“Los momentos en los que a lo largo de la Historia prevalecen el sentido común y la reconciliación son breves y efímeros” afirmaba Stefan Zweig en sus Momentos estelares de la humanidad cuando, bajo el título de la misa de la reconciliación, narraba la caída de Constantinopla.
Hacer que el sentido común y la reconciliación sean duraderos es un requisito esencial para la conservación, también, de la democracia. Son valores que deberían estar arraigados en la cultura cívica que hace de engrudo social; la que compensa los desfallecimientos y los vacíos de las instituciones. Es como el lazo que une a las generaciones cuando, como nos ha sucedido a nosotros, hechos trágicos las han enfrentado.
España ha sazonado su historia desde principios del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, e incluso, hasta la Constitución y el fin de ETA, de enfrentamientos, de guerras, de violencia. Víctimas y más víctimas de los atropellos de victimarios de distinto jaez. La convivencia rota por el sacrificio, por el terror, por el castigo. La violencia que une nuestro presente con nuestro pasado; que nos une con un lazo de sangre.
Víctimas y victimarios no tienen el mismo peso moral. El sacrificio de las víctimas es lo que nos ha llevado a lo que somos; su expiación, su sangre, su dolor, es el hoy de nuestras vidas. Recordar es aprender. Recordar, para homenajear; para rendir tributo; para ofrecer o manifestar veneración como prueba de agradecimiento o admiración. El tributo es la excusa para el recuerdo; mantener vivo el sacrificio. Recordar, aprender y homenajear en el presente para mejorar en el futuro. El futuro es lo que importa y la reconciliación es el camino.
El Parlamento Europeo aprobó el pasado 19 de septiembre de 2019 una transcendental resolución sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa. Es de inevitable recuerdo cuando esta pasada semana hemos conocido la Sentencia del Tribunal Supremo sobre la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos. Y aún más necesaria cuando el Gobierno de Sánchez va a convertir la exhumación y la inhumación de Franco en ejes centrales de su campaña electoral.
La Resolución del Parlamento Europeo nos muestra el cómo nos deberíamos enfrentar al pasado. Dos son las dimensiones esenciales. La primera, la histórica: la del recuerdo y el homenaje a las víctimas:
“deben mantenerse vivos los recuerdos del trágico pasado de Europa, con el fin de honrar la memoria de las víctimas, condenar a los autores y establecer las bases para una reconciliación basada en la verdad y la memoria”; “recordar que los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad; recordar, asimismo, los atroces crímenes del Holocausto perpetrados por el régimen nazi; condenar en los términos más enérgicos los actos de agresión, los crímenes contra la humanidad y las violaciones masivas de los derechos humanos perpetrados por los regímenes comunista, nazi y otros regímenes totalitarios”.Recordar la tragedia que la tiranía nazi y comunista marcaron a sangre y fuego en la piel de Europa. Homenaje, tributo, honor, … a las víctimas. Nunca el olvido.
No es revanchismo; no es venganza; no es volver hacia atrás para corregir lo sucedido. No es posible; no hay marcha atrás. La verdad es la base de la reconciliación. Memoria y reconciliación se unen. No para reescribir la historia, sino para escribir la que ha de venir.
Pasado y futuro se unen de la mano del sacrificio de las víctimas. El recuerdo, el homenaje, … nos harán mejores. Es la segunda dimensión: la de fortalecer la Unión Europea y lo que implica: democracia y libertad: “recordar a las víctimas de los regímenes totalitarios y reconocer y divulgar el legado común europeo de los crímenes cometidos por las dictaduras comunista, nazi y de otro tipo es de vital importancia para la unidad de Europa y de los europeos, así como para consolidar la resiliencia europea frente a las amenazas externas actuales”; pero también las internas.
El Parlamento “pide una cultura común de memoria histórica que rechace los crímenes de los regímenes fascistas y estalinistas, y de otros regímenes totalitarios y autoritarios del pasado, como medio para fomentar, en particular entre las generaciones más jóvenes, la resiliencia ante las amenazas modernas que se ciernen sobre la democracia; anima a los Estados miembros a promover, a través de la cultura en general, la educación relativa a la diversidad de nuestra sociedad y nuestra historia común, incluida la enseñanza de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, como el Holocausto, y la deshumanización sistemática de sus víctimas durante años.”
El homenaje a las víctimas es la fuente de la resiliencia ciudadana. El pilar sobre el que asentar la democracia. El recuerdo del pasado para construir el futuro, pero sin venganzas; sin manipulación; sin someter la historia a juicio para producir una sentencia que la corrija. “El trágico pasado de Europa debe seguir sirviendo de inspiración moral y política para afrontar los retos del mundo actual y, en particular, luchar por un mundo más justo, crear sociedades abiertas y tolerantes y comunidades que acepten a las minorías étnicas, religiosas y sexuales, y fomentar unas condiciones en las que todos puedan beneficiarse de los valores europeos.”
Me temo que, en España, la memoria histórica se gestiona como un arma política que busca el enfrentamiento; reconstruir trincheras. No se pretende homenajear a las víctimas; busca enjuiciar a la historia, como si fuera posible. Nada positivo se contribuye a la conciencia y a la cultura cívicas que son el engrudo que fortalece a la democracia.
(Expansión, 8/10/2019)
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