Apple cumple treinta años (El ordenador que se presenta a sí mismo [Especial 30 aniversario Macintosh]). Aún recuerdo cómo lo conocí (año 1986) y cuándo me compré el primero (año 1990). Y desde entonces me ha acompañado en todos mis trabajos. Hubo una época heroica donde era imposible que la Universidad te comprase un Mac. La resistencia. La de la minoría. Recuerdo aquella "gravísima" acusación: es el ordenador de las secretarias. Causa risa. Quién lo iba a decir 30 años después. Hoy está en la cresta de la ola. ¿Durante cuánto tiempo más? La imaginación se agota sin estresores, como nos lo recuerda Taleb. Cuando estás arriba estos disminuyen o desaparecen. Y la competencia acecha. Y sobre todo, surgirá una alternativa que terminará condenándola a la desaparición. ¿Le sucederá a Apple? Es posible. Me quedo con aquellos recuerdos, así como el proselitismo que hacía. ¡A cuantos convertí a la buena religión! Qué tiempos. Y ahora todo el mundo tiene uno. Me sigue sorprendiendo cuántos de mis alumnos lo utilizan en clase. Y pensar que hubo un tiempo en que me lo tenía que comprar pagando una millonada por tener uno, como me sucedió con el primer portátil. En fin, recuerdos.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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