Leon Panetta, el antiguo y poderoso, director de la CIA, ha vertido una curiosa acusación contra el Presidente Obama en una reciente entrevista (aquí): "Too often in my view the President relies on the logic of the law professor rather than the passion of a leader." Piensa como un profesor de Derecho. Según sus críticos (no sólo Panetta), el Presidente cae en la complacencia con la mera aprobación de las Leyes. Como si fuese suficiente. No tiene el mismo interés por la ejecución o cumplimiento de la misma. Así le critican lo sucedido con la reforma sanitaria (the Affordable Care Act). Una vez se consiguió la aprobación por el Congreso, el interés por su ejecución disminuyó. En particular, la acción política dirigida a demostrar los beneficios que supone.
Que los profesores de Derecho y, en general, los juristas, podemos caer en ese vicio, es público y notorio. Nuestra creencia en la Ley es tan poderosa que podemos caer obnubilados como si la mera aprobación fuese suficiente. Y no es suficiente. No basta con aprobar una Ley. Es, incluso, más importante, su ejecución. La realidad no cambia por la mera publicación de la norma en el Diario Oficial. A partir de ese momento comienzan otros problemas, incluso, más graves que los derivados de la aprobación. El Conde de Romanones despreciaba la Ley y reclamaba para sí la aprobación del Reglamento. Aquella podía decir lo que quisiera, pero el Reglamento era lo importante. La norma de ejecución de aquella. Pero era también una norma. Sin embargo, tenía una cualidad que le permitía vencer el vicio criticado: era la norma que las autoridades y funcionarios debían cumplir porque así era posible por su grado de concreción. El vicio de la suficiencia de la Ley es el vicio de la indeterminación o generalidad de la Ley. No es posible deducir un mandato concreto de acción. En cambio, si es posible con el Reglamento.
En definitiva, la mentalidad de los juristas se complementa con el dato objetivo de las características de la Ley. Sin embargo, también son juristas los que, comprendiendo estas características, creen con firmeza, como el Conde Romanones, que también otra norma ejecutiva si puede cambiar la realidad. Porque contiene mandatos concretos de acción dirigidos a los funcionarios. Ahora bien, lo que en ningún caso puede hacer la norma es convencer políticamente a los ciudadanos. A este fin se necesita la decisiva actuación de los políticos. La norma, por muy razonable que sea, no convence a nadie por la mera publicación en los diarios oficiales. No. Esa es la tarea de los políticos.
Que los profesores de Derecho y, en general, los juristas, podemos caer en ese vicio, es público y notorio. Nuestra creencia en la Ley es tan poderosa que podemos caer obnubilados como si la mera aprobación fuese suficiente. Y no es suficiente. No basta con aprobar una Ley. Es, incluso, más importante, su ejecución. La realidad no cambia por la mera publicación de la norma en el Diario Oficial. A partir de ese momento comienzan otros problemas, incluso, más graves que los derivados de la aprobación. El Conde de Romanones despreciaba la Ley y reclamaba para sí la aprobación del Reglamento. Aquella podía decir lo que quisiera, pero el Reglamento era lo importante. La norma de ejecución de aquella. Pero era también una norma. Sin embargo, tenía una cualidad que le permitía vencer el vicio criticado: era la norma que las autoridades y funcionarios debían cumplir porque así era posible por su grado de concreción. El vicio de la suficiencia de la Ley es el vicio de la indeterminación o generalidad de la Ley. No es posible deducir un mandato concreto de acción. En cambio, si es posible con el Reglamento.
En definitiva, la mentalidad de los juristas se complementa con el dato objetivo de las características de la Ley. Sin embargo, también son juristas los que, comprendiendo estas características, creen con firmeza, como el Conde Romanones, que también otra norma ejecutiva si puede cambiar la realidad. Porque contiene mandatos concretos de acción dirigidos a los funcionarios. Ahora bien, lo que en ningún caso puede hacer la norma es convencer políticamente a los ciudadanos. A este fin se necesita la decisiva actuación de los políticos. La norma, por muy razonable que sea, no convence a nadie por la mera publicación en los diarios oficiales. No. Esa es la tarea de los políticos.
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