La comparecencia del Ex – Molt Honorable President J. Pujol tiene dos partes bien distintas. La primera, la intervención inicial, ha tenido por objetivo delimitar, acantonar, al máximo, la ilegalidad que sí ha reconocido, a la falta de regularización del legado que, en los años 70, le hizo su padre a su mujer y a sus hijos. Sólo es este hecho. Ningún otro. La justificación del legado fue proteger a su familia del riesgo de la política; no de cualquier política, la de la construcción nacional. “Para el día que os tengáis que ir”. Y, la segunda, la réplica a las preguntas planteadas por los parlamentarios. La que ha mostrado al verdadero Pujol. El primero era el impostado; el segundo, el auténtico, el que todos hemos conocido. El que es capaz de afirmar, sin el mayor sonrojo, que “en el Parlamento no se pueden decir mentiras y cosas que desconciertan a la gente”. Así lo afirmaba para criticar a los parlamentarios que le estaban interrogando. “No se pueden decir mentiras”. Y lo dice él que ha vivido de y en la mentira durante 30 años. El que, en plena mentira, fue capaz de afirmar el 31 de mayo de 1984, sobre la querella presentada contra él por el asunto Banca Catalana: "Hemos de ser capaces de hacer entender (…) que con Cataluña no se juega y que no vale el juego sucio. Sí, somos una nación, somos un pueblo, y con un pueblo no se juega. En adelante, de ética y moral hablaremos nosotros”.
El elemento psicológico es interesante. Desconozco las razones profundas que podrían explicar este comportamiento. Una pista nos la ofrece que su acusación contra los parlamentarios la formulara cuando éstos, los críticos, denunciaban la corrupción de los Gobiernos de CiU. Aquí hizo acto de presencia el verdadero Pujol. El látigo fustigador de todas las amenazas contra su legado político. Quienes lo critican, mienten. Sí, mienten. No hay corrupción institucional. Es un mero problema, incluso problemilla, personal.
Sin embargo, quien ha mentido ante el pueblo de Cataluña es el Ex – Molt Honorable. Así lo reconoció en su comunicado. Carece de cualquier credibilidad. Ha contado una película, a veces, grotesca, no sostenida en documento alguno. Ninguna prueba de nada. Sólo el empeño en circunscribir la ilegalidad al ámbito personal para, en este ámbito, justificarla, basándola en que se trataba de una suerte de contrato de seguro y repetía “para el día que os tengáis que ir”. El acantonamiento de la ilegalidad también acantona la justificación. Hablamos de la familia y de su protección. Como decía Vito Corleone “un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre”. Todos lo entendemos. Es un buen padre, es un auténtico hombre.
Un hombre entregado a una causa: la construcción nacional, la Cataluña nacionalista. Ya la había diseñado cuando tenía 20 años. La acción de los Gobiernos convergentes ha servido a dicho sueño. Don Vito Corleone también explicaba “todos podemos contar historias tristes. Yo no pienso hacerlo”. Aún menos cuando está en juego el legado político. El sueño de un veinteañero que ha manejado los hilos del poder hasta hacerlo realidad. El sueño nacional ciega cualquier verdad, incluso, los mecanismos institucionales de depuración de la mentira. El sueño ha cegado a muchos, y, en particular, a las instituciones, hasta constituir un régimen en el que la corrupción ha acampado con fuerza. Y esto no se puede ni se debe reconocer porque, como afirmó Pujol, si fuera cierto, sería un catástrofe “para todos”: sería desmoralizador. No puede haber causa general ni contra Pujol, ni contra Convergencia, porque se estaría afirmando que “todo fue un desastre”. Y no lo fue, según asevera. Hace cómplices a los ciudadanos que le votaron. Son ellos los que en elecciones libres lo eligieron. Serían también la causa del “desastre”. El pueblo, capturado por la ideología nacionalista, sería una vez más, el velo tras el que tapar la corrupción. Si el pueblo los ha elegido es porque no han sido tan malos, tan calamitosos. Es, por lo tanto, co-responsable de lo sucedido. También Vito Corleone afirmaba “¿qué clase de hombres seríamos si careciéramos de la facultad de razonar?. Seríamos como las bestias de la selva. Pero la razón preside todos nuestros actos." Una razón al servicio de una causa. La construcción nacional, la construcción de Cataluña, no se puede ver amenazada por un hecho singular y estrictamente personal como fue la falta de regularización del legado paterno para proteger a la familia Pujol de los riesgos políticos que para ésta suponía, precisamente, tal construcción. Esto es todo. No hay más. Todo lo demás es mentira. Y, como lo recordaba, el mentiroso confeso “no se puede venir al Parlament a mentir”. No. Claro que no. Sólo los nacionalistas. Estos sí pueden porque la patria lo justifica, lo necesita. Y no se puede desmoralizar. ¡Qué locura!
(Expansión 27/09/2014)
El elemento psicológico es interesante. Desconozco las razones profundas que podrían explicar este comportamiento. Una pista nos la ofrece que su acusación contra los parlamentarios la formulara cuando éstos, los críticos, denunciaban la corrupción de los Gobiernos de CiU. Aquí hizo acto de presencia el verdadero Pujol. El látigo fustigador de todas las amenazas contra su legado político. Quienes lo critican, mienten. Sí, mienten. No hay corrupción institucional. Es un mero problema, incluso problemilla, personal.
Sin embargo, quien ha mentido ante el pueblo de Cataluña es el Ex – Molt Honorable. Así lo reconoció en su comunicado. Carece de cualquier credibilidad. Ha contado una película, a veces, grotesca, no sostenida en documento alguno. Ninguna prueba de nada. Sólo el empeño en circunscribir la ilegalidad al ámbito personal para, en este ámbito, justificarla, basándola en que se trataba de una suerte de contrato de seguro y repetía “para el día que os tengáis que ir”. El acantonamiento de la ilegalidad también acantona la justificación. Hablamos de la familia y de su protección. Como decía Vito Corleone “un hombre que no sabe ser un buen padre, no es un auténtico hombre”. Todos lo entendemos. Es un buen padre, es un auténtico hombre.
Un hombre entregado a una causa: la construcción nacional, la Cataluña nacionalista. Ya la había diseñado cuando tenía 20 años. La acción de los Gobiernos convergentes ha servido a dicho sueño. Don Vito Corleone también explicaba “todos podemos contar historias tristes. Yo no pienso hacerlo”. Aún menos cuando está en juego el legado político. El sueño de un veinteañero que ha manejado los hilos del poder hasta hacerlo realidad. El sueño nacional ciega cualquier verdad, incluso, los mecanismos institucionales de depuración de la mentira. El sueño ha cegado a muchos, y, en particular, a las instituciones, hasta constituir un régimen en el que la corrupción ha acampado con fuerza. Y esto no se puede ni se debe reconocer porque, como afirmó Pujol, si fuera cierto, sería un catástrofe “para todos”: sería desmoralizador. No puede haber causa general ni contra Pujol, ni contra Convergencia, porque se estaría afirmando que “todo fue un desastre”. Y no lo fue, según asevera. Hace cómplices a los ciudadanos que le votaron. Son ellos los que en elecciones libres lo eligieron. Serían también la causa del “desastre”. El pueblo, capturado por la ideología nacionalista, sería una vez más, el velo tras el que tapar la corrupción. Si el pueblo los ha elegido es porque no han sido tan malos, tan calamitosos. Es, por lo tanto, co-responsable de lo sucedido. También Vito Corleone afirmaba “¿qué clase de hombres seríamos si careciéramos de la facultad de razonar?. Seríamos como las bestias de la selva. Pero la razón preside todos nuestros actos." Una razón al servicio de una causa. La construcción nacional, la construcción de Cataluña, no se puede ver amenazada por un hecho singular y estrictamente personal como fue la falta de regularización del legado paterno para proteger a la familia Pujol de los riesgos políticos que para ésta suponía, precisamente, tal construcción. Esto es todo. No hay más. Todo lo demás es mentira. Y, como lo recordaba, el mentiroso confeso “no se puede venir al Parlament a mentir”. No. Claro que no. Sólo los nacionalistas. Estos sí pueden porque la patria lo justifica, lo necesita. Y no se puede desmoralizar. ¡Qué locura!
(Expansión 27/09/2014)
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