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Más y mejor 155

Se cumplen 50 años del estreno de la película de Stanley Kubrick “2001: Odisea del espacio”. Su primer pase tuvo lugar el 6 de abril de 1968 en el Cinerama Theatre Broadway de la ciudad de Nueva York. Una obra maestra de la ciencia ficción.

Imagen de la película de S. Kubrick "2001: Odisea del espacio"

En el libro homónimo de Arthur C. Clark, el co-guionista junto con el director, Kubrick, de la película, finaliza el prólogo con una de esas frases brillantes, condenadas al recuerdo: “recordad, por favor, que ésta es sólo una obra de ficción. La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria”.

La imaginación no puede vencer a la realidad. Lo extraordinario es la realidad; no la imaginación.

La investidura de Q. Torra como presidente de la Generalitat demuestra, una vez más, el acierto de Clark. La realidad supera la imaginación más calenturienta.

Lo vivido estos meses, cuya última manifestación la hemos tenido este pasado sábado y el lunes, es una muestra tan grave de distorsión de la realidad que sobrepasa el terreno de la política para entrar en otros ámbitos, más propios de los psicotrópicos.

La mayoría del Parlament ha otorgado, como dispone el artículo 149 del Reglamento del Parlament, su “confianza” en el candidato y en el programa de gobierno que ha presentado y defendido.

La confianza es la clave de la relación entre el presidente del Ejecutivo y la Cámara.

Esperanza firme que se tiene de alguien o de algo. Es el primer significado de la palabra confianza, según el Diccionario de la Lengua española. Esperanza en la persona y en el programa político que la persona presenta ante la Cámara para alcanzar la investidura.

La mayoría secesionista ha otorgado la confianza a una persona supremacista (véanse sus comentarios en Twitter y sus artículos) y a un programa que incluye como objetivo, en palabras de Torra: " un proceso constituyente. … Diseñemos sin apriorismos el país en el que queremos vivir y que deberá concluir con la redacción de una Constitución catalana".

Parece que vivimos una vuelta atrás. El tiempo se ha congelado, en un bucle que se repite y repite.

Sun Tzu, en el “Arte de la Guerra”, afirmaba que “Haz que los adversarios vean como extraordinario lo que es ordinario para ti; haz que vean como ordinario lo que es extraordinario para ti.”

Si los adversarios están dispuestos a volver atrás, los constitucionalistas debemos mirar hacia adelante y deberemos actuar, una vez más, con los medios que ofrece el Estado democrático de Derecho: lo ordinario de hacer cumplir la ley mediante lo extraordinario de la aplicación del artículo 155 CE.

El presidente Rajoy afirmaba, en una brillante frase, que “el 155 ya no es un artículo de la Constitución; es un precedente”. No debe serlo, sin embargo, para repetir los errores cometidos que, también, han contribuido a que entremos en bucle.

El artículo 155 de la Constitución dispone que deberá aplicarse cuando “una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España”.

Tantas veces como se cumpla este supuesto de hecho, habrá de operar la coacción federal. Pero debemos revisar los términos de su aplicación.

Cuando el Delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, como ya comenté en este periódico, entiende que su propia presencia en el Palau de la Generalitat sería irrespetuosa con la institución, está reconociendo el sentimiento de culpa con el que se ha gestionado el 155.

Debería resultar innecesario recordar que el artículo 155 se ha activado porque los secesionistas decidieron dar un golpe de Estado, aprovechándose, como ha quedado ampliamente demostrado, la desidia de 40 años y la debilidad de un Gobierno central, en mitad de una importante crisis de legitimidad del régimen constitucional.

Entre la historia y la política, los golpistas creyeron que era su momento. El de la máxima debilidad del Estado español; la posibilidad milenaria de alcanzar la Ítaca alucinada y alucinógena, construida por los medios de “idealización” colectiva.

Se equivocaron. Pero también ha habido equivocación en la gestión del golpe. No puede haber ni miedo, ni culpa.

El Estado democrático de Derecho podrá estar sufriendo una crisis, la del régimen del bipartidismo de la transición, pero no es un Estado fracasado, ni en bancarrota.

En su seno está configurándose la alternancia. Los ciudadanos españoles asisten sorprendidos al espectáculo, pero no hay terror, ni aprensión, ni señales de derrota, ni de abandono a las instituciones.

Se podrá perder Eurovisión, pero España no ha perdido, ni como nación ni como Estado, frente a los embates del secesionismo.

Podrán seguir cosechando victorias, incluso, fuera de España, pero no hay indicio alguno, ni señal, que haga sospechar que conseguirán hacer realidad su sueño.

El recuerdo de ETA es inevitable. Una nación que ha aguantado los embates durísimos de cientos de muertos, no cederá tan fácilmente el empuje de unos fascinerosos.

Todos recordamos el heroísmo de los caídos a manos de ETA. El sacrificio de tantos para disfrutar de la libertad de la que hoy gozamos. Ese mismo recuerdo es el que también hace acto de presencia frente al golpe en Cataluña.

Son los mismos muertos, porque es el mismo sueño: un Estado democrático de Derecho fruto de nuestra libertad, y no de la imposición de unos pocos.

El artículo 155 CE ha dejado de ser un artículo para convertirse en un precedente. De los precedentes hay, también, que aprender.

La primera lección: romper el bucle que nos condena a este flashback. Ha de servir no sólo para substituir a unos u otros gestores, sino para sentar las bases para que el golpe no se pueda volver a producir.

Ni culpa, ni miedo. La democracia es la fuente de la legitimidad para acabar con el golpe. A los políticos les toca administrar esta fuente. No vale protegerse tras las túnicas de los jueces. Ni es conveniente, ni suficiente. Ni culpa, ni miedo.

(Expansión, 15/05/2018)
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