Han ganado. Sí. Diga lo que diga el resultado. Los nacionalistas han ganado. Han conseguido demostrar al mundo que es posible la independencia en el marco de un Estado democrático de Derecho. Es posible la secesión mediante un referéndum con todas las garantías democráticas. Es posible hacer realidad el sueño de que la nación recupere sus derechos, la soberanía, por la vía del voto democrático de millones de ciudadanos. Es posible. Y esta posibilidad no va a decrecer. Seguirá creciendo. Ha llegado para quedarse. Máxime cuando los nacionalistas han conseguido camuflar su objetivo nacional bajo el ropaje más pasable del Estado del bienestar. Convertir el sueño nacional en el sueño del bienestar. Es más pasable y más duradero. En Cataluña es también el desiderátum nacional: más renta que no hay que compartir. En el fondo, más y mejor para los nacionales, y a los demás, … ¡qué les den!
Han ganado, incluso, frente a los hechos. Cómo pueden creer que nada les va a perjudicar, que van a seguir utilizando la libra bajo la cobertura del Banco de Inglaterra, o continuar en la Unión Europea o en la OTAN, …. Cómo pueden creer que la secesión es como un divorcio que, entre personas razonables, deberá acabarse con un acuerdo que sea beneficioso para ambas partes. Se alienta una suerte de sentido común a la altura del ciudadano medio para que comprenda las bondades del proceso emprendido. En el caso de la secesión, sea pactada o unilateral, no es un divorcio entre dos sujetos razonables. El mito nacional aparece con toda su crudeza. No se divorcian dos personas. Es la ruptura entre millones de personas y de todo lo que han compartido entre acusaciones injustificadas y miserables. Es inevitable que el dolor de la separación alimentará un rencor que durará mucho tiempo. Los sentimientos están cada vez más presentes. A medida que se ha ido aproximando la fecha de la votación, unos y otros han llamado al corazón. “Quedaros porque os queremos”. O invocaciones al valor, a la nación, al triunfo, … a la Historia.
Frente a la imagen tópica del Reino Unido, patria de la democracia, cuna de la tolerancia y del respeto, en las últimas semanas se ha ido expresando cada vez con mayor agresividad la violencia contra los unionistas. El último episodio importante es el sufrido por Ed Miliband, el líder laborista, en un centro comercial en Edimburgo. Con anterioridad, otros portavoces del unionismo la sufrieron. Es una seña de identidad del nacionalismo. Cuando se afirma que hay un ser superior a los individuos llamado nación, los seres humanos, los ciudadanos, sólo tienen sentido y función al servicio de la plenitud de aquel ser. Los derechos individuales son prescindibles, son secundarios. El disidente es un traidor, como así ha sido calificada recientemente la ex ministra Carmen Chacón por defender las tesis constitucionalistas. O el individuo sirve a la nación o es un traidor. Sólo el individuo “útil” a la nación tiene sentido. El individuo o es un nacional o es un renegado. O sirve para votar la re-conquista de los derechos históricos (soberanía) de la nación o es un obstáculo que debe ser apartado. Y dependerá de cómo evolucione el proceso para que este apartamiento siga unas pautas u otras. A medida que se va aproximando la fecha, el renegado es aún más traidor. Se saborea la expectativa del éxito, del sueño nacional, y todo obstáculo es aún más obstáculo, y aún más imprescindible, su arrinconamiento.
Sin embargo, han perdido. Y por mucho. No me refiero al resultado del referéndum. Me refiero a que ha quedado acreditado hasta la saciedad que la secesión tiene unos costes y, además, muy importantes. La idea estrella entre los convencidos, de que la independencia es el medio para vivir mejor, se hunde ante el peso de los hechos. No se puede saber qué sucederá a largo plazo, pero en el corto y medio, tanto Escocia como Cataluña y, en particular, ésta, si sigue el camino de la unilateralidad, tendrá que pagar un precio que, objetivamente, no se compensa con las bondades del sueño al que se aspira. Si el debate no estuviera contaminado por la ideología y el sentimiento nacionalista de ensalzamiento de la nación propia y de odio a la sedicentemente opresora, la pregunta central sería: ¿qué es lo que se gana? ¿habrá más bienestar, más riqueza? ¿Compensa las penalidades que sufrirán varias generaciones? Insisto, a largo plazo, no se puede saber, pero sí tenemos la certeza de que a corto y medio plazo habrá un notable empobrecimiento. En el referéndum escocés, al final, el para qué, ha sido decisivo. Será posible la independencia pero ya no es conveniente. Es contraproducente. El sueño es una pesadilla.
También han perdido porque han convertido el reto secesionista en un reto a la Unión Europea y a la estabilidad mundial. La Unión que fue creada precisamente para hacer frente a las consecuencias dramáticas de las Guerras Mundiales, obra de los nacionalismos, no puede mirar hacia otro lado cuando vuelve a refulgir en Estados de la Unión el odio que alimentó a aquéllas. El nacionalismo ya no es una cuestión interna de los Estados. Es una cuestión que afecta a la Unión misma, a sus pilares fundantes. No puede permitir que vuelva a sembrarse en Europa la semilla que causó las tragedias vividas en el pasado. El nacionalismo ha perdido en su pretensión de que la secesión sea puramente interna con el asentimiento e, incluso, apoyo de la Unión y de la Comunidad internacional, como si de un proceso descolonizador se tratase. No. No es una decisión interna sin proyecciones externas. Ya no es posible la división entre lo interno y lo externo. En el ámbito de la Unión, todo es interno. Debe quedar meridianamente claro que la secesión no conducirá, ni a la permanencia, ni a la entrada en la Unión. La parte que se separa quedará excluida y con todas las consecuencias. Debe ser completamente desalentada la fe en una pronta negociación de ingreso. Las autotituladas Dinamarcas del Norte y del Sur estarán condenadas a esperar, sine die, a que cambien las circunstancias para que el ingreso se pueda producir. Esto sólo puede formar parte del largo plazo. Del muy largo plazo.
Los nacionalistas han ganado. Han sembrado la semilla de la división, de la ruptura y del sueño de la secesión, pero han perdido, porque han desvelado su verdadero rostro. La intolerancia, la intransigencia e, incluso, la violencia, no están lejos de su corazón. Y, sobre todo, porque se han convertido en un problema europeo. Son el problema de Europa. Jean Monnet, uno de los padres de la Unión, decía que “no habrá paz en Europa si los Estados se reconstruyen sobre una base de soberanía nacional”, y afirmaba “nosotros no coligamos Estados, nosotros unimos a las personas". El nacionalismo pretende reconstruir el Estado nacional para separar a las personas. Están en las antípodas del proyecto europeo. Habrán ganado, pero han sentado las bases para su derrota definitiva en Europa.
(Expansión, 19/09/2014)
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