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Símbolos, frentismo y Diputaciones


Los símbolos, analizados por la Teoría política y la Antropología, contribuyen a la construcción de la comunidad política. Es el caso, por ejemplo, de la Corona. Su función simbólica está ampliamente reconocida. El artículo 56 de la Constitución afirma que el Rey es, como Jefe del Estado, el “símbolo de la unidad y permanencia” del Estado español. Tienen, como ha subrayado la doctrina, por todos García Pelayo, la capacidad de facilitar la integración del individuo en la Comunidad, a través del cauce de los sentimientos. Despliegan una función racional, por una vía irracional: el sentimiento de pertenencia, como ha teorizado magníficamente Nussbaum; el patriotismo constitucional al que se refiere la filósofa. No es el amor a una nación convertida en “una mera rutina inerte”, ni la adoración a un ser superior con capacidad para arrinconar los derechos individuales. Es un “sentimiento inscrito en una conversación en curso”; en el debate permanente, entre personas titulares de derechos, para generar consensos que construyan la nación de individuos, representadas por símbolos de inclusión.

En la vida política española, en el momento presente, se están poniendo en juego, con singular intensidad, los símbolos. En primer lugar, el Rey, quien está desplegando su función simbólica, eligiendo a un candidato a Presidente del Gobierno que ha de someterse a la investidura, y, por otro, afrontando el reto de la secesión en Cataluña, con una dignidad extraordinaria, como se demostró en su visita a Barcelona con ocasión del Mobile World Congress. En segundo lugar, el acuerdo de Gobierno entre PSOE y C’s. Pedro García Cuartango, en un magnífico artículo publicado en El Mundo el pasado sábado, subrayaba el hecho histórico que representa el acuerdo. Era la primera vez, nos advertía, que en la Historia de España se subscribía un acuerdo de Gobierno entre un partido de izquierda y otro de centro-derecha. A mi juicio, más importante que la novedad histórica es su carga simbólica. La representación de la Nueva España. Un símbolo que reúne los requisitos y cualidades que los identifica, al menos, en dos dimensiones. Por un lado, la de integrar a un gran número de españoles que queremos superar, incluso, por edad, ese frentismo trasnochado y, por otro, la de movilizar para alcanzar una España mejor.

La función simbólica del acuerdo es más importante que su contenido. Probablemente, el acuerdo no tendrá el éxito pretendido. El candidato no será investido, pero quedará en la Historia de España que se ha alumbrado un símbolo que la mayoría de los ciudadanos llevamos reclamando desde hace mucho tiempo. Es posible otra España, basada en la unidad. No en la unidad institucional a la que se refiere el artículo 2 de la Constitución, sino en otra aún más profunda, integradora, movilizadora, e, incluso, que reúne el resto de las características enunciadas por Cohen, con cita de Turner (normativos, cognitivos, afectivos e intencionales) para referirse a lo simbólico: la unidad ciudadana. Es imprescindible, ahora más que nunca, con el reto disgregador, no sólo del secesionismo, sino también de aquellos que quieren reconstruir el frentismo leninista.

Falta el PP, el partido más votado. Su presencia es imprescindible. No cabe duda. Ahora bien, también precisa superar el frentismo que mantiene, tal vez, como defensa frente al acoso de la corrupción. Es significativa su reacción frente a la propuesta de reforma de la Administración local. En el Programa de Estabilidad para el periodo 2014-2017 que el Gobierno del PP elevó a la Comisión Europea se hablaba y se cuantificaba la fusión de los municipios de menos de 5.000 habitantes. Se perseguía, se nos decía, un ahorro total de 8.024 millones de euros entre 2014 y 2020. Ahora, por oportunismo y, sobre todo, por frentismo, se ha convertido en valedor de los municipios pequeños y, también, de las diputaciones. Se silencian los problemas y las soluciones.

La fusión de municipios y la supresión de las diputaciones están ineludiblemente encadenadas. Todos los países de la Unión Europea se han enfrentado a la tarea de la fusión. El Consejo de Europa ha recomendado la de los municipios de menos de 5.000 habitantes. Si esta operación se lleva a cabo, como parece inevitable, alumbrando otra fórmula de gobierno para los municipios fusionados que no haga desaparecer este ámbito de representación, el nivel provincial debería desaparecer. No se necesita una muleta provincial, si el municipio tiene la capacidad suficiente para prestar los servicios que sus vecinos demandan. Esto que comento está ampliamente reconocido, incluso, por el PP, como consignó en el Programa de Estabilidad.

España, ahora más que nunca, necesita reforzar el simbolismo como el que la Corona representa: unidad y permanencia del Estado. Unidad, no sólo en el plano institucional, sino también ciudadano. El frentismo de unos y de otros sólo nos conduce a la debilidad que alienta a la disgregación. Creo que es hora de acabar con las dos Españas que tanto dolor nos ha infligido. Es el momento de la unidad constitucional, la unidad simbólica que une a todos los ciudadanos, alrededor de un proyecto común.

(Expansión, 01/03/2016)

Addenda. Tras la publicación de este artículo se han producido algunas novedades. La más importante: que el candidato propuesto no consiguió la investidura. Se podría pensar que es la derrota de la tesis aquí defendida. Al contrario. El símbolo que representa el acuerdo no ha sido, ni puede ser derrotado. Está por encima de las circunstancias. Sigo pensando que pasará a la Historia. La primera vez que se alcanza un acuerdo de gobierno por encima de la tradicional frontera entre derechas e izquierdas. Sigo pensando que marca el camino. De repetirse las elecciones, probablemente el día 26 de junio, nos encontraremos con un panorama parecido en el que sólo cabrá una solución bajo un esquema parecido al representado por el símbolo que comento. 

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