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Invención

No hay nacionalismo sin nación, pero no hay nación sin nacionalismo. La nación es el principal resultado del éxito del nacionalismo. El razonamiento se vuelve circular, hay nación porque hay nacionalismo y hay nacionalismo porque hay nación. Este es el principal logro.

La Diada es el mejor ejemplo. El historiador Jordi Canal ha explicado que su origen se remonta al año 1886. Varios jóvenes miembros del Centre Català organizaron un funeral, dedicado a los que murieron “en defensa de las libertades catalanas destruidas por Felipe V con la toma de Barcelona”.

A partir de aquí, se inventa la historia hasta el momento presente. Como concluye Canal, “aunque han pasado ya tres siglos desde los acontecimientos del final de la guerra de Secesión y casi nada vincula el presente con aquel entonces, los nacionalistas se esfuerzan en revivirlos cada año, construyendo el mañana desde el ayer”. Y, sobre todo, construyéndolo sobre una mentira.

El 11 de septiembre de 1714 no fue el de la derrota de Cataluña. Fue el de la derrota de los partidarios de la casa de los Austrias, aspirantes al trono de España. Cuando Felipe V fue proclamado Rey de España, inmediatamente se desplazó a Cataluña donde juró las instituciones y celebró unas Cortes que empezaron en octubre de 1701 y se alargaron hasta febrero del año siguiente. 

Felipe V (fuente Wikipedia)

El temor a una alianza franco-española concitó una coalición internacional que convirtió a España en un escenario de guerra. Por circunstancias locales, se fue creando un partido austracista que terminó alcanzando el control del principado. El cambio en las circunstancias internacionales, terminarían por abocar al fracaso la sublevación. No lo fue, en ningún caso, ni para defender las instituciones (reconocidas por Felipe V), ni para protegerse de España; había entre los catalanes tantos partidarios de los Borbones como de los Austrias. Una querella dinástica convertida en lucha por las libertades catalanes. 

La mentira, debidamente contada, se convierte en verdad. Es el relato lo único que importa, no los hechos, y si éstos no encajan, se cambian. La fuerza del relato es tan poderosa que nada ni nadie lo hará cambiar. Es la fuerza del nacionalismo. Uno de sus paradigmas es el del perennialismo. Las naciones son comunidades naturales que siempre han existido y siempre existirán. Frente a esa interpretación, la historiografía, particularmente, la de raíz marxista ha destacado que, al contrario, son una invención.

Serán o no una invención, lo que nadie puede negar es que no forma parte de la naturaleza de las cosas el que, a la nación, por el mero hecho de serlo, en la hipótesis de que se pudiera admitir, haya que reconocerle, de manera obligatoria, derecho alguno. A la supuesta existencia de la nación no se le asocia, necesariamente, la titularidad de derechos como si éstos fuesen consustanciales. Los Tratados internacionales sólo admiten el derecho a la autodeterminación de darse ciertas situaciones; que no se cumplen en Cataluña: ni es colonia, ni hay un atropello generalizado a los derechos individuales.

El éxito del nacionalismo, como ideología, es que ha creado el sujeto que justifica su propia existencia. La nación como sujeto que disfruta de unos derechos que le son inherentes. Por lo tanto, si hay una nación, hay un sujeto titular de unos derechos que no le pueden ser atropellados.

La Historia está atrapada por la ideología. Lo que Canal explica. Se construye el presente sobre trozos del pasado. Como si un moderno palacete se edificase utilizando piezas romanas, visigodas, árabes y otras. Y la legitimidad de su existencia radicase en esas mismas piezas. Cuando son pedazos y nada más. No son el pasado; son vestigios del pasado; no son historia, son partes de la Historia. El resultado es monstruoso; el alumbrado por el nacionalismo.

El 11 de septiembre se convirtió en fiesta “nacional” de Cataluña en el año 1980, por la Ley 1/1980, de 12 de junio. Promulgada por Jordi Pujol, cuenta con una exposición de motivos que no lleva a engaño: “El pueblo catalán en los tiempos de lucha fue señalando una jornada, la del 11 de septiembre, como Fiesta de Cataluña. Jornada que, si por una parte significaba el doloroso recuerdo de la pérdida de las libertades, el 11 de septiembre de 1714, y una actitud de reivindicación y resistencia activa frente a la opresión, suponía también la esperanza de una total recuperación nacional.Ahora, cuando Cataluña reemprende su camino de libertad, los representantes del pueblo creen que la Cámara Legislativa tiene que sancionar lo que la Nación unánimemente ya ha asumido.”

El nacionalismo siempre ha tenido sentido histórico; y del tiempo. Que en España no hay nacionalismo español lo demuestra cómo una Ley tan claramente entroncada con el proceso de construcción nacional que ha desembocado en la situación actual, no mereciese impugnación o reproche alguno. Mientras que Pujol tenía bien claro qué es lo que quería hacer, al otro lado del Ebro, ingenuamente, creían que era “postureo”, sin peligro alguno.

38 años después, víctimas de la distorsión retrospectiva, nos asombra que no hubiesen saltado las señales de alarma de cómo se comenzaban a incubar los huevos de la serpiente. El poder del nacionalismo es inmenso. Ofrece un relato que explica el pasado y ofrece la esperanza de un futuro. Todo esto adobado por el sentimiento; las emociones. Q. Torra en su conferencia del pasado martes, la que inauguró el mes de las celebraciones heroicas del poble catalán, hablase, refiriéndose a los golpistas presos, de “vidas robadas, de instantes de amor secuestrados, de miradas entre barrotes. Os hablo de las lágrimas derramadas”. El escenario no podía ser otro que un teatro.

No es un accidente; el nacionalismo es teatral. Como la manifestación del día de hoy. Cientos de miles de personas desfilando bajo una misma consigna. Son llamadas a ser partícipes del heroísmo. Son también ellas heroínas contra el Estado español; contra la policía española; contra los jueces españoles; contra Llarena. Se manifiestan movilizadas por una de las más perniciosas ideologías que han alumbrado la humanidad: el nacionalismo. Que el nacionalismo mata, no hay duda. Que el nacionalismo representa la guerra, tampoco. ¿Por qué cientos de miles de personas no reparan en ese hecho? ¿Cómo siguen creyendo que la independencia será posible? Miles de páginas serán necesarias para explicar el “misterio”. Como el de que un individuo como Q. Torra que ha sostenido tesis supremacistas, propias de la extrema derecha xenófoba y ultramontana, pueda encabezarlas como Presidente de la Generalitat. 

Los seres humanos tienen esa extraña capacidad para incubar el monstruo que les puede poner fin. Es, tal vez, el miedo; ese sentimiento tan corto, como lo calificara M. Nussbaum, que llama a arrebato, como les sucedía a los primeros homínidos que deambularon por la faz de la Tierra hace 2,5 millones de año. La solidaridad reducida a su núcleo más esencial; a los “nuestros”, porque los que no lo son representan un peligro. La globalización no ha acabado con ese impulso; le ha dado nuevo fuelle. Es la paradoja del momento presente: nunca más globales, y nunca más locales, porque aquello es una amenaza. Hoy, 11 de septiembre, es la fiesta del temor al diferente. No es la fiesta de Cataluña; es la fiesta de una parte de Cataluña abducida por el nacionalismo.

(Expansión, 11/10/2018)

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