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No es la corrupción

El fallecimiento, sorpresivo, de Rita Barberá ha causado un impacto considerable. Hay varios planos de análisis. En el político, se quiere aprovechar para “revisar” la reacción cuando un cargo público es acusado, formalmente, de corrupción. En el mediático, también el tratamiento. Y, en el social, no parece que haya provocado una reconsideración de cómo se debe actuar. Ciertamente, el fallecimiento de la persona merece respeto y suscita afecto hacia la familia. Es un ser humano. Una mínima empatía, nos hace partícipe del dolor y del sufrimiento.

Se ha afirmado que la corrupción está en el ser profundo, egoísta, oportunista, de los seres humanos. Esto vendría a explicar que ha convivido con nosotros desde siempre. La corrupción es atemporal, acultural y apolítica. Se ha producido con independencia del tiempo, del lugar y de la configuración política de las naciones. Puede haber diferencias respecto de la intensidad, las características e, incluso, la extensión política y social, pero siempre ha estado ahí. Y siempre estará. No hay nación, Estado, cultura, política, … que se haya librado de esta lacra, expresión utilizada por el Rey Felipe VI. Un vicio físico o moral que marca a quien lo tiene y suscita el mayor de los rechazos.

La corrupción es analizada, tradicionalmente, desde dos puntos de vista: el moral y el institucional. El primero se centra en el deterioro de los parámetros de integridad que han de gobernar tanto el comportamiento individual como colectivo. El corrupto es tan inmoral como inmoral hará a la sociedad que lo sufre. En cambio, el segundo, se centra en las instituciones, tanto en las que la hacen posible, como en los cambios que se deben emprender para combatirla. Una y otra tienen en común un aspecto usualmente marginado: la corrupción sólo es posible y sólo es valorable, si hay un parámetro normativo que establece qué es lo que se debe hacer tanto en la gestión de los asuntos públicos como en los privados. Hay tanta o más corrupción en el mundo de los negocios como en el de la política. Ese parámetro no quiere decir que sea, necesariamente, el de las reglas jurídicas. Puede ser y debería ser, fundamentalmente, el de las éticas; la moralidad colectiva.

A mi juicio, la percepción de la corrupción en España ha alcanzado unos niveles tan alarmantes por dos factores. Por un lado, la crisis de la normatividad colectiva, la social, la moralidad. No porque los españoles nos hayamos convertido en inmorales, sino porque no están nada claras cuáles son estas reglas (la polémica sobre qué se entiende por corrupción). Y cuando no se tienen claras, la sobreactuación es inevitable. Y, por otro, la crisis de las instituciones políticas, de la política y de los políticos. Éste es un fenómeno universal con el que, además, debemos acostumbrarnos a convivir. Es el de los perdedores de la globalización. Y. N. Harari, el famoso historiador, en la entrevista publicada este fin de semana en el suplemento Papel de El Mundo, nos exponía con crudeza el panorama del futuro inmediato que hoy comienza a vislumbrarse. Los millones de seres humanos que no tendrán “hueco” en la sociedad. Los parados crónicos. Los que no tienen, además, destino. Los millones que han programado su vida guiados por el sueño de prosperar, mas que, sin embargo, no lo podrán hacer realidad; aquel en el que hemos sido educados. La frustración es inevitable. El peor sentimiento para gestionar: el de los sueños rotos. Los seres humanos necesitamos un sueño. Urgimos entender por qué hacemos y para qué, lo que constituye el sacrificio del presente. La esclavitud del hoy sólo se redime con el sueño del futuro. Cuando éste no se hará realidad, bien porque lo sufrimos o porque lo vemos en los ojos de nuestros padres, el desconsuelo de la vida-perdida.

¿Qué harán tantos millones de frustraciones y de frustrados? El desengaño es la expresión más suave. En el terreno político: el anti-sistema. Culpar a las instituciones, porque son las que han alimentado un sueño. Culpar a los políticos. Y la mayor acusación es la de la corrupción. El corrupto es el que roba; es el que nos roba; el que nos ha robado el sueño del futuro mejor. La frustración degenera en crítica, en incredulidad. El populismo es antisistema pero es, sobre todo, nihilista. Qué sucederá con Trump, con Podemos, con el Brexit, … Nada. Intentan obtener una renta de vender un sueño alternativo que no se puede hacer realidad. La frustración crecerá aún más. Harari nos anuncia que la salida estará en las nuevas drogas y los mundos virtuales. Me resisto a crear que no pueda haber una solución política. Me resisto a creer que el mundo Matrix transciende el ámbito de la ciencia ficción. Mientras tanto, el desengaño, el populismo nihilista alimentará reacciones exageradas contra las instituciones y los políticos. Éstos deben asumir que es el precio que tienen que pagar. Demostrar que la gestión pública es un privilegio sometido a unas exigencias, incluso, irrazonables, de moralidad e integridad. No es la corrupción. Es el desencanto; es la frustración.

(Expansión, 29/11/2016)

Comentarios

  1. Bien, el anáisis es, en lo descriptivo, bastante certero, pero me temo que se queda, como la mayoría, en lo epidérmico (tampoco podemos aexigir al autor que agote las perspectivas y enfoques, es cierto). Diría a bote pronto dos ideas. Por una parte, los seres humanos no necesitamos solo "sueños", con esa inevitable connotación de fantasía onírica autorealizable. Lo que las personas necesitamos es un "fin", un "porqué" en la vida, que es algo mucho más profundo y que, cuando su raíz es auténticamente verdadera, al contrario que los simples sueños (que también son necesarios, pues nos impulsan), cuya no realización genera esa frustración que el autor nos describe tan bien, precisamente nos permiten luchar contra las contradicciones de la vida, por violentas que sean, y muchas veces nos ponen una sonrisa de auténtica felicidad en el rostro. Yo lo he visto en algunas personas. Y en este punto es inevitable hablar de fe, en esta sociedad que ha dado la espalda a Dios, porque aunque es un don divino, la obtiene quien la busca con humildad y sincero corazón. Y, por otra parte, esta misma idea enlaza con la la otra pata del discurso de la corrupción: la educación... pero claro, una educación con unos valores muy cuestionables (supuestamente "cívicos", pero al máximo solo eso) y que no beben de una fuente única conduce al relativismo moral. El autor habla de eso en el fondo, aunque no lo diga. Habla así de "la crisis de la normatividad colectiva, la social, la moralidad. No porque los españoles nos hayamos convertido en inmorales, sino porque no están nada claras cuáles son estas reglas". Bueno, pues tal vez porque hay interés en que las normas de conducta moral no estén claras, resulte que buena parte de los españoles nos hemos ido transformando, sí, poco a poco, en seres un poco más inmorales. Tal vez habrá que decirlo clarito. En fin, enhorabuena en todo caso por el meritorio intento de diagnóstico.

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