Hoy, 1 de octubre, los secesionistas celebran en Cataluña el triunfo de la violencia. El del sedicente referéndum de autodeterminación que ha sumido a Cataluña en la noche oscura. Cuando unas autoridades han convertido la desobediencia en forma de hacer política, y el reto a la Ley en la de hacer gobierno, no hay democracia, no hay libertad. No hay democracia sin ley, porque es la que marca la frontera entre el gobierno de la voluntad y el de la razón; la razón de los derechos y de las libertades.
En Cataluña, la realidad institucional es la de la completa parálisis. No hay Gobierno, no hay Parlamento. La política es la de los gestos, la de los aspavientos, la de la amenaza, la de las declaraciones como las del pasado día 26 aprobadas por el Parlament; la de la expulsión de la Guardia Civil, la del apoyo a terroristas y la de la llamada a la desobediencia civil. Postureo, puro postureo.
En Cataluña nada es creíble en el terreno de la política y de los políticos. Que nos dejen en paz. La fortaleza de la sociedad civil era, y digo era, su salvación. Los jueguecitos de los políticos no afectaban. Que sigan con sus juegos y que nos dejen hacer. Hasta que todo ha cambiado. Una Administración tan poderosa como la catalana, que maneja un presupuesto anual de 34.000 millones, ha terminado colonizando a la sociedad civil. Y quien paga siempre tiene razón; si eso es lo que quieren oír y nos pagan, se dice y se repite la consigna del momento. El sano distanciamiento desaparece. Todo se confunde, lo público y lo privado. La sociedad civil va perdiendo fortaleza; va perdiendo autonomía. Y se convierte en un tentáculo más del monstruo de los políticos, del nacionalismo.
El nacionalismo entró en la espiral secesionista. No sabemos por qué; no hay certezas; hay sospechas. El círculo vicioso que ha terminado atrapando a toda la sociedad. La vanguardia ha marcado el paso, y los demás a seguirla; hacia el precipicio. Ya no hay duda. Ha comenzado la caída; la parálisis; el temor del empresariado; el miedo; las familias divididas; la sociedad dividida; las amenazas; el señalar al discrepante; las marcas y más marcas. Lazos amarillos que son estrellas amarillas para los demás. Todo el mundo marcado. Porque nadie puede quedar sin posicionarse: o secesionista o traidor; buenos y malos catalanes; buenos y malos ciudadanos. ¿Qué es lo que queda? La violencia.
Lo que comenzó con violencia, el 1 de octubre, ha de continuar con violencia, porque, en realidad, no ha desaparecido. La violencia, en sus distintos grados, se ha ido consolidando como elemento social particularmente descarnado a partir de la locura del proceso que removió las fuerzas profundas e hizo aflorar la pulsión secesionista como activo que podía materializarse electoralmente.
Me refiero al proceso que alumbró el Estatut del año 2016. Se ha ido alimentando hasta que unos hiperventilados han decidido dar el paso siguiente: el terrorismo, o sea, la violencia con el objetivo de infundir el terror con el que alcanzar objetivos políticos, en este caso, la independencia de Cataluña.
Han creado una organización terrorista, Equipos de Respuesta Táctica (ERT), con comunicación, incluso, con las más altas instancias de la Generalitat, según la investigación dirigida por el Magistrado García-Castellón y que los medios recogen. Son, dicen, una reacción frente a la “pasividad” de los partidos secesionistas.
Cuando han prometido que a la independencia se llegaba en unos días, en horas, … que seguiría formando parte de la Unión europea porque Europa no podía ser Europa sin Cataluña; que iban a reconocerla muchos países; que se contaría con financiación de unos y de otros; que la presión sobre España sería insoportable, … Cuando todo era tan fácil, ¿cómo es que no se ha hecho realidad? Por la pasividad, por la cobardía, por la traición, … de los nuestros, de los que debían llevarnos al Olimpo. Torra llamaba a los CDR a seguir presionando. ¿A quién? A los cobardes, los traidores, los pasivos, …, pero no sólo a los “ajenos”, a los que no participan de la causa, sino, fundamentalmente, a los “propios”, a los que se están ablandando.
El procés se está convirtiendo en una máquina de frustración. Los hiperventilados o abandonan o son detenidos. Siempre les queda el consuelo de la melancolía. Se dice que los catalanes sólo celebran las derrotas. Sin embargo, son también catalanes, los que no se han dejado arrastrar por la locura secesionista, los que celebran la victoria del Estado democrático de Derecho.
Comenzó el 1 de octubre de 2017 y continuará con la Sentencia del Tribunal Supremo que resuelve la causa del “procés”. Porque el Poder judicial es el poder que resiste, el que sigue imponiendo el respeto a la Ley de la democracia; la Ley de la libertad. Los demás, golpistas y sólo golpistas.
(Expansión, 1/10/2019)
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