El fin del bipartidismo se ha cebado con la gobernabilidad. La inestabilidad hace acto de presencia en nuestra democracia y de qué forma. Las encuestas han quedado destrozadas. El resultado es muy bueno para reforzar la legitimidad del sistema político pero el precio a pagar es enorme. Es un nuevo escenario en el que nunca hemos convivido. Desconocemos si seremos capaces de hacerlo.
Los dos grandes partidos alternantes han quedado muy comprometidos. Muy amenazados su futuro. El que se mantiene en pie lo hace por el engrudo del poder. Probablemente, de no tenerlo, sufriría en sus carnes lo que está sufriendo el PSOE.
De las dos fuerzas emergentes, la gran ganadora ha sido Podemos. No hemos entendido, entre los que me incluyo, su significado e importancia. La remontada en los últimos quince días ha descolocado a muchos. El éxito en los debates sobre la base de cometer grandes errores no ha tenido traducción electoral. Según parece es lo de menos. Ha sabido canalizar la crítica social y política a la podredumbre de nuestro sistema bipartidista. El uno manchado por la corrupción y el otro por la falta de credibilidad.
Ciudadanos ha sido laminado en este escenario de conflicto. Su mensaje de centro se ha ido apagando a medida que el griterío circundante arreciaba. La polarización ha beneficiado al PP y a Podemos. Tenía muy difícil rentabilizar electoralmente la crítica al régimen bipartidista. Su mensaje de ilusión y cambio sensato no ha calado como se había augurado. Ha ganado, en cambio, el que apostaba, bajo formas suaves y mensaje Zen, por un cambio más radical y, sobre todo, beneficiado porque no ha calado que sea negativo ni las conexiones con el régimen venezolano ni con los radicales griegos. El cambio “suave” ha ganado al cambio sensato.
La gran pregunta, tal vez, la única pregunta es qué sucederá. Por primera vez, el ganador obtiene menos de 156 escaños, los que obtuvo Aznar en el año 1996. El PP ha ganado pero ha perdido. No sólo ha perdido un importante número de escaños sino que ha comprometido muy gravemente las posibilidades de gobernar. Incluso, se podría sospechar que es imposible. El eventual apoyo de Ciudadanos para permitirle, al menos, formar gobierno, no es suficiente. El resto de las fuerzas parlamentarias votarían en contra, con lo que no sería suficiente, ni en segunda vuelta. Sólo cabe una única opción: la gran coalición entre el PP y el PSOE. No creo que ninguno de los dos partidos esté preparado. Tendrían que producirse muchos cambios internos para que pudiera llevarse a cabo. Podría sospecharse que un PSOE en grave crisis podría estar interesado en ganar tiempo hasta tanto resuelve su proyecto disfrutando, al menos, de ciertas cuotas de poder. Dependerá de la capacidad de la “vieja guardia” de proponer y gestionar este proceso. La alternativa de caer a los pies de Podemos hipotecaría gravemente el futuro del partido. Se convertiría en el báculo de Podemos. Sería su muerte. La otra opción, apoyar un gobierno “tecnocrático”, no parece irrazonable hasta tanto se recomponga. Incluso, a esta opción podría apuntarse Ciudadanos.
Si no cuaja el gobierno “tecnocrático” apoyado por el tripartido PP, PSOE y Ciudadanos, nos abocamos al peor de los escenarios: una nuevas elecciones en las que la polarización sería máxima entre PP y Podemos. Sería imposible vaticinar qué es lo que sucederá. La crisis económica ha alimentado la crisis política e institucional que veníamos arrastrando después de más de 30 años de bipartidismo. Se han complementado y fomentado mutuamente. El resultado es el que hoy hemos conocido. El PP se sostiene por el poder. El PSOE cae, precisamente, por la ausencia de poder. Y sólo gana Podemos. El partido que en los últimos quince días ha desplegado la más poderosa campaña de cameleonismo político que se ha visto en nuestra democracia. El medio hace el discurso. Vaciarlo. Que solo destaque el medio, la forma, el “buenrollismo”, para tapar o ocultar el mensaje. Las opciones son pocas. Sólo una parece más probable en la noche electoral: unas nuevas elecciones que se convertirían en un plebiscito entre conservar nuestro sistema democrático o sustituirlo por otro populista al modo de Venezuela y Grecia. La que se avecina es inquietante. Podemos estar preocupados porque Podemos nos preocupa y mucho.
(Expansión, 21/12/2015)
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