La palabra "inclusión" es la estrella en las descripciones y en los análisis de la presente situación del capitalismo, como se puso de manifiesto en una Conferencia internacional celebrada en mayo en Londres (ver aquí página web; y ver artículo Spiegel International). La cuestión es la siguiente: en el momento presente, según los analistas que señalo, el capitalismo se enfrenta a un problema muy grave que es el de la inclusión de amplios sectores sociales que ven reducida cada vez más su nivel de riqueza, mientras que una minoría cada vez más minoritaria incrementa el suyo. Es la versión light del análisis de Pikkety sobre la desigualdad en el capitalismo actual. El problema de la inclusión, el problema de la desigualdad, el del reparto cada vez más desigual de la riqueza se ha acentuado en los últimos años. Esta es la afirmación central en la reflexión que comento (un artículo de Polman y Forester, explican este análisis y su propuesta de capitalismo inclusivo; leer aquí). Suponiendo que esta afirmación sea cierta, como parece que lo es, se acompaña de un incremento de la fractura social. La distancia económica que separa a una minoría de la inmensa mayoría se incrementa. Esta fractura es una amenaza a la estabilidad del Estado. Tiene otras consecuencias, pero la estatal es la que más me interesa. Y también a los actores del capitalismo, sus grandes directivos. Es ilustrativo que en la reunión que se comenta en el artículo que enlazo, uno de los participantes alude a la falta de confianza en el Estado. La falta de cohesión social, la inestabilidad que supone, que se acompaña de la falta de confianza. Y esta es esencial para que el Estado pueda gestionar la situación que comento. El problema es cómo se gestiona esta situación cuando el Estado ya no es creíble. Que coincida al mismo tiempo la "crisis de la inclusión" con la "crisis de la política y de la democracia" es una malísima coincidencia. Sólo a través de la democracia se puede solventar aquella crisis. Tenemos dos problemas, ¿cómo se recupera la credibilidad y la confianza en la democracia y en el Estado? y ¿cómo se reconduce la "crisis de la inclusión"? No es nada fácil. En nuestro caso, la crisis de la política tiene un rasgo sobresaliente: la corrupción. La percepción de esta como algo agobiante incrementa la presión sobre la política, la democracia y el Estado. ¿Cómo salvar la inclusión con un Estado, incluso, deslegitimado? El crecimiento económico debería aportar la riqueza que podría permitir salvar la fractura que comento. No termina de consolidarse. Al contrario, las amenazas son las de una nueva recesión en Europa. Más y más dinero; más y más liquidez pero que no llega al ciudadano. ¿A dónde va tanto dinero? Y mientras no llegue, no habrá crecimiento económico. Ese elemento de inestabilidad continuará y se incrementará. ¿Qué puede hacer el Estado? Gastar menos para tener que recaudar menos para que los ciudadanos tengan más dinero con el que consumir e invertir. Esta sería la versión más simplista. El Estado no tiene política monetaria. Es el BCE. Puede hacer mucho por la vía de los gastos. La reducción se ha manifestado compleja en un Estado tan descentralizado como el nuestro. La presión política del próximo año electoral lo hace aún más complicado. Además, se presenta complicada cuando el Estado de bienestar soporta unas cargas importantes. Ingresar más por la vía de los impuestos, al menos, aquellos que más ganan. Algo tendrán que hacer para gestionar este problema que se está proyectando sobre el capitalismo, la democracia y el Estado. Este está ilustrando su impotencia
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
Comentarios
Publicar un comentario