputación puede no conducir a la condena. Se afirma que hay un reproche social pero esté está manifestando cierto agotamiento por la impotencia. Y cuando no hay sanción, ni tampoco reproche, el problema se reduplica. La corrupción está asociada al poder. El poder tiene un precio que alguien pone y alguien está dispuesto a pagar. El castigo o, mejor, la amenaza del castigo es el único antídoto. No hay otro igualmente efectivo. La moral personal y la ética colectiva contribuyen decisivamente pero es también el miedo asociado al castigo. La amenaza será un mecanismo efectivo cuando hay una certeza de que el castigo se producirá, más tarde o más pronto, pero se producirá. El problema hoy, en España, a mi juicio, es que el reproche social como la amenaza se han debilitado. Al final, sólo queda la moral y la ética pero sobre estas no se puede construir un adecuado y eficaz sistema de administración. Son necesarias pero no suficientes. El castigo es imprescindible, en particular, la certeza de que se producirá.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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