Se inicia el juicio. Una fase relevante dentro del proceso penal contra el golpe de Estado en Cataluña. La finalidad, según la ley procesal penal, es doble. Por un lado, la práctica, con inmediatez y contradicción, de las pruebas y, por otro, la formulación definitiva de las conclusiones en relación con los delitos de los que son acusados los inicialmente responsables. La palabra clave es: verdad.
Verdad que ha de sobresalir de las pruebas practicadas durante la misma vista. La inmediatez y la contradicción habrán de permitir su constitución. Los jueces que integran el tribunal se enfrentan a las pruebas para decantar cuál es la verdad de los hechos inicialmente calificados como delito.
La verdad es la conformidad del juicio a los hechos. La verdad judicial es el juicio que los jueces constituyen sobre los hechos para, a su vez, producir la calificación jurídica y la consiguiente consecuencia establecida en el Código penal.
Así expuesto, la vista y la subsiguiente sentencia se presentan como trámites asépticos, libres de contaminación, que los distraiga de lo que el Derecho prescribe. Se prueban unos hechos y se deduce, vía calificación, la consecuencia sancionadora.
Dos variables impiden cualquier mecanicismo. La primera, que los hechos no siempre se presentan con claridad y, la segunda, que cuando el proceso tiene tanta relevancia, al loable empeño del abogado de defender a su cliente, se suma el objetivo político.
La singularidad del proceso contra el procés es su transcendencia política. La tensión entre lo jurídico y lo político es extrema.
Los siete magistrados del Tribunal Supremo, de profesionalidad contrastada, intentarán, con su Presidente a la cabeza, mantener la vista dentro de los términos de la Ley; de lo jurídico. Las partes, al contrario, pretenderán desbordarlos. Dos son los objetivos: por un lado, sembrar de dudas que permitan que la presunción de inocencia obligue a inclinar la sentencia a favor de sus representados; y, por otro, llenar de minas el desarrollo de la causa para su eventual utilización ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).
La sensación de que estamos ante una primera instancia es muy fuerte. El convencimiento de que la causa se ventilará definitivamente ante el TEDH es relevante.
Una sensación agridulce. La máxima protección de los derechos fundamentales aconseja y refuerza el ámbito internacional y, en particular, el del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Ahora bien, ese nivel internacional no siempre ha satisfecho las exigencias básicas o elementales de imparcialidad, objetividad y sometimiento exclusivo a la Ley.
Durante varios meses asistiremos a la presión de las partes y al Tribunal gestionándola hasta producir la sentencia que será objeto de recurso ante diversas instancias hasta culminar ante al TEDH.
A esta variable judicial se le suma la política. Los secesionistas quieren convertir la vista en un escenario de confrontación contra el Estado, pero también entre las dos almas del secesionismo: la de Puigdemont y su Crida, y la de ERC. Las pullas son constantes entre unos y otros. Puigdemont critica a ERC su posibilismo y su renuncia a la unidad; mientras que ERC le critica su huida y su fundamentalismo. Se trata de obtener rédito para escribir el relato del héroe y del traidor.
La retransmisión en directo de las sesiones aportará la máxima transparencia, mas también ofrece oportunidades a la manipulación. Frases o gestos fuera de contexto servirán para sostener el mantra del secesionismo: la sentencia está ya dictada; no hay imparcialidad; los tribunales son franquistas; España no es una democracia. Los “observadores” internacionales del secesionismo son el relator de la negociación entre partidos. Algo innecesario, pero importante políticamente para los independentistas. El mensaje que se quiere mandar es que la democracia española necesita tutela.
El Estado democrático de Derecho va a pasar por muy malos meses. La incomprensión internacional se va a reduplicar. La sensación de soledad podrá ser, incluso, agobiante. Habrá que resistir. Ya hemos superado los complejos del pasado. La resiliencia del Estado se ha de demostrar; la de la nación; la de los ciudadanos. Somos una democracia y lo somos a pesar de los agoreros internacionales, pero también internos que alientan otros fantasmas, incluidos, los del franquismo.
Con la vista se inicia la fase final del proceso. Habrá de soportarse las mil y una artimañas para convertirlo en un juicio a la democracia española. Algunos comprarán esa mercancía averiada; sobre todo, en el ámbito internacional. La ignorancia, cuando el conocimiento supone o implica una carga, se termina decantando por los tópicos como la persecución. Ante la ignorancia, es preferible ser progre, al menos, se presumirá que se está con los débiles.
Es un proceso contra los enemigos de la democracia. Contra aquellos que quieren destruir al Estado democrático de Derecho. Hay dos caminos hacia la independencia: o convenciendo a la mayoría de los catalanes o destruyendo al Estado. Aquello lo han intentado y no lo han conseguido, sólo les queda dañar al Estado, alimentando las contradicciones internas para lo que se cuentan con importantes aliados domésticos. Nassim Nicholas Taleb insiste en sus libros en que la fortaleza se construye en la adversidad. El reto es enorme, pero es una oportunidad, igualmente, formidable, para demostrar la resiliencia de nuestra democracia.
(La Voz de Galicia & La Provincia/Diario de Las Palmas 10/02/2019)
Verdad que ha de sobresalir de las pruebas practicadas durante la misma vista. La inmediatez y la contradicción habrán de permitir su constitución. Los jueces que integran el tribunal se enfrentan a las pruebas para decantar cuál es la verdad de los hechos inicialmente calificados como delito.
La verdad es la conformidad del juicio a los hechos. La verdad judicial es el juicio que los jueces constituyen sobre los hechos para, a su vez, producir la calificación jurídica y la consiguiente consecuencia establecida en el Código penal.
Así expuesto, la vista y la subsiguiente sentencia se presentan como trámites asépticos, libres de contaminación, que los distraiga de lo que el Derecho prescribe. Se prueban unos hechos y se deduce, vía calificación, la consecuencia sancionadora.
Dos variables impiden cualquier mecanicismo. La primera, que los hechos no siempre se presentan con claridad y, la segunda, que cuando el proceso tiene tanta relevancia, al loable empeño del abogado de defender a su cliente, se suma el objetivo político.
La singularidad del proceso contra el procés es su transcendencia política. La tensión entre lo jurídico y lo político es extrema.
Los siete magistrados del Tribunal Supremo, de profesionalidad contrastada, intentarán, con su Presidente a la cabeza, mantener la vista dentro de los términos de la Ley; de lo jurídico. Las partes, al contrario, pretenderán desbordarlos. Dos son los objetivos: por un lado, sembrar de dudas que permitan que la presunción de inocencia obligue a inclinar la sentencia a favor de sus representados; y, por otro, llenar de minas el desarrollo de la causa para su eventual utilización ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH).
La sensación de que estamos ante una primera instancia es muy fuerte. El convencimiento de que la causa se ventilará definitivamente ante el TEDH es relevante.
Una sensación agridulce. La máxima protección de los derechos fundamentales aconseja y refuerza el ámbito internacional y, en particular, el del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Ahora bien, ese nivel internacional no siempre ha satisfecho las exigencias básicas o elementales de imparcialidad, objetividad y sometimiento exclusivo a la Ley.
Durante varios meses asistiremos a la presión de las partes y al Tribunal gestionándola hasta producir la sentencia que será objeto de recurso ante diversas instancias hasta culminar ante al TEDH.
A esta variable judicial se le suma la política. Los secesionistas quieren convertir la vista en un escenario de confrontación contra el Estado, pero también entre las dos almas del secesionismo: la de Puigdemont y su Crida, y la de ERC. Las pullas son constantes entre unos y otros. Puigdemont critica a ERC su posibilismo y su renuncia a la unidad; mientras que ERC le critica su huida y su fundamentalismo. Se trata de obtener rédito para escribir el relato del héroe y del traidor.
La retransmisión en directo de las sesiones aportará la máxima transparencia, mas también ofrece oportunidades a la manipulación. Frases o gestos fuera de contexto servirán para sostener el mantra del secesionismo: la sentencia está ya dictada; no hay imparcialidad; los tribunales son franquistas; España no es una democracia. Los “observadores” internacionales del secesionismo son el relator de la negociación entre partidos. Algo innecesario, pero importante políticamente para los independentistas. El mensaje que se quiere mandar es que la democracia española necesita tutela.
El Estado democrático de Derecho va a pasar por muy malos meses. La incomprensión internacional se va a reduplicar. La sensación de soledad podrá ser, incluso, agobiante. Habrá que resistir. Ya hemos superado los complejos del pasado. La resiliencia del Estado se ha de demostrar; la de la nación; la de los ciudadanos. Somos una democracia y lo somos a pesar de los agoreros internacionales, pero también internos que alientan otros fantasmas, incluidos, los del franquismo.
Con la vista se inicia la fase final del proceso. Habrá de soportarse las mil y una artimañas para convertirlo en un juicio a la democracia española. Algunos comprarán esa mercancía averiada; sobre todo, en el ámbito internacional. La ignorancia, cuando el conocimiento supone o implica una carga, se termina decantando por los tópicos como la persecución. Ante la ignorancia, es preferible ser progre, al menos, se presumirá que se está con los débiles.
Es un proceso contra los enemigos de la democracia. Contra aquellos que quieren destruir al Estado democrático de Derecho. Hay dos caminos hacia la independencia: o convenciendo a la mayoría de los catalanes o destruyendo al Estado. Aquello lo han intentado y no lo han conseguido, sólo les queda dañar al Estado, alimentando las contradicciones internas para lo que se cuentan con importantes aliados domésticos. Nassim Nicholas Taleb insiste en sus libros en que la fortaleza se construye en la adversidad. El reto es enorme, pero es una oportunidad, igualmente, formidable, para demostrar la resiliencia de nuestra democracia.
(La Voz de Galicia & La Provincia/Diario de Las Palmas 10/02/2019)
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