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Nacionalismo y corrupción


Después de las revelaciones del caso Pujol y la sospecha de lo que queda por aparecer, ha surgido el interrogante sobre la relación entre la corrupción y el nacionalismo. La intervención del Ministro de Hacienda, en la Comisión de Hacienda y Administraciones públicas, el pasado día 2, sembró la semilla al hablar de la relación entre aquel caso y el reto soberanista; el “cinismo” de aquellos que “radicalizando incluso discursos políticos, pretendiendo lanzar pulsos políticos al Estado y al mismo tiempo se están lucrando y sacando partido personal del mismo”. A su vez, Álvarez Junco afirmó, en un artículo publicado en El País, que “el nacionalismo se combina mal con el capitalismo y se explica difícilmente en términos de clase, pero, en cambio, se combina y se explica muy bien, como tantas otras pugnas identitarias, en términos de corporativismo y clientelismo.” Y concluye: “El caso de la familia Pujol no es, pues, excepcional, como pretenden Mas o quienes quieren salvar el nacionalismo. Es una prolongación del corporativismo y el clientelismo practicados sin escándalo por CiU (y por cualquier Gobierno apoyado en políticas identitarias, sea catalán, vasco o andaluz). Y del clientelismo —favores por apoyo político— a la corrupción —favores por dinero— no hay más que un paso. Un paso difícil de evitar.”

El nacionalismo lleva en su ser más profundo, conforme a las coordenadas expuestas, la corrupción. Sin negar la fortaleza de esta conclusión, hay un eslabón que falta y que, lamentablemente, universaliza la corrupción entre todas las ideologías y partidos políticos: el poder; el poder sin control. Y cuando eso se produce, sea nacionalismo, socialismo, liberalismo o lo que sea, se producirá la corrupción. En el fondo, el sistema de partidos es clientelar y, aplicando la misma lógica, también tendería a la corrupción. En cambio, el nacionalismo es el que ofrece, como se ha demostrado y se sigue demostrando, una eficacísima cobertura que no es capaz de dispensar ninguna otra. Así operó cuando estalló, por ejemplo, el asunto Banca catalana. Resuenan con inusitada fortaleza las palabras de Pujol el 31 de mayo de 1984 sobre la querella presentada contra él: "Hemos de ser capaces de hacer entender (…) que con Cataluña no se juega y que no vale el juego sucio. Sí, somos una nación, somos un pueblo, y con un pueblo no se juega. En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros”. Y bien que lo han hecho. Han monologado sobre ética y moral durante 30 años con los resultados conocidos. La eficacia de esa cobertura ha contribuido a liberar al poder y a sentar, en consecuencia, la base ineludible de la corrupción. La Cataluña independiente sería la consagración de la libertad del poder y de la impunidad, no porque se hubiese hecho realidad el desiderátum ideológico del nacionalismo, sino porque sería el contexto institucional, político, económico, cultural y social en el que los padres de la nueva patria no soportarían restricción alguna. El proceso secesionista es, para los corruptos, una apuesta arriesga: si sale bien, otro Mónaco; si no, la impunidad derivada del acuerdo con los actores del régimen político español, como se ha hecho en otras ocasiones. Y le ha salido rematadamente mal, porque el régimen surgido de la transición democrática está liquidado. El epitafio lo ha escrito el antiguo Presidente González cuando ha afirmado que no creía que Pujol fuese un corrupto. Es la creencia oportunista que ha cubierto con un velo de impunidad las tropelías nacionalistas durante tantos años.

El nacionalismo no es más corrupto que las otras ideologías; lo que es corrupto es el poder sin límites, sin controles efectivos. El Estado democrático de Derecho debe aterrar a los deshonestos detentadores del poder. Es inevitable la comparación con lo sucedido al ex Gobernador del Estado de Virginia, B. McDonnell. El pasado viernes, un jurado popular lo consideró responsable de la comisión de 11 delitos por lo que, cuando el juez dicte la condena el próximo día 6 de enero, podría recibir una pena de entre 8 y 10 años de cárcel. Los delitos los cometió al haber aceptado regalos por importe de 165.000 dólares de un fabricante de complementos alimenticios, no de un contratista de la Administración. Y la aceptación supone una “conspiración para defraudar a los ciudadanos de Virginia en su derecho a la honestidad de los servidores públicos”. En dos años, que es lo que ha transcurrido desde que dejó de ser Gobernador, McDonnell, ha pasado del Olimpo al infierno. En el caso Pujol se está iniciando, después de años de sospechas, una instrucción judicial que durará años. La reacción del Estado de Derecho es tardía y lenta. El riesgo, como se ha podido comprobar la pasada semana en el caso Palau, es la prescripción de los delitos. El mensaje que reciben los corruptos es: “si aguantas, no pasará nada”. Ningún jurado popular los juzgará, ni tampoco se les condenará a una pena importante, e, incluso, podría apreciarse la prescripción de los delitos. ¿Cómo no van a proliferar? Es lógico; lo es conforme a la razón más burda, la económica. No tiene nada que ver con ideologías o políticas. Es la lógica del ladrón que ve una oportunidad en el banco lleno de dinero, sin vigilancia y sin riesgo de castigo. No es ideología, es puro latrocinio.

(Expansión, 09/09/2014)

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