El President Mas ha justificado su actitud ante el discurso de proclamación del Rey Felipe VI afirmando que "no ha sido nuevo, el Rey es nuevo pero el discurso no". Y ha añadido "España es un Estado plurinacional y el Rey ha hablado sólo de una nación cuando en España hay otras naciones como Cataluña". Se le está pidiendo al Rey que reconozca aquello que no puede constitucionalmente hacer; que se coloque por encima de la Constitución para “resolver el problema catalán”. No tiene competencias para hacerlo y, aún menos, la Constitución contempla otra nación que la española, como ha reiterado el Tribunal Constitucional. En la Sentencia 31/2010, por ejemplo, se afirma tajantemente que “la Constitución no conoce otra que la Nación española, con cuya mención arranca su preámbulo, en la que la Constitución se fundamenta (art. 2 CE) y con la que se cualifica expresamente la soberanía que, ejercida por el pueblo español como su único titular reconocido (art. 1.2), se ha manifestado como voluntad constituyente en los preceptos positivos de la Constitución Española.” El President Mas quiere que deje de ser un Rey constitucional. Y si deja de serlo, ya no será el Rey de España. Éste es el abismo al que el nacionalismo pretende empujar, una vez más, al Estado democrático de Derecho.
Ya no nos sorprende. La búsqueda del diálogo y la negociación directa con la Corona está en la esencia del nacionalismo catalán desde el primer minuto. Como en el pasado, se busca el apoyo del monarca para que, al margen de la Constitución, resuelva “sus problemas”. No es la primera vez que acaece. Así sucedió con el denominado “Memorial de Greuges” de 1885, dirigido al Rey Alfonso XII por los representantes de destacadas corporaciones catalanas. Es el denominado primer acto público del nacionalismo catalán. Y, paradójicamente, el primer problema con el que se enfrentaron los autores fue el de superar las dudas de inconstitucionalidad de tal proceder: “¿Per què acudim directament al poder Real, y no á las Corts ó al ministeri? ¿Per què compareixem davant de la seva presencia directament?”. A este memorial le siguió otro. En 1888 más de 2.000 personalidades catalanas remitieron el denominado “Missatge a la Reina Regent”. Se le pedía, como ahora, la soberanía, el restablecimiento de unas Cortes libres e independientes, una contribución a los gastos del Estado según una cantidad establecida, administración de justicia, lengua, enseñanza en catalán, … Y en el año 1898 se vuelve a enviar un nuevo “Missatge a la Reina Regent”, en este caso, firmado por los cinco presidentes de las más influyentes corporaciones catalanas. No hay llamada a la soberanía, sí a la regeneración, la descentralización y el concierto económico. Es, se dice, una propuesta para salvar España: “Una nación [la española] con tales vicios de origen y organizada de esta suerte, por la fuerza irresistible de la lógica ha debido perder su imperio colonial, como sufrirá mañana nuevas mutilaciones de su territorio y se iría deslizando por la pendiente de un total aniquilamiento.”
El diálogo y la negociación directas con la Corona por encima de la Constitución responde al corazón confederal o imperial del nacionalismo. Cataluña es una nación que se entiende con otra nación, la española, a través de sus máximas autoridades. La Constitución no es la de los catalanes, como tampoco lo es el Derecho español; lo son de otra nación y de otro Estado. Que se cumpla o que se respete es secundario frente al éxito perseguido: las ventajas para Cataluña.
En el primer memorial, el del año 1885, finalizaba con una llamada a gritar “¡Viva España!”. No me imagino al Molt Honorable President repitiendo tal grito. Sin embargo, sí conserva las señas de identidad del nacionalismo del primer minuto. Una que ya está presente desde aquel primer memorial: la aspiración a la máxima diferencia (lengua, cultura, instituciones,…) sin renunciar, al contrario, a los máximos beneficios (privilegios, proteccionismo, aranceles, no ratificación por el Rey del tratado comercial con Gran Bretaña,…). Diferencia y deferencia combinadas “sabiamente” y sin límite constitucional alguno. Y si la deferencia no es suficiente, elevar la diferencia hasta el paroxismo secesionista. Nada ha cambiado. El viejo discurso nacionalista frente a los nuevos tiempos y el nuevo Rey. El nacionalismo sigue perdido en las coordenadas históricas del siglo XIX. Un obstáculo, otro más, para encontrar la solución que todos los ciudadanos demandamos.
Ya no nos sorprende. La búsqueda del diálogo y la negociación directa con la Corona está en la esencia del nacionalismo catalán desde el primer minuto. Como en el pasado, se busca el apoyo del monarca para que, al margen de la Constitución, resuelva “sus problemas”. No es la primera vez que acaece. Así sucedió con el denominado “Memorial de Greuges” de 1885, dirigido al Rey Alfonso XII por los representantes de destacadas corporaciones catalanas. Es el denominado primer acto público del nacionalismo catalán. Y, paradójicamente, el primer problema con el que se enfrentaron los autores fue el de superar las dudas de inconstitucionalidad de tal proceder: “¿Per què acudim directament al poder Real, y no á las Corts ó al ministeri? ¿Per què compareixem davant de la seva presencia directament?”. A este memorial le siguió otro. En 1888 más de 2.000 personalidades catalanas remitieron el denominado “Missatge a la Reina Regent”. Se le pedía, como ahora, la soberanía, el restablecimiento de unas Cortes libres e independientes, una contribución a los gastos del Estado según una cantidad establecida, administración de justicia, lengua, enseñanza en catalán, … Y en el año 1898 se vuelve a enviar un nuevo “Missatge a la Reina Regent”, en este caso, firmado por los cinco presidentes de las más influyentes corporaciones catalanas. No hay llamada a la soberanía, sí a la regeneración, la descentralización y el concierto económico. Es, se dice, una propuesta para salvar España: “Una nación [la española] con tales vicios de origen y organizada de esta suerte, por la fuerza irresistible de la lógica ha debido perder su imperio colonial, como sufrirá mañana nuevas mutilaciones de su territorio y se iría deslizando por la pendiente de un total aniquilamiento.”
El diálogo y la negociación directas con la Corona por encima de la Constitución responde al corazón confederal o imperial del nacionalismo. Cataluña es una nación que se entiende con otra nación, la española, a través de sus máximas autoridades. La Constitución no es la de los catalanes, como tampoco lo es el Derecho español; lo son de otra nación y de otro Estado. Que se cumpla o que se respete es secundario frente al éxito perseguido: las ventajas para Cataluña.
En el primer memorial, el del año 1885, finalizaba con una llamada a gritar “¡Viva España!”. No me imagino al Molt Honorable President repitiendo tal grito. Sin embargo, sí conserva las señas de identidad del nacionalismo del primer minuto. Una que ya está presente desde aquel primer memorial: la aspiración a la máxima diferencia (lengua, cultura, instituciones,…) sin renunciar, al contrario, a los máximos beneficios (privilegios, proteccionismo, aranceles, no ratificación por el Rey del tratado comercial con Gran Bretaña,…). Diferencia y deferencia combinadas “sabiamente” y sin límite constitucional alguno. Y si la deferencia no es suficiente, elevar la diferencia hasta el paroxismo secesionista. Nada ha cambiado. El viejo discurso nacionalista frente a los nuevos tiempos y el nuevo Rey. El nacionalismo sigue perdido en las coordenadas históricas del siglo XIX. Un obstáculo, otro más, para encontrar la solución que todos los ciudadanos demandamos.
(Expansión, 24/06/2014)
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