La Sentencia del TEDH que excarcela a la etarra Ines del Río ha suscitado y seguirá suscitando una ola inmensa de indignación. El jurista choca con el ciudadano. La reflexión de aquél choca con la repulsa de éste. Nunca antes habíamos podido asistir a una falla tan enorme de separación entre los dos. Producir análisis sosegados es extraordinariamente complejo. He leído algunos. El de José Antonio Zarzalejos publicado en El Confidencial (El desolador fracaso del Estado) creo que resume a la perfección lo que algunos sentimos y la reflexión que nos suscita. Se aprende de los errores. Los errores de muchos han hecho posible que nos encontremos en la situación actual. Espero que se haya aprendido. No se puede gestionar el terrorismo o los crímenes socialmente execrables desde el acomplejamiento de nuestra Historia. Como tenemos una democracia muy joven estamos presionados a demostrarles a todos (y a nosotros mismos) que somos más demócratas que el que más. Así se producen monstruos como el GAL o la ausencia de reforma del Código penal para impedir que los sociópatas se beneficien de la generosidad de la democracia. Las democracias no acomplejadas no han tenido inconveniente en adoptar medidas duras de protección frente a este tipo de crímenes. Ojalá se despeje definitivamente este lastre que nos ha conducido a la lamentable situación en la que nos encontramos. Y una sociedad que ni la entiende ni la comparte.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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