La comparecencia del ex – Molt Honorable President J. Pujol ante la Comisión de Asuntos Institucionales del Parlament de Cataluña tiene una carga simbólica que supera a las consecuencias prácticas de lo que efectivamente se puede acordar: nada. Pujol comenzó recordándole a los parlamentarios que en el Parlament sólo se pueden depurar responsabilidades políticas, no jurídicas. Marcó el terreno: la política. La primera intervención estaba dirigida a acantonar la ilegalidad que había reconocido, en su comunicado del día 25 de julio, a un ámbito estrictamente personal, familiar. No había regularizado, durante más de 30 años, el legado que su padre, Florenci, había hecho a favor de su mujer y de sus hijos. Unos 140 millones de pesetas en 1980 (unos 840 mil euros). Nos explicó que se trataba de una suerte de seguro, que su padre había constituido, para protegerles de las consecuencias de su compromiso con la política nacionalista, o sea, con la construcción nacional de Cataluña. Como insistió varias veces: “para el día que os tengáis que ir”. Para el día que serían perseguidos por su ideario nacionalista. Un compromiso que había surgido, cuando Pujol tenía 20 años; el de “hacer Cataluña, hacer país”, realizar “un proyecto de país, un proyecto nacional”. Este compromiso suscitaba el temor que su padre quiso compensar con el legado comentado.
Ésa es la explicación que se asienta sólo en las palabras del compareciente. No se ha aportado documento alguno. Se aderezó con proclamaciones enfáticas respecto de su honradez. Y, aún más, con frases que delimitan su responsabilidad, pero no la de su entorno. “No he cobrado nada”, no quiere decir que, en su nombre, otros no lo hubiesen hecho. “No soy un corrupto”, no excluye que algún miembro de su familia lo fuese. El objetivo era acantonar la responsabilidad al ámbito estrictamente personal y, aún más, al de las acciones pasadas del compareciente, antes de su acción de gobierno. Como si fuese posible engañar con estas tretas. Nadie se las puede creer. Como decía Nietzsche, “lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.” Ya nadie le puede creer. Nadie, salvo los hooligans del catalanismo. El que, en plena mentira, fue capaz de afirmar el 31 de mayo de 1984, sobre la querella presentada contra él por el asunto Banca Catalana: "Hemos de ser capaces de hacer entender (…) que con Cataluña no se juega y que no vale el juego sucio. Sí, somos una nación, somos un pueblo, y con un pueblo no se juega. En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros”. Y vaya que sólo ellos han hablado de ética y moral. Ahora sabemos qué ética y moral.
No tiene ninguna credibilidad y si no la tiene, lo afirmado, o se sostiene en documentos de entidad suficiente, o son puro humo con el que ganar tiempo. Y aquí entra el “segundo” Pujol. El de verdad, el que todos hemos conocido. La réplica a las preguntas planteadas por los diputados críticos fue la oportunidad para desplegar al Pujol auténtico. Liberado del corsé familiar, entró en juego el padre de la patria catalana, el líder histórico del nacionalismo, el padre de todos los catalanes. Un padre que reprende con energía a todos aquellos que critican su legado. No. Esto no se puede consentir. La ilegalidad que ha reconocido se circunscribe a una cuestión estrictamente personal. No hay corrupción generalizada. Su régimen no es corrupto. Y quienes así lo afirman, mienten. En este contexto, pronuncia una de las frases que a mí más me han impresionado: “en el Parlamento no se pueden decir mentiras y cosas que desconciertan a la gente”. No se pueden decir mentiras. Y lo dice él, que ha vivido en y de la mentira durante 30 años. Sin rubor alguno. Los mentirosos son los demás, no él. No. Y mienten todos los que denuncian la corrupción, asentada en el régimen nacional que él había instituido en Cataluña. Mienten. El mentiroso confeso denuncia las mentiras de los demás. Aristóteles decía que “el castigo del embustero es no ser creído, aun cuando diga la verdad.” En este caso, además, es mentira. Si la acción de la Justicia sigue adelante y lo hace sin interferencia alguna, se podrá saber el alcance de la corrupción institucional e institucionalizada del régimen nacional catalán. Maragall denunció el pago del 3 por 100 de comisión por las adjudicaciones de la Generalitat. Millet, el gran intermediario del sistema de mordidas como presidente del Palau de la Musica Catalana, lo elevó al 4 por 100. Y el ex – vicepresidente de la Generalitat, Carod Rovira, lo situó en el 5 por 100. Ésta es la duda. La única duda. Ojalá lleguemos a saberlo con certeza y, sobre todo, se depuren las responsabilidades jurídicas para que todos los corruptos no sólo cumplan la pena de prisión sino, además, devuelvan todo el dinero que han hurtado a todos los ciudadanos. El adjudicatario pagaba esa comisión, pero ese “coste” lo recuperaba, incrementando precio o empeorando la calidad del servicio o producto suministrado, en definitiva, lo compensaba por la vía del bolsillo de los ciudadanos. Nos han robado a todos. La corrupción es un régimen institucionalizado de robo a los ciudadanos por la intermediación de los políticos. La indignación social es razonable e imprescindible. Estamos hartos. Y aún más hartos cuando se pretende encubrir tras la mentira. Los nacionalistas, y también Pujol, terminan haciendo uso del socorrido velo llamado nación, pueblo. Y por el bien de ésta, o no se dice la verdad o sólo se dice a medias, para evitar “desmoralizar” al pueblo. Des-moralizar. Y lo dicen ellos que le han robado la moral a los ciudadanos. Los que ofrecen el espectáculo de organizar un sistema de rapiña; los que, ahora, exigen mentir, para seguir engañando al pueblo para que no desmalle en su esfuerzo de seguir empujando el carro, a cuyo mando están precisamente los corruptos, hacia el sueño de la Cataluña libre.
No es el producto del azar que la oficialización en sede parlamentaria de la mentira del Pujol pater familiae y Pujol pater catalanae coincida con la convocatoria del referéndum secesionista. No es fruto de la casualidad. Es la culminación de la mentira. De la mentira de un pueblo, de una nación, de unos agravios, “de España nos roba”, de la legalidad, de la legitimidad, de la tolerancia, del respeto, de la libertad, del pluralismo, de la negociación, de la democracia, … Es la culminación de la gran mentira que es el nacionalismo.
(La Provincia-Diario de Las Palmas, 28/09/2014)
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