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Infamia y honra

Infamia es una palabra que, según el Diccionario de la Lengua española, tiene dos significados. Por un lado, es descrédito, deshonra; y, por otra, maldad o vileza en cualquier línea. Descrédito para aquel que la practica y maldad para el que la sufre. El infame se degrada, tanto como degrada al otro.

Entramos en el mes de gloria de celebración del martirologio golpista. Se inicia, formalmente, con la aprobación de las sedicentes Leyes de referéndum y de transición nacional, los días 6 y 7 del año pasado.

Supusieron el atropello más escandaloso a los derechos de los diputados del Parlament de Cataluña que disentían; la minoría. Ni enmiendas, ni debate. El Parlamento convertido en una máquina trituradora de derechos. La casa del pueblo convertida en máquina del golpe; no escenario del golpe (como Tejero), sino como instrumento del golpe. La institución que representa a la democracia, la institución que atropella a la democracia. Infamia, doblemente degradante.

Es la alegoría perfecta de lo que es el golpismo: el atropello a los derechos y al Derecho. En el mundo de los iniciados, se teoriza sobre la naturaleza del golpe. Se habla, incluso, de un golpe postmoderno. Es irrelevante el calificativo: premoderno, supramoderno, megamoderno, ... El objetivo es siempre el mismo: desnudar al poder de todo aquello que lo limita. El que los golpistas ya ocupen cargos, nada cambia, ni tampoco puede decirse que sea una novedad. Cuando Gabriel Naudé (Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado, 1639), teorizó sobre el golpe lo refirió al príncipe. Se trata de actuar “contra el derecho común, sin guardar siquiera ningún procedimiento ni formalidad de justicia”. El golpe al Estado lo es al Derecho que regula el Estado, la organización y el ejercicio del poder, para alumbrar un nuevo marco institucional. El poder se vuelve nudo poder. Nada lo limita, nada lo controla. Como lo que pretenden los secesionistas. No es un accidente que en la “república soñada”, el poder judicial quede sometido al control político, según la Ley de transitoriedad.

Se inició con la aprobación contra el Derecho y las libertades de las dos leyes, y continúo con el sedicente referéndum de 1 de octubre. La torpeza del Gobierno de Rajoy (urnas, organización, violencia, ... 10.000 veces ridículo, millones de ridículos; ineficacia reduplicada), que sirve y servirá de munición al secesionismo durante mucho tiempo, no puede ocultar que igualmente supuso el atropello a la Ley y los derechos.

El golpismo sigue vivo y bien vivo. Dispuesto a celebrar la infamia, para su deshonra y para el sufrimiento de los demás.

Frente a la infamia, el constitucionalismo tiene mucho que celebrar. También es su aniversario: el de la resistencia. A pesar de todo, los infames no ganaron; ganó la Constitución, el Estado democrático de Derecho y las libertades.

Sombras de duda se arrojan sobre los ganadores. Nunca el constitucionalismo ha estado tan dividido. La debilidad del Gobierno de Sánchez ha atenuado a la resistencia hasta el extremo de imputarle, por parte de los voceros del partido socialista, la responsabilidad por la tensión. Se iguala ilegalidad con legalidad; golpe y democracia; tiranía y libertades.

La equidistancia es una corriente política de largo impulso sostenida por algunos sectores moderados del catalanismo y del socialismo catalán. Al objetivo político se le sacrifica toda regla básica de la legalidad y de la moralidad. ¿Cómo se pueden igualar víctima y victimario? ¿Cómo se le habría calificado a quién después del 23 F hubiese sostenido la conveniencia de la equidistancia entre los demócratas y los golpistas, entre Suárez y Tejero o Milán del Bosch? Sería inimaginable. ¿Por qué en Cataluña algunos la defiende? ¿Donde está la diferencia? El marco de referencia: el del nacionalismo catalán.

Los que han roto el constitucionalismo participan del principio esencial de la existencia de un pueblo/nación que tiene unos derechos (históricos) que han sido tradicionalmente mancillados por el Estado español; a diferencia del independentismo, no creen (por ahora), que se deba emprender el camino de una república. Llegado el momento, se podrían sumar al secesionismo.

Son equidistantes, nos dicen, entre los secesionistas y los unionistas; no entre los golpistas y los constitucionalistas. No admiten que haya un conflicto de marcos de referencia: el del nacionalismo (secesionista o no) y el del constitucionalismo. No lo admiten porque sólo existe, para ellos, aquel marco; sólo desde la nación y sus derechos explican todo lo que sucede, incluso la colocación de los símbolos. La colocación es un error, la retirada una provocación. No es lo mismo colocar en nombre de la nación, que retirarlos desconociéndola.

El “icetismo”, una variante del ascetismo equidistante postulado por Iceta, está condenado al fracaso. No es posible, después de todo lo que ha sucedido, que el constitucionalismo transite, otra vez más, hacia la asunción del marco de referencia del nacionalismo: una nación, un pueblo, unos derechos nacionales, además, históricos. No existe un “sol poble”.

El Gobierno de Sánchez, a lomos de su debilidad, impulsa la vuelta al corral de la normalidad, de la estabilidad, ... La vuelta al corral de los 40 años del hacer nacionalista para consolidar nuevas conquistas desde las que preparar el siguiente ataque, probablemente, ya definitivo, al Estado español.

La propuesta de referéndum de autogobierno, que el presidente Sánchez ha lanzado, va en esa dirección. Un engaño al constitucionalismo y un intento de engaño al secesionismo. Algunos constitucionalistas pueden entender que es una solución al “conflicto” porque se “consulta” al pueblo; se satisface la exigencia “democrática”; el pueblo opina. La democracia no tiene por qué transitar necesariamente por la consulta a los ciudadanos y, sobre todo, por qué a los catalanes. ¿Qué razón jurídica, política, social, económica, histórica, ... cualifica a ciertos sujetos para decidir sobre aquello que nos afecta a todos? El problema del referéndum no es, sólo, de reconocimiento del derecho a la autodeterminación sino del titular de tal derecho. No hay nación, no hay sujeto.

Sánchez convertido en “Cameron of the Island”, como lo denomina un buen amigo mío, puede acabar y, seguro, acabará en fracaso. El secesionismo utilizará el referéndum como oportunidad para mostrar ante el mundo el rechazo al autogobierno/autonomismo.

Será un referéndum formalmente sobre el autogobierno, pero nada podrá impedir que materialmente lo sea de autodeterminación. Un rechazo masivo, oficializado ante las urnas, complicará aún más la gestión del conflicto.

La excusa para su celebración, el argumento utilizado es tan frívolo que sólo a “Cameron of the Island” se le puede ocurrir: que los catalanes no votaron el Estatuto. Se acepta el relato secesionista de la ilegitimidad de la Sentencia del Tribunal Constitucional que anuló 14, sí, sólo 14 artículos (porque rompían, la mayoría, la unidad del poder judicial), de los 223 del Estatuto de Cataluña.

La debilidad de Sánchez se está convirtiendo en una operación de debilitamiento del Estado democrático de Derecho. Y este debilitamiento es alimento para el secesionismo. Podrá reportarle una victoria a corto plazo. Una victoria pírrica para acabar la legislatura, incluso, ganar las próximas elecciones. Pero es una derrota inmensa a medio y largo plazo para el Estado democrático de Derecho.

Unos celebran la infamia; el constitucionalismo, la victoria, pero la debilidad de Sánchez puede convertir aquella en victoria y ésta en derrota.

(Expansión, 04/09/2018)

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