He publicado en el diario Expansión un artículo titulado funcionarios en el que recuerdo ciertas cuestiones que forma parte de lo evidente que, lamentablemente, no lo es tanto. La inamovilidad de los funcionarios, al menos, de ciertos funcionarios, es una garantía para las libertades. Podemos hablar de la garantía funcionarial de las libertades. El mejor ejemplo es el de los jueces y magistrados. Sería inconcebible que sin esta garantía que se traduce en la inamovilidad se pudieran producir resoluciones judiciales como el Auto de 25 de octubre del TSJ de Cataluña que suspende ciertos preceptos del Reglamento de usos lingüísticos del Ayuntamiento de Barcelona. Cuando se habla de la reforma de la Administración, insisto, se ha de aplicar el bisturí, no la motosierra como algunos se empeñan. Por este camino no alcanzaremos ninguna solución, sino multiplicar los problemas.
En el momento presente con la corrupción como uno de los grandes protagonistas, uno de los temas de debate es el relativo a su fuente, su origen, al menos, psicológico. Dos palabras aparecen como recurrentes: avaricia y codicia. Son palabras muy próximas en su significado pero distintas. Según el Diccionario de la Lengua española, avaricia es el "afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas". En cambio, codicia es el "afán excesivo de riquezas." En ambos casos, se tratan de afanes, deseos, impulsos que tienen por objeto las riquezas. Las diferencias se sitúan, en primer lugar, en el cómo se hacen realidad tales impulsos. En el caso de la avaricia, es un deseo "desordenado". En cambio, de la codicia nada se dice, sólo que es "excesivo". Sin embargo, también el exceso está presente en la avaricia. Es más, se podría decir que el afán desordenado es, en sí mismo, un exceso. Así como también lo es el deseo de atesorarlas. En e...
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