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Perplejidad en WiFi

La perplejidad es un estado de irresolución, confusión, duda de lo que se debe hacer en algo, como lo define el Diccionario de la Lengua española. Un estado provisional a vencer por el peso del “deber hacer algo”. Maimónides o Moshé ben Maimón (Córdoba, 1138 – Al Fustat, 1204) tituló su libro más importante como Guía de los Perplejos o de los Descarriados (Tratado del conocimiento de Dios) en atención a aquéllos que eran sus destinatarios. Como escribía en su carta introductoria “cuando me hallé de manos a boca con algún difícil tema —cuando vi que el camino era angosto, y que no había otra manera de enseñar una sólida verdad, que complaciendo a un hombre inteligente y disgustando a diez mil necios—, preferí dirigirme al inteligente solitario, despreciando el anatema de la multitud; me ha parecido mejor sacar a ese hombre inteligente de su turbación y esclarecerle la causa de su perplejidad, de modo que pueda alcanzar la perfección y la paz de su alma.”

Esclarecer la causa de la perplejidad también está presente en Kant cuando se enfrenta a las antinomias. Es la situación incómoda en la que nos encontramos cuando no somos capaces de dar respuesta ante un problema pero debemos darla. Una incomodidad que es proporcional al deber de conocer o “hacer algo”. Sólo sé que no sé nada. La frase de Sócrates es incompleta; no es fruto de la perplejidad, sino del conocimiento de la ignorancia que sólo es relevante cuando hay un deber de resolver las cuestiones o problemas. El médico no puede quedar en estado de perplejidad ante la enfermedad. En cambio, sí puede ante los interrogantes de la física cuántica.

Ante la perplejidad kantiana me encontré cuando estalló la pasada semana el asunto Gowex. Hasta el pasado martes Gotham City era, para mí, el nombre de la ciudad en la que se desarrollaban las aventuras de Batman. Y ahora aparece en nuestras noticias dando nombre a una empresa que ha desarticulado todo el engaño que estaba detrás de Gowex. Algunos podrían decir que es una escena que se repite una y otra vez y que se seguirá repitiendo. Con la misma repetición, se seguirá produciendo la perplejidad. La de aquél que intenta encontrar respuestas a preguntas que, incluso, desconoce si debe conocerlas. ¿Cómo puede suceder todo esto? El mercado es un ámbito de juego para jugadores experimentados; los que saben valorar los riesgos. Y aún así, son sorprendidos por el engaño. La perplejidad me lleva a preguntar ¿cómo es posible que caigan en estas trampas? Y, de nuevo, ¿qué sucede con los auditores? Y ¿qué hace el regulador?

Y todo esto provocado por una empresa Gotham City Research, que si leemos el disclaimer con el que inicia su “informe”, nos acucia la duda de qué es lo que estamos leyendo o quién es su autor. Afirma que expresa una opinión, que busca un beneficio y que “cree” que toda la información es exacta y fidedigna. Es muy positivo que un agente cualificado, con información extraída del mercado, sea capaz de ofrecer una imagen alternativa de una empresa que cotiza en Bolsa, poniendo de relieve los indicios de la falsedad de las cuentas. Ojalá hubiese más Gothams y ojalá fuese más activo el papel de los medios de comunicación. Pero, ¿y los conflictos de intereses? ¿cuál es el interés de Gotham? ¿cómo afectan a su “creencia” sobre la veracidad de su documento?

Es elocuente que en el siglo XXI nos sigamos preguntando y buscando los mismos objetivos y valores que dieron sentido a la revolución liberal: seguridad y libertad. Seguridad, no sólo ante el Derecho, sino bajo el Derecho. En cambio, el Estado de Derecho parece el promotor de una falsa seguridad, tras la que ocultar la realidad del Wild West de los mercados. La perplejidad es la de aquél que busca seguridad y sólo encuentra escándalo. E. Husserl creía que “la búsqueda de la certeza era constitutiva de la cultura europea"; la que ofrece seguridad. A tal fin, L. Kolakowski consideraba que “es necesario destruir las certezas aparentes para obtener las genuinas, dudar de todo para librarse de toda duda". La perplejidad no es el estado de confusión, es el estado de duda para librarse de toda duda y alcanzar las certezas.

La certeza de que han fracasado todos los mecanismos de prevención. Desde el auditor, el operador del mercado (MAB y BME) hasta la autoridad independiente de supervisión del mercado (CNMV). Nadie sabía nada pero ¿cabe la perplejidad? No. Ni el auditor, ni BME, ni la CNMV pueden alegarla. En el primer Kant, la perplejidad era un problema de los sabios imprudentes, o de prudentes no sabios. No es el perplejo al que se dirige Maimónides. Es el perplejo que no tiene derecho a la perplejidad, pero que hace ostentación de ella por su imprudencia, o sea, por su falta de diligencia en el cumplimiento de sus deberes-responsabilidades.

(Expansión 08/07/2014)

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