Es la palabra de moda. Todo el mundo quiere ser independiente. Cataluña, los jueces, los reguladores, … hasta mis hijos. Es la palabra del año. El año de la independencia. El cansino asunto de la grotesca pretensión secesionista del nacionalismo catalán ya produce hartazgo. Acabará con un sonoro estallido de carcajadas. En una sociedad que siempre ha cultivado la cultura, el afán de progreso, el esfuerzo y la discreción, el que un President de la Generalitat se haya entregado en cuerpo y alma a los antisistema es excusa más que suficiente para la huida. Es irónico, en este contexto de desmesura, que las patronales catalanas se hayan aplicado con esfuerzo a engrosar la pantomima del descrédito, justificando que la huida de más de 3.000 empresas de Cataluña hacia otros destinos desde el año 2012, como publicaba este periódico, se debía a razones tributarias, no a la incertidumbre del secesionismo. No entiendo las diferencias. Es fácilmente entendible que el régimen tributario catalán no es fruto de un castigo divino. Que la huida lo sea por la incertidumbre o por los tributos, al final todo confluye en un única causa: el nacionalismo gobernante en Cataluña desde hace más de 30 años. Las empresas huyen del nacionalismo y de sus políticas, tributarias, secesionistas, … es indiferente. Huyen y seguirán huyendo.

GRAFICO: Amenazas a la independencia judicial en España. Elaboración propia con datos de European Network of Councils for the Judiciary, Independence and Accountability of the Judiciary and of the Prosecution. Performance Indictors 2015
Los jueces también desean la independencia. La encuesta 2015 sobre la independencia judicial de la Red Europea de Consejos del Poder Judicial nos ofrece unos resultados que nos permiten comparar la situación entre los Estados de la red (vid gráfico). Nuestros jueces se sienten amenazados por el Gobierno, el Parlamento, el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la prensa, etc., en unos porcentajes notablemente superiores a los que promedian en los demás Estados. También en otros parámetros como salarios, carga de trabajo y medios materiales. Además, el 84 % de los jueces españoles afirma que la promoción dentro de la carrera obedece a criterios distintos a los de mérito y capacidad. Casi el triple que la media de todos los países que integran la red (30 %). Es coherente que los jueces españoles puntúen la independencia de sus compañeros con un 6,7 frente a 8 de promedio. Todos estos datos nos colocan en el furgón de cola de Europa. Un poder tan importante no puede escribir una crónica tan pesimista.
El azar de la historia ha hecho coincidir la independencia frívola, con la necesaria; lo grotesco frente a lo imprescindible. El contrapunto entre lo fútil y lo indispensable. Los dos rostros del presente. Es probable que ambas reivindicaciones políticas, la del secesionismo y la de los jueces, estén persiguiendo Eldorado; ensoñaciones colectivas; la expresión de un mundo perfecto pero imposible. La independencia, no es lo que se quiere, sino lo que se rechaza, aquello de lo que se quiere alejar o diferenciar. Es un constructo negativo del que huir. Los nacionalistas quieren evadirse de una España ennegrecida hasta el absurdo. En esa huida enloquecida han caído en el gran agujero negro del ridículo. Entretenidos de manera hipnótica en aquello de lo que se quiere evadir, no han reparado en el precipicio que se abre a sus pies. Como en los sueños infantiles, sólo queda despertar de la pesadilla. No hay monstruo del que huir. Sólo el nacionalismo agitando un espantapájaros. De toda pesadilla nos despertamos con una sonrisa. También de ésta.
La independencia judicial, la necesaria, tiene asumida una contradicción interna que muestra su complejidad. La propia Constitución, la proclama de los jueces, al mismo tiempo que afirma su sujeción o sumisión a la Ley (art. 117); pero sujeción al fin y al cabo. Independencia y sumisión. Independencia frente a la política y a los intereses particulares, incluso, de los propios jueces, para caer rendidos exclusivamente a los dictados de la Ley. Que el Gobierno, el Parlamento, el CGPJ, la prensa, los salarios, la carga de trabajo, los medios materiales, etc. sean sentidos, de manera tan notable, como amenazas a la sujeción exclusiva a la Ley, es una muestra de que los jueces españoles son víctimas de una pesadilla institucional. Están volcando las frustraciones de la carrera profesional. Es elocuente que las mayores distancias con las medidas europeas se producen en relación con los salarios, la carga de trabajo y los medios, así como en la promoción. La independencia para nuestros jueces se ha de construir sobre una carrera profesional que responda al mérito y capacidad, unos medios adecuados, y una carga de trabajo y salarios razonables. Lo constitucional y lo profesional confluyen.
Algo pasa con la independencia. Es como un sueño que se vuelve pesadilla o una pesadilla que aspira a ser un sueño. Es la diferencia entre la frivolidad y la necesidad. La pesadilla de la huida secesionista hacia la nada. El sueño de una función judicial en manos de jueces que quieren sentirse realmente independientes.
(Expansión, 1/12/2015)
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