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¿Tiene Bélgica derecho a la negligencia?

El día 16 participé en Bruselas en un acto organizado en el Parlamento Europeo, por el eurodiputado E. Calvet, sobre el respeto en Cataluña de la legalidad y de las sentencias que reconocen el derecho de los padres a la reintroducción, en las escuelas, del Castellano como lengua vehicular, junto al Catalán. Quería hablar sobre la inejecución de dichas Sentencias y terminé hablando del miedo. Paseando al día siguiente con mi hijo, llegamos a la conclusión de que no parecía que estuviéramos en una ciudad que estuviese bajo amenaza terrorista. Patrullas militares sí en cualquier esquina, pero cual maniquíes; ausencia de presencia policial y de controles; posibilidad, incluso, de acceder al tren de alta velocidad sin ningún tipo de revisión, ya no sólo de seguridad, sino incluso de billetes. La situación en el aeropuerto no fue de menor sorpresa. La única vez que se nos pidió la identificación, fue por el personal de la aerolínea, mas sin habernos topado, en momento alguno, con un policía. Formaba parte de nuestro juego el que encontráramos a alguno. La respuesta fue negativa. Y el martes sucedió lo que sucedió. Lo que, algunos, nos temíamos que podía suceder. Inmediatamente uno piensa, tal vez por deformidad profesional, ¿tiene Bélgica el “derecho” a comportarse de manera tan negligente?

La respuesta a este interrogante es más compleja de lo que pudiera parecer. Nadie puede ser negligente cuando los perjuicios se proyectan sobre los demás. Sin embargo, estamos hablando de Bélgica, Estado soberano, aunque integrado en la Unión. Tiene derecho a aplicar la política de seguridad que considere oportuna. Es su soberanía. El que esa política sea eficaz o no, es, visto con los ojos de un observador extranjero, secundario, e, incluso, irrelevante. Los españoles no soportaríamos, ni admitiríamos que un inglés o un belga nos diera, ni tan siquiera, un consejo, en cuanto a cómo tenemos que administrar nuestra seguridad. La soberanía aparece como una barrera infranqueable.

La soberanía es un concepto que sigue obediente a sus primeros formuladores. Las tesis de Bodin del siglo XVI y de Hobbes del siglo XVII. Un poder absoluto sobre un territorio y sobre sus gentes que rechaza cualquier otro que pueda suponer una restricción o disminución de su absolutismo. Soberanía, soberano y súbdito, la triada conceptual básica para comprender el Estado durante tantos siglos. El soberano se proyecta sobre el súbdito, haciendo gala de su soberanía. Con el paso de los siglos, el soberano ha cambiado: del Rey al Estado, del Estado nacional al de Derecho, del Estado de Derecho al democrático, pero ha seguido siendo soberano. Nada ha desdibujado el concepto. El que las coordenadas históricas hayan cambiado ha resultado irrelevante.

La globalización no es la mera descripción de la realidad. Es algo más profundo. Es el alumbramiento de un nuevo concepto que hace desaparecer la soberanía. Suena exagerado. Así se podrá criticar. Quien así lo haga sigue tributario de las categorías del siglo XVI. Sigue pensando desde “abajo”, desde el Estado, desde la nación, desde la soberanía. Los terroristas son de los pocos actores que han asumido con plenitud que estamos en otra era. Ellos sí que han entendido que la soberanía es un concepto periclitado. Ya no hay ni el Estado, ni la nación, ni la soberanía de los siglos XVI y XVII. Siguen disfrutando de “vida” gracias a que nuestro pensamiento y acción permanecen anclados a sus dictados. Si “hay” Estado, nación y soberanía, es porque continuamos creyendo que “hay” Estado, nación y soberanía. La política prosigue amarrada al dogma de su existencia. En cambio, los hechos, cada vez más tozudos, nos alumbran otra realidad que todavía no comprendemos. Seguimos hablando de la Globalización como la facilidad para comunicarnos, viajar, invertir, … Pero no somos, todavía, capaces de extraer las consecuencias políticas de ese hecho que ha arrumbado al Estado, a la nación y a la soberanía. En cambio, los terroristas sí que son capaces de hacerlo. Ellos son una fuerza global que está comprometida con hacer un daño global; su objetivo no es atacar a los bruselenses. Su objetivo es destruir nuestra civilización e imponer sus valores. ¿Cómo se puede seguir hablando de la seguridad estatal, nacional y soberana?

Bélgica no tiene derecho a actuar de manera tan gravemente negligente. No disfruta de derecho alguno que le permita prescindir de controles para acceder a trenes, aeropuertos, … No puede ser tan irresponsable en la preservación de la seguridad de todos; la de los amenazados por los terroristas que no son solo e, incluso, fundamentalmente, sus “nacionales”. No puede porque carece de la soberanía para actuar de esa manera. Podrá seguir empeñada en encerrarse en ese castillo cada vez más minúsculo de la soberanía. Nadie está libre del engaño. Podemos seguir creyendo que lo que pase en la otra punta del globo es marginal. Podemos pensar que lo que sucede en Bélgica, Siria, Yemen, Pakistán, Israel, Ucrania, Nigeria, … es anecdótico en nuestra vida. Ya los hechos, por encima de los conceptos de Estado, Soberanía, Nación, se encargarán de demostrarnos que la globalización es una realidad. La de un mundo interconectado, de unas personas interconectadas, de sufrimientos interconectados. Nadie tiene derecho a ser negligente cuando la negligencia tiene unos efectos sobre todos. Bélgica ha demostrado que su irresponsabilidad nos ha perjudicado a todos. Y todos tenemos derecho a que cambie radicalmente de comportamiento. Los ciudadanos de la Unión, avanzadilla de la globalización y de su cambio institucional, tenemos los medios y los cauces para que ese cambio se produzca. Algunos siguen empeñados, en un debate baladí sobre seguridad y libertad. Como si la libertad pudiese, ya no sólo ser ejercida sino existir, sin seguridad; como si la seguridad no fuese la base imprescindible de la libertad, razón, por la que, además, existe el Estado de Derecho, conquista histórica que demuestra que para que haya libertad se ha de garantizar la seguridad, en concreto, la jurídica. Mientras éstos siguen entretenidos en dichos debates, los terroristas, como fuerza global, que han comprendido la globalidad, siguen beneficiándose de conceptos periclitados que sirven para que algunos alumbren la incompetencia y la negligencia. El que Bélgica, según la información recopilada, sea considerada como un territorio “fácil” para los terroristas, no es una especulación. Es la constatación de que el castillo soberano es tan ridículo que, incluso, una fuerza pequeña pero decidida lo puede tomar ya no al asalto sino de paso. La soberanía es hoy un castillo de naipes que los terroristas derriban a soplos.

(Expansión, 29/03/2016)

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