Mariano José de Larra (1809-1837), Fígaro, en su incisivo análisis de la España que le tocó vivir (“observador de costumbres”), publicó, en el año 1833, en “La Revista Española”, un artículo titulado “Las circunstancias”. Comenta la carta que ha recibido enviada por un tal Eduardo de Priestley, autotitulado como “el hombre de circunstancias”. Priestley narra sus desventuras como “un verdadero juguete de las circunstancias”. Larra se interroga sobre éstas y cómo afectan a la vida de las personas. Afirma que “suelen ser la excusa de los errores y la disculpa de las opiniones. La torpeza o mala conducta hallan en boca del desgraciado un tápalo-todo en las circunstancias que, dice, le han traído a menos”. En cambio, considera que “hacen a los hombres hábiles lo que ellos quieren ser, y pueden con los hombres débiles”. “¿Qué son por consiguiente las circunstancias? Lo mismo que la fortuna: palabras vacías de sentido con que trata el hombre de descargar en seres ideales la responsabilidad de sus desatinos; las más veces, nada. Casi siempre el talento es todo”.
Los desatinos de Priestley le empujaron a tomar decisiones equivocadas. La carta enviada a Larra busca la absolución. La confirmación de que han sido los dioses los que han jugado con la vida de tan desgraciado personaje. Fígaro rechazó tanto la explicación como el papel encomendado. Está en las manos de los hombres su destino. No rechaza la existencia e importancia de las circunstancias. Rechaza que puedan ser la exculpación de esa responsabilidad. Es la libertad de cada uno las que le conduce por los distintos caminos de la vida. Empujado por las circunstancias. Enmarcado por las circunstancias. Pero es cada uno quien elije.
Las circunstancias son, según el Diccionario de la Lengua Española, el “mundo de lo que está en torno a alguien; el mundo en cuanto mundo de alguien”. Es el mundo de lo accidental. Lo que nos rodea, pero sin control por nuestra parte. Nos asedia como una amenaza. Es el azar que nos empuja, como Priestley, hacia la ruina. O el que nos espolea a la virtud. Todo depende de nuestra capacidad para gestionar ese mundo accidental, azaroso, que nos envuelve. Convertir las circunstancias en oportunidad es un reto. Dependerá de nuestra pericia. Es posible. Larra lo afirma: para el hombre habilidoso, las circunstancias no son un obstáculo. Al contrario. Serán lo que quiera ser.
En las presentes circunstancias y, sobre todo, en las que se vislumbran en los próximos meses, tendremos que elegir entre Priestley o Larra. Entre creyentes y larristas. Entre aquellos que convertirán las circunstancias en excusa de sus desatinos o aquellos otros que las convertirán en oportunidad para alcanzar lo que se quiera alcanzar. Los entregados a la ley divina dejarán hacer lo que los dioses quieran hacer. Lamentablemente, lo hemos vivido con demasiada frecuencia en los últimos tiempos. El gobernante que, como Priestley, entrega a las circunstancias la responsabilidad de su tino, pero también, de su desatino. Ese mundo que le rodea, con sus accidentes, será el que le marque el curso de su acción. Esa forma de gobernar ha llegado a su límite. Si Priestley se autotitulaba “hombre de circunstancias”, entre nosotros, hemos contado con su versión moderna. El político prestado a las circunstancias para justificar lo que se hace pero, sobre todo, lo que no hace.
Que España se encuentra en este momento ante un reto crítico no es una exageración. Por un lado, la ingobernabilidad por la imposibilidad de investir a un presidente y constituir un Gobierno con capacidad de acción; o, incluso, aún peor, que invierta esa capacidad en realizar un programa bolivariano. Y, por otro, la cabalgada enloquecida del nacionalismo catalán hacia el precipicio en el que arrastrará no sólo a Cataluña, sino a España. ¿Qué harán los hombres frente a esas circunstancias? ¿El Priestley o el Larra? ¿Qué harán nuestros políticos? Unos, parecen inspirarse en el ejemplo de Priestley. Éste, como nos lo explica Larra, claro que hizo cosas, tomó decisiones pero erróneas en los momentos más inoportunos hasta acabar en el fango de la vida. Como escribía Priestley, “el hijo del inglés, el que debía haber sido rico, magistrado, literato, general, hombre ajeno de opiniones, acabará probablemente sus tres carreras distintas en un solo hospital verdadero, merced a las circunstancias; al mismo tiempo que otros que no nacieron para nada, y que han tenido realmente todas las opiniones posibles, anduvieron, andan y andarán siempre levantados en zancos por esas mismas circunstancias.” Su queja. Su excusa. Su derrota.
Tengo la impresión de que algunos de los políticos están buscando excusas para atribuir la responsabilidad a las circunstancias. Atribuírsela a los otros. Aquéllos con los liberar sus propios desatinos. Parecen empujar hacia las elecciones anticipadas en mayo. Total, son los otros. Son las circunstancias. No me parece razonable. Las circunstancias son un pretexto. Se necesitan hombres habilidosos. Aquéllos que quieran ser lo que quieran ser. Que no ponen las circunstancias como un subterfugio. Los que las convierten en oportunidad para llevar a cabo el programa de reformas que de manera mayoritaria la sociedad española reclamó en las pasadas elecciones del 20 de diciembre. El cómo se ha de concretar el acuerdo de las tres fuerzas constitucionalistas es irrelevante. Todas las opciones están abiertas. La que está definitivamente cerrada, porque nos conducirá al desastre, es hacer un Priestley. España está en juego cuando no se debería jugar con España.
(Expansión, 19/01/2016)
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